– Hola, Forcat. -La mano izquierda en el bolsillo de la americana, moviéndose con una soltura estudiada, el lugarteniente del Kim en Toulouse se acercó y palmeó su espalda. Seguidamente saludó a Susana y se interesó amablemente por su salud, pellizcó su barbilla y le dijo que era muy guapa y que ya lo sabía por su padre. Susana se daba aire con el abanico de seda y miraba con descaro y curiosidad al recién llegado, que apenas reparó en mi presencia. Un amigo de mi hija, dijo la señora Anita, que había empezado a enrollar las persianas apresuradamente y algo nerviosa. El último sol de agosto se remansaba en el jardín.
Lo primero que me llamó la atención del Denis fue que no sonreía con los labios, sino con los ojos; tenían sus ojos un fulgor turbio, enfermizo, y establecían de algún modo una relación solapada y fuertemente sensual con la boca dolorida y grande, bien dibujada. Supongo que esos detalles de su persona, los más cálidos de una apostura fría y distante a la que Susana tampoco había de mostrarse indiferente, no llegué a captarlos totalmente aquel día, sino más adelante, cuando el drama íntimo que lo trajo a la torre ya era del dominio público; eran los ojos y la boca de un hombre poseído por una obsesión, una fiebre que lo consumía. Desde que Forcat nos habló de él a Susana y a mí, haciéndonos ver tan vivamente su elegante cojera y sus maneras distinguidas al despedirse del Kim en Toulouse, después de engrasarle la pistola y desearle buena suerte, el apuesto personaje y su apodo habían permanecido en nuestra conciencia ejerciendo una extraña fascinación.
Llevaba un traje azul marino de americana cruzada y corbata verde oscuro que imitaba la piel de serpiente, y era más joven de lo que me había figurado, o tal vez lo parecía, guapo, ojeroso, esbelto y de una elegancia tocada por la premura de gustar, afectada y jovial.
Forcat mantenía su extraño silencio y el Denis reparó en su quimono chino de amplias mangas estampado con flores rojas.
– Vaya con el pintamonas de la Barceloneta -dijo-. Cómo has prosperado. Me dijeron que estabas aquí, gorroneando como siempre, pero no te suponía tan bien instalado y con tales refinamientos.
– ¿Y tú…? -se interrumpió Forcat sin mirarle, la voz enredada en una flema. Carraspeó, y después de una pausa, como si hubiese decidido súbitamente hablar de otra cosa, añadió -: ¿Cuándo has llegado?
– Hace un par de semanas. -Con ambas manos en los bolsillos del pantalón, el Denis apoyó la espalda contra la vidriera y buscó la mirada de la señora Anita, que se había sentado en el borde de la cama, pero lo que añadió parecía dirigido a Forcat -: ¿Te sorprende…? -Esperó unos segundos y luego añadió: -Bueno, vamos a lo que importa. ¿Qué se sabe del cabronazo del Kim? ¿Habéis tenido noticias, tú o la familia?
La señora Anita y su hija miraron a Forcat esperando una respuesta, o por lo menos un signo de extrañeza. Pero Forcat no reaccionó, y entonces Susana clavó sus ojos brillantes en el Denis, tiró el abanico sobre la cama, abrazó el gato de felpa contra su pecho y dijo con su voz más rencorosa:
– ¿Por qué habla así de mi padre? ¿No sabe que está muy lejos…?
– Ya. Muy lejos. Pero dónde.
Antes de responder, Susana lo miró con recelo, fijamente:
– Está en Shanghai.
– ¿De veras? -el Denis simuló sorprenderse y abrió los ojos desmesuradamente-. ¡Coño, sí que está lejos! ¡Vaya si lo está! ¿Y por qué no en Pekín, o en Bagdad, o en la Conchinchina? ¿Quién te ha contado ese cuento, preciosa? -Volvió a considerar irónicamente el silencio de Forcat y luego miró a la madre de Susana-. ¿Usted qué dice, señora? ¿También usted cree que este hijo de puta ha ido a esconderse tan lejos? La verdad, yo juraría que Carmen… -En este punto se le quebró la voz y eso pareció contrariarle, perdió seguridad y meneó la cabeza y carraspeó con una energía innecesaria-. Bueno, ella apenas sabe leer y escribir y creo que no sabría señalar eso en el mapa, pero que está muy lejos sí lo sabe, al otro lado del mundo, y me consta que no le gustaría vivir tan lejos… No, esto debe ser una broma. ¿Tú qué opinas, Forcat, mosquita muerta? ¿O prefieres hacerte el longuis? Este sí que es un tipo raro -añadió recuperando su aplomo y buscando otra vez los ojos expectantes y temerosos de la señora Anita-. Ahí donde le ve, sabe griego y latín… ¡Lo que sabe el tío ése!
