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– Eres una mujer inusual -dijo Sarina sinceramente- Si Don DeMarco es tan tonto como para permitir que te le escapes entre los dedos, es que no te merece.

Una pequeña sonrisa sin humor tocó la boca de Isabella.

– No creo que tenga en mente dejarme ir a ninguna parte, simplemente no casarse conmigo. Viviré como su amante mientras él escoge otra esposa.

– La maldición está sobre Nicolai como herededo DeMarco, no sobre su esposa. Tú eres la que los leones han aceptado. No importa cuantas esposas escoja, ni con cuanta frecuencia declare no amarte, no puede engañar al destino -dijo Sarina sabiamente.

De repente Isabella se inclinó y rodeó el cuello de Sarina con los brazos, enterrando la cara en el hombro del ama de llaves. Sarina no pudo resistir la súplica silenciosa y la abrazó firmemente.

– Creo que tienes razón -dijo Isabella-. Siento que tienes razón. Nicolai no puede engañar a la maldición con trucos. -suspiró suavemente- Pero aquí no hablamos de él. Él cree protegerme. En realidad, me lo pondrá más difícil. -Isabella se permitió a sí misma unos minutos de consuelo antes de erguirse decididamente-. Apreciaría tu ayuda, Sarina. Mi pelo está hecho un lio. ¿Te importaría ayudarme de nuevo?

Sarina estuvo muy ocupada, eligiendo otro vestido para Isabella, cepillándole cuidadosamente el pelo ante el fuego para secarlo antes de vestirla una vez más. Isabella alzó la barbilla y se dio la vuelta para dejar que Sarina la viera.

– ¿Qué te parece?

– Creo que lo conseguirás -dijo Sarina suavemente.

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