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Isabella giró la cabeza para mirarle. A ella le parecía el mismo, un modelo esculpido de belleza masculina incluso con las cuatro cicatrices que solo parecían definir su valor. Era el epítome de fuerza y poder. ¿Nadie entre su gente había notado lo realmente guapo que era? ¿Ninguno de ellos podía ver su integridad? ¿Su honor? Estaban tan claro a la vista, sin misterio, un hombre dispuesto a llevar cargas y proteger a los demás. Seguramente no eran todos tan mezquinos como para que las cicatrices les hicieran imposible mirarle de frente. Isabella creía que estas daban al don una apariencia libertina.

El bajo murmullo de sorpresa hizo que Isabella se diera media vuelta para enfrentar a los sirvientes. Algunos se presignaban. Algunos lloraban. Todos miraban a Nicolai como si fuera un desconocido, pero estaban sonriéndole, con ojos brillantes y sonrisas felices. No tenía sentido, y hacía sentir incómodo a Don DeMarco. Triste, incluso. Isabella captó las sombras en las profundidades de sus ojos.

Quizás en su juventud todos habían pensado que era notablemente guapo, y ahora, a causa de sus cicatrices, evitaban mirarle. Por supuesto que le entristecía y avergonzaba ser el centro de semejante atención. Isabella solo deseaba reconfortarle. Le rodeó el cuello con sus esbeltos brazos, bajando la cabeza hasta la suya, y se puso de puntillas para que su boca pudiera alcanzarle el oído.

– Sácame de aquí, por favor, Nicolai.

Él la cogió en brazos, levantándola como si no pesara más que un niño. Por un momento se quedó quieto, con la inmovilidad de un depredador, su cara enterrada en el pelo de ella, y entonces se movió, poderosos músculos hinchándose bajo su ropa, su zancada silenciosa y segura mientras se deslizaba a través de los largos salones hasta el dormitorio de ella.

Isabella sintió la boca sobre su cuello, los labios eran suave terciopelo, el roce de una carica, nada más, pero una extraña necesidad se estaba enroscando en su cuerpo. Alzó la cabeza hacia él en flagrante invitacón, deseando la oleada de fuego, deseando apartarlo todo excepto la sensación de él, su fragancia.

La boca encontró la suya instantáneamente, ardiente y posesiva. Su puño se enrredó entre el pelo de Isabella, tirando de su cabeza hacia atrás mentras su pie pateaba la puerta cerrándola tras él, sellándolos lejos del resto de la casa.

– Pensaste con rapidez al pensar en evitar que el león atacara, pero fue muy peligroso. No sé como lo conseguiste, pero nunca debes volver a hacer semejante tontería. Me aterrorizas con tu coraje. -La presionó contra una pared, su cuerpo duro contra el de ella. Nicolai la besó de nuevo, duro y salvaje, el hambre alzándose rápida y furiosamente-. Me aterrorizas -susurró contra la comisura de su boca.

Ella deslizó las manos atrevidamente bajo la túnica de él, deseando la sensación de su piel. Su boca vagó por la cara de Nicolai, por la garganta, ávidamente, las llamas le atravesaban la sangre haciendo que pudiera pensar solo en él. Su fragancia, su sabor, su tacto.

Su boca capturó la de ella en un serie de besos largos, profundos y elementales, un fuego salvaje fuera de control. Nicolai le dio la vuelta y la dejó caer sobre la cama, un gruñido bajo escapó del fondo de su garganta. El sonido solo le inflamó más. Besarle no era suficiente. Nunca podría ser suficiente.

Los dientes le mordieron el labio, la barbilla, la linea lisa de su garganta. Nicolai la siguió hasta la cama, su cuerpo atrapando el de ella contra la colcha, duro, caliente y muy masculino. Podía sentir cada músculo impreso en ella, la gruesa y dura longitud de él, urgente y exigente. Cerró los ojos y se entregó al fuego de su boca, a la necesidad de su cuerpo y el hambre de su mente. Así de rápidamente, parecieron rabiar fuera de control, incapaces de pensar coherentemente, solo de arder por el otro, de necesitar al otro. La lengua de él se arremolinó en el hueco de su garganta, trazando un rastro de fuego hacia abajo hasta la hinchazón de sus pechos. Isabella jadeó cuando los dientes arañaron gentilmente, jugueteando sobre la piel sensible. Él tiró del borde del escote de su blusa hasta soltarlo, proporcionándose acceso a la suave piel satinada. Empujó la tela lejos de los hombros, las yemas de sus dedos demorándose sobre la piel. No era suficiiente. Quería verla, necesitaba verla. Nicolai tiró de la blusa aún más abajo hasta que los pechos quedaron completamente expuestos a él, empujando hacia adelante, sus pezones duros e invitarores al frescor del aire. La mirada de él era caliente, apreciativa, moviéndose sobre ella con pura posesividad y puro deseo. Sus pechos eran lujuriosos, firmes, una invitación a un mundo de excitación donde nada más podía alcanzarlos.

– Isabella -Respiró el nombre de ella suave y gentilmente, con reverencia. Tenía tanta necesidad de ella, justo en ese momento cuando ella le traía tanto terror y alegría. Su cabeza palpitaba de deseo; su cuerpo rugía pidiendo alivio-. No puedo pensar en nada más que en hacerte mía-. Y no podía. Ni en su honor. Ni en el de ella. Ni en los leones, o la maldición, o la respetabilidad. Necesitaba saborearla, enterrarse profundamente dentro de ella. Había tanta pasión en ella, tanta vida. Demasiado coraje.

