– ¿Cómo es que pude verle? -preguntó Theresa, con sorpresa en su voz.
Isabella se presionó una mano sobre el estómago.
– Es un hombre, Theresa. ¿Por qué no ibas a verle? -Se sentía extraña, temblorosa. La sensación se arrastró hasta ella, y tembló, cerrándose la capa alrededor-. Deberías verle siempre como un hombre.
– No pretendía ofenderte -dijo Theresa velozmente-. Estaba asombrada, eso es todo. Él raramente hace apariciones.
– Espero cambiar eso -respondió Isabella con una pequeña sonrisa, intentando recapturar la camaradería de su juego. Sabía que había mordido hacia Theresa, sabía que la gente de la finca raramente miraba a Nicolai, temiendo poder ver la ilusión del león. Isabella no pretendía morder, pero se sentía perturbada. La molestaba que nadie pareciera considerar la soledad de la existencia de Nicolai, y el que la forma en que todos le trataba podía contribuir a la propia ilusión.
– El juego fue divertido -dijo Violante- pero frío. -Se frotó las manos arriba y abajo por los brazos para calentarse-. No podía creerlo cuando Sergio comenzó a tirarnos nieve -Intentó ahuecarse el pelo para volverlo a su lugar, consciente de su desarreglada apariencia-. Supongo que no me veo muy guapa toda desarreglada. -Su mirada se movió sobre Isabella y Theresa críticamente, envidiosamente, la risa desapareciendo de sus ojos. -Theresa, tu pelo ha caído sobre un lado, y tu cara está roja. Supongo que es imposible para nosotras vernos tan bien como Isabella.
– Pero si estoy hecha un desastre -dijo Isabella, estudiando su capa y su vestido húmedo. Su estómago estaba hecho un nudo, y apretó los dientes.
– He notado que Rolando disfruaba del juego mientras estaba jugando contigo, Isabella -cantureó Violante-. Si no le hubieras tirado nieve, podría haber dado a la pobre Theresa otra de sus lecciones sobre como comportarse.
– Bueno, no hay duda de que Theresa fue la mejor en nuestra pequeña guerra -Isabella sonrió resueltamente hacia ella-. Golpeabas tu objetivo cada vez.
– Tengo dos hermanos menores -admitió Theresa-. Tengo mucha práctica. Debo irme. Estaba visitando a una amiga pero debo regresar-. Alzó una mano y se puso en camino, siguiendo la senda que conducía a las filas de edificios.
Isabella la observó hasta que estuvo fuera de la vista.
– No sabía que tuviera dos hermanos. No los había mencionado antes.
– Están bajo las órdenes de Rolando -dijo Violante-. Theresa tiene suerte de que su familia esté tan cerna. Yo habría pensado que criarse en una granja evitaría que uno fuera capaz de encajar en la corte, pero su famiglia lo hacia fácilmente.
La voz de Violante era tan triste, que Isabella le enredó un brazo alrededor de la cintura y la abrazó amablemente mientras empezaban a caminar.
– No creo que ninguna de nosotras tengo tu gracia y presencia, Violante, yo crecí dirigiendo el palazzo de la mia famiglia , y aún así no puedo arreglármelas para parecer tan confiada y elegante como tú. Yo siempre estoy diciendo y haciendo lo equivocado.
Violante bajó la mirada a sus guantes húmedos.
– Vi la forma en que Don DeMarco te abrazaba y besaba. Vi el amor en su cara. Tú tienes algo que yo nunca tendré.
Isabella dejó de caminar para enfrentar a la otra mujer.
– He visto a tu marido cuando te mira -dijo suavemente-. No tienes ninguna razón para temer que él se ocupe de ninguna otra mujer aparte de ti.
Violante se presionó una mano temblorosa sobre los labios, parpadeando rápidamente para evitar que las lágrimas se rebalsaran.
– Grazie, Isabella. Eres una auténtica amiga por decir tal cosa.
– Solo digo lo que veo.
– Solo quiero que estés preparada, Isabella. Nicolai es un hombre poderoso, un hombre al que otras mujeres desearán. Una vez le vean, le mirarán con ojos lujuriosos y voracez. Serás incapaz de saber qué mujer es amiga o enemiga. Un hombre puede ser débil cuando las féminas se tirán ante él.
– ¿Es eso lo que te ocurre a ti? -Isabella no podía reconciliar al hombre que había jugado con tanta alegría en la nieve con un hombre capaz de traicionar a su mujer.
Violante se encogió de hombros.
– Veo la forma en que cualquier mujer flirtea con él. Y me creen vieja y árida.
– Importa poco lo que crean otras mujeres -dijo Isabella suavemente- solo lo que crea tu marido. Y él te vé con los ojos del amor. Debes saber que eres hermosa. -Isabella sintió que Violante estaba empezando a sentirse incómoda con las confidencias privadas, así que buscó una distracción- ¡Oh, mira! el mercado.
Agradecidamente Violante volvió su atención a las mercancías. Se apresuraron a lo largo de filas de puestos, exclamando por los diversos tesoros que encontraron.
Isabella encontró a la gente de la finca agradable e informativa. Se hacinaron a su alrededor ansiosamente, deseando conocerla. Violante se quedó cerca, agradable y amistosamente pero asegurándose de que Isabella tenía espacio para moverse a través de los muchos puestos y casetas. Violante se distrajo cuando divisó una caja tallada del tamaño perfecto para las baratijas que había adquirido, pero cuando extendió el brazo hacia ella, otra mujer la alzó para inspeccionarla.