La señora Anita miraba al Denis con espanto.
– ¿De qué está hablando? -dijo con una voz que no era la suya-. ¿A qué ha venido usted a mi casa?
El Denis enarcó las cejas y esbozó media sonrisa:
– Entonces es verdad -dijo-. Usted aún no sabe nada.
– ¿Qué es lo que debo saber?
– Pregunte a Forcat. Él le dirá por qué estoy aquí, qué vientos y qué demonios me han traído.
Forcat no reaccionó y el Denis lo expuso fríamente y sin la menor acritud, con una voz inanimada que ya se había acoplado a la fatalidad: venía para saber del Kim, por si en esta santa casa se tenían o se esperaban noticias suyas, por si su esposa creía, no ya que pudiera volver a su lado algún día, que si eso fue siempre poco probable, ahora era ciertamente imposible, pero sí por lo menos acordarse de su hija y venir a verla, o tal vez escribir para saber de ella; por si Forcat o alguien conocía su paradero en alguna parte de Cataluña o quizá en algún pueblo perdido del sur de Francia, según él suponía, en algún maldito escondrijo que compartía con Carmen y su hijo desde hacía casi dos años… Hablaba con voz pausada y mirando a Forcat, pero sus palabras y su íntimo resentimiento iban dirigidos a la señora Anita y a su hija: que no sabía cómo ni dónde empezó el engaño, la deslealtad y la mala fe de su mejor amigo, pero que se había vuelto loco imaginándolo mil veces durante mil interminables noches. Que debió ser cuando el último viaje del Kim llevando dinero para ella y para sus padres, «dinero que éstos nunca recibieron, supongo que eso tampoco lo sabías», añadió escrutando a Forcat, pero que él creía que todo empezó mucho antes puesto que el Kim dormía siempre en su casa de Horta cuando viajaba clandestinamente a Barcelona, y Carmen vivía allí y le daba de comer y le hacía la cama… ¿Desde cuándo se entendían, o se querían, desde la primera vez que ella lo acogió? ¿Quién dio el primer paso, cuál de los dos propició la ocasión y alentó ese arrebato amoroso que les trastornó y se los llevó Dios sabe dónde? ¿La buscó él, la sedujo con el sombrío desencanto que lo animaba por aquellos días, o fue ella, tan necesitada de cariño y de calor siquiera por una noche…? ¿O se enamoraron de verdad y sin remedio, sin quererlo ninguno de los dos y sufriendo por esa afrenta al compañero…? Pero qué mierda importaba ya eso. Después de la detención de Nualart, de Betancort y de Camps, quién sabe si denunciados por él mismo, ¿o tampoco sabías eso?, pues esa misma noche hicieron precipitadamente la maleta y cruzaron la frontera con el niño, tal como yo le había pedido al Kim y esperaba y deseaba, pero nunca llegaron a Toulouse, nunca volví a verles…
Se movía el Denis con una soltura sigilosa y estricta y parecía muy seguro de sí mismo, muy conformado a su atractivo y a sus maneras frías, pero de vez en cuando no podía reprimir el gesto alertado, la mirada inhóspita del exiliado por largo tiempo que ha de aprender a vivir con un pasado amargo que lo ha condenado a la soledad.
– Pero no me resigno a perderla, Dios sabe que no -prosiguió, hundiendo las manos en los bolsillos del pantalón, como aterido-. He rastreado todo el Midi, de Marsella a Tarbes y de Toulouse a Perpiñán, y es como si la tierra se los hubiera tragado. La verdad es que ni siquiera sé si llegaron a cruzar la frontera… Podrían haberse quedado en algún pueblo de los Pirineos, o tal vez en una ciudad lo bastante grande como para no ser hallados nunca. Mi única esperanza es que se ponga en contacto contigo, niña -dedicó a Susana una mirada triste y conciliadora-, que te escriba o que venga a verte. Sí, confío en que lo hará algún día, y ese día yo estaré cerca para verlo… A ti te quiere mucho. Siempre hablaba de su niña del alma. Aunque, la verdad -y esbozó por vez primera una sonrisa melancólica-, ya no eres tan niña. Mi hijo Luis sí que es un niño, todavía, y sólo he podido verle en fotografía…