Un gemido escapó de su garganta, e inclinó la cabeza hacia la lujuriosa oferta. Su pelo rozó la piel como un millar de lenguas, encerrándola en un mundo de sensaciones. Su boca, caliente y fuerte, se cerró sobre un pecho. Isabella jadeó de puro placer, un suave grito emergió de su garganta, su cuerpo se arqueó más completamente contra el de él. Enredó los brazos alrededor del cuello de él y le acunó la cabeza mientras él succionaba, su lengua danzando, jugueteando y rozando caricias. Su boca empujaba fuertemente hasta que sintió la sensación por todas partes, un calor líquido ardió bajo, acumulándose, anhelando, impacientándose con su vestido, y simplemente arrancándolo de su cuerpo, tirándolo a un lado, exponiéndola más completamente a él.

– ¡Nicolai! -Su mirada saltó a la cara de él.

Fue una pequeña protesta, pero la mano de él había encontrado su muslo, estaba acariciando su piel, moviéndose hacia arriba para empujar firmemente entre sus piernas. Encontró su húmeda invitación y presionó la palma contra ella. Sosteniendo su mirada, se llevó deliberadamente la palma a la boca y la saboreó.

Los ojos de ella se abrieron de par en par con sorpresa. Su cuerpo ardió. Un calor líquido humedeció los apretados rizos entre sus piernas, y se movió intranquilamente.

– ¿Qué estás haciendo? -Fuera lo que fuera, no quería que parara.

– Cualquier cosa que desee -respondió él suavemente-. Cualquier cosa que desees. -Nicolai inclinó la cabeza otra vez, esta vez hasta la parte inferior de su pecho, su lengua trazó las costillas. Su mano le acarició la pierna mientras lo hacía, moviéndose hacia arriba para rozar los apretados rizos. Lentamente empujó un dedo en la apretada entrada, observándole la cara, su pelo sobre el estómago suave, su lengua arremolinándose en su ombligo.

El cuerpo de ella se apretó firmemente alrededor de su dedo, los músculos se tensaron con fuerza, y su cuerpo se sacudió con la necesidad de montarla.

Ella alzaba las caderas para encontrar los dedos que empujaban profundamente en su interior. Esto era obra suya, este pequeño acto deshinibido. Ella era tan sensual, tan sexy y natural, su propio deseo le consumía. Nicolai oía un rugido en sus oídos. La cabeza le palpitaba, su cuerpo estaba tan duro e incómodo que no podía pensar en nada más que en tomarla.

– Pienso en ti cuando estoy tendido en mi cama, y mi cuerpo está así de duro. -Tomó la mano de ella y la llevó a la delantera de sus calzones-. Mi siento en mi escritorio y pienso en ti, y me haces esto. No puedo caminar ni comer ni siquiera soñar sin esta dolorosa necesidad. Sácame de esta miseria, cara. Déjame tenerte.

Frotó con la mano la delantera de los calzones, y él gimió de nuevo, su gran cuerpo se estremeció de placer. Le besó la barbilla, la comisura de la boca.

– Yo te deseo del mismo modo -admitó.

Él se apresuró a tomar su boca, de forma dura y hambrienta, afilada por el deseo. Nicolai rasgó sus calzones para liberar la dura y gruesa longitud de su erección, su cuerpo entero ardía y dolía de deseo. Le capturó las rodillas y las empujó abriéndolas para darse un mejor acceso. Sus manos encontraron el pequeño trasero y la arrastraron hacia él hasta que estuvo presionado contra su húmeda y ardiente entrada. Apretando los dientes contra la necesidad de empujar con fuerza, empezó a entrar lentamente en ella. Fue cuidadoso, cuando cada célula de su cuerpo gritaba frenéticamente que entrara frenética y abandonadamente, para saciar su hambre salvave. Su gruesa vara de terciopelo desapareció dentro de ella siendo rodeada por su ardiente y apretada vaina. Gimió por el esfuerzo de tomarse su tiempo, de ser gentil con ella.

Era mucho más largo y grueso que su dedo. Donde antes había habido puro placer, ahora Isabella sintió su cuerpo estirarse, una sensación ardiente y ardorosa. Jadeó y se aferró a los amplios hombros de él.

– Me haces daño.

Durante un terrible momento no le importó. Nada importaba excepto enterrarse en ella, profundo, rápido y fuerte. Aliviar la terrible, dolorosa y palpitante necesidad. Su piel hormigueaba de desep. Sus dedos se apretaron, mordiendo las caderas de ella, y echó la cabeza hacia atrás, su largo pelo despeinado y sus ojos ámbar llameando hacia ella. Le pertenecía. Solo a él. Ningún otro la tendría y viviría para contarlo.

Isabella parpadeó y se encontró mirando al hocico de un león, sintiendo su cálido aliento, vio las llamas en sus hambrientos ojos. Se le quedó la cara blanca, y miró fijamente a esos ojos brillantes, con el corazón martillerando y el cuerpo congelado de terror.

– No, Dio , ¡Isabella, no! -Oyó la voz de él como si llegara de lejos-. Mírame. Tienes que verme. Ahora mismo, cara, debes mirarme.

Sus manos le enmarcaron la cara… manos, no patas. Su boca encontró la de ella… su boca, no un hocico abierto. Había lágrimas en su cara, pero no estaba segura de si las había derramado ella o había sido él. La estaba abrazando firmemente contra él, besándola gentilmente, tiernamente-. No te haría daño por nada del mundo, Isabella. -Su mano estaba presionada contra los húmedos rizos, como si la consolara por el dolor que había causado con su invasión.

Los dientes de ella tiraban de su labio inferor con preocupación.

– Creo que soy demasiado pequeña para ti, Nicolai. Lo siento tanto. -Había vergüenza en sus ojos.

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