Isabella sacudió la cabeza cuando estalló una discusión entre las dos mujeres. Sabía que la otra mujer no conseguiría la caja tallada si Violante la deseaba. Violante podía ser tenaz. Un revoloteo de color captó la atención de Isabella cuando una mujer con una melena de flotante pelo negro desapareció tras la esquina de un edificio. Se movía como Francesca y era de su peso y constitución. Pocas mujeres llevaban el pelo suelto. El color de su vestido era inusual, también… una explosión de azul real que ella había visto antes. Ciertamente era Francesca, Isabella se apresuró a bajar la manzana y giró hacia un estrecho pasillo. No había nadie a la vista. Aligeró sus pasos, mirando con atención en varios caminos laterales que conducían a pequeños patios y también a redes de otros pasillos que se adentraban en la ciudad. Después de varios minutos de búsqueda, Isabella suspiró y se dio la vuelta hacia el mercado. Nadie se las arreglaba para desaparecer tan rápidamente como Francesca.
Una larga fila de grandes edificios captó su atención. Eran hermosos y tallados con los inevitables leones. Caminó lentamente hacia ellos, estudiando las diversas representaciones de la enorme bestia. Isabella los encontraba fascinante. Algo en sus ojos, no importaba como estuvieran bosquejados, atraía su atención. Los ojos parecían vivos, como si estuvieran observándola desde todas direcciones. Se giró primero en una dirección y después a otra, pero siempre los ojos observaban.
Aunque los edificios bloqueaban el viento, ella tembló, colocándose mejor la capa. Se estaba haciendo tarde, y se encontraba inexplicablemente cansada. Las sombras se estaban alargando, y la multitud de escalones y sendas se hizo más gris. Se hizo consciente del silencio, y un escalofrío bajó por su espina dorsal. Isabella giró la cabeza en dirección al mercado. Se deslizó sobre un trozo de hielo y cayó con fuerza, hiriéndose la espalda contra la esquina de un edificio. Las marcas de garras estaban sanado, pero ahora latieron, recordándole su aterrador encuentro. Se irguió sentándose cuidadosamente, mirando alrededor, deseando estar fuera de la nieve.
Hizo varios intentos hasta conseguir ponerse en pie sobre el helado pasillo. Cuando las sombras crecieron, la temperatura cayó, y el frío se hizo penetrante. El pasillo refulgía por el hielo. Podría ser más sabio escoger un camino menos resbaladizo. Isabella tomó un pasillo estrecho y menos pronunciado sin escalones y empezó a bajarlo. Tenía la esperanza de que condujera directamente al mercado hacia el centro de la ciudad, pero el camino se abrió a un patio. Había esculturas esparcidas alrededor, pero no vio gente.
Se quedó inmóvil en un momento de indecisión. Se se tomaba tiempo para encontrar su camino de vuelta hacia el mercado a través del poco familiar laberinto de edificios y caminos, podía haber oscurecido para cuando saliera. Parecía una mejor idea volver al palazzo. Este estaba alto sobre la ciudad, y todo lo que tenía que hacer era abrirse paso colina arriba. No había forma de perder de vista el enorme castello . Estaba segura de que Violante iría allí tan pronto como comprendiera que Isabella había perdido su camino.
Lucca se reiría de ella por perderse. No era frecuente que perdiera su camino, aunque dos veces ahora había conseguido girar mal. Casi como si todo hubiera cambiado de posición deliberadamente a su alrededor . La idea era escalofriante y trajo de vuelta la extraña sensación de estar siendo observada. Isabella contuvo su desbocada imaginación. Los edificios no podían moverse. Pero entonces, los hombres no podían convertirse en leones.
La sensación de estar siendo observada persistió. Isabella miró fijamente alrededor. Había una gran estatua de un león en el patio. Parecía estar observándola, pero eso no contaba dado el peso de malevolencia que sentía. Bruscamente empezó a caminar a lo largo de un estrecho camino que conducía hacia arriba. No estaba segura de por qué no veía gente. ¿Se metían en sus casas cuando el sol se ponía para evitar un desastre con un león perdido? Un estremecimiento bajó de nuevo por su espina dorsal ante la idea.
Lo oyó entonces. Suave. Apenas discernible. Un resoplido. El susurro de piel deslizándose contra algo sólido. Empezó a caminar más rápido camino arriba, acurrucándose en su capa, su corazón palpitando a cada paso. Sentía su presencia. Sabía que eso estaba acechándola, siguiendo su olor. Moviéndose deliberadamente lento para aterrorizarla.
¿Nicolai? ¿Podía él hacer tal cosas para enseñarle una lección? ¿La maldición se estaba desplegando porque había yacido con ella? Él la había observado desde las almenas mientras ella hablaba con Sergio. Incluso había enviado a Sergio alguna misiva advirtiéndole que se alejara de ella. Había estado segura de que él había entrado en su habitación la noche anterior. Ese algo la había visitado en su habitación. Se estremeció de nuevo y se frotó los brazos para calentarse. Había sentido ojos sobre ella en la noche. Debería haber sentido los brazos de Nicolai, pero él la había dejado sola. ¿Estaba lo bastante celoso como para acecharla, cazarla, y devorarla?
Isabella se quedó muy quieta, avergonzada de sí misma. Reconoció el sutil flujo de poder dirigido hacia ella. Eso alimentaba sus dudas, alimentaba sus miedos. Si ella no creía en Nicolai, en su fuerza, ningún otro lo haría nunca. No creería que era Nicolai. No cedería a la maldición. Ni permitiría a la entidad alguna influencia sobre ella. Pero sabía que estaba en grave peligro. Isabella se aferró al cierre de su capa como si pudiera sentir al león hundiéndole los dientes en la garganta. Oyó el peculiar gruñido que hacían con frecuencia los leones. Una bestia estaba definitivamente rastreándola. Isabella rodeó una esquina, y su corazón casi se detuvo. Por un momento estuvo segura de que había llegado a un callejón sin salida. Una línea de edificios le bloqueaba el paso.