Algo peligroso titiló en las profundidades de los ojos de él.
– ¿Por qué te importaría lo que pensara ella? ¿No es lo que pienso yo de suprema importancia para vosotros dos?
Apretó los dedos alrededor de los de él y se inclinó más cerca.
– Tú, lo sé, tienes un cerebro en la cabeza. Estoy segura de que se te ocurriría que la última cosa que tú amigo el capitán haría es cogerme de la mano delante de los sirvientes.- Puso los ojos en blanco hacia el techo, con un rastro de humor en su voz.
– ¿Si te toparas con tu marido cogiendo la mano de otra mujer, qué harías? -preguntó Nicolai, curioso, súbitamente divertido por su reacción. Ella ni siquiera había considerado que él se sintiera celoso o enfadado o de algún modo molesto por ver a otro hombre tan cerca de ella. Tenía fe en su capacidad de raciocino, ni por un momento había considerado que un hombre celoso era irrazonable por definición.
Ella le tiró de la mano obligándole a detenerse. Se alzó sobre la punta de los pies y le susurró al oído.
– Si realmente estuviera cogiéndola de la mano, le rompería una escoba en su dura mollera muy, muy fuerte. -Su voz fue tan dulce, tan baja y sensual, que por un momento las palabras casi no quedaron registradas.
Entonces Nicolai se sorprendió a sí mismo y sus invitados riendo en voz alta. Risa auténtica y de corazón. Retumbó en su garganta y se derramó por la habitación, haciendo que todo sirviente dentro del radio de audición sonriera. Había pasado mucho tiempo desde que habían oído reir a su don . El sonido disipó instantáneamente la tensión que corría alta en el palazzo . Sergio y Rolando intercambiaron una sonrisa rápida y divertida.
– Signorina Vernaducci, ¿puedo presentarle a mi esposa, Violante? -dijo Sergio Drannacia tranquilamente, su brazo enredado alrededor de una mujer que parecía varios años mayor que Isabella-. Violante, esta es Isabella Vernaducci, la prometida de Don DeMarco.
Violante hizo una reverencia, una sonrisa curvaba su boca, pero sus ojos eran cautos, especuladores, y recorrieron la figura de Isabella.
– Es un placer conocerla, signorina.
Isabella asintió en aceptación de la presentación.
– Espero que seamos grandes amigas. Por favor llámame Isabella.
– Y puedo presentarle a mi esposa, Theresa Bartolmei -añadió Rolando Bartolmei.
La joven se dejó caer en una ligera reverenca, bajando las pestañas.
– Es un honor conocerla, Signorina Vernaducci. -murmuró suavemente, su voz vaciló ligeramente.
Theresa tenía aproximadamente la misma edad de Isabella. Se conducía como una aristicratica pero parecía muy nerviosa en presencia del don . Estaba tan alterada que ponía nerviosa a Isabella. La mujer no miraba a Don DeMarco, mantenía la mirada firmemente fija en sus pies aparte de la breve mirada que había dirigido hacia Isabella.
Isabella forzó una sonrisa, acercándose Nicolai. La irritaba que tanta gente le tratara de forma tan extraña.
– Grazie, Signora Bartolmei. Es maravilloso conocerla. Su marido fue muy amable conmigo cuando viajabamos por los caminos hacia el paso. Y hoy, con el accidente, hizo de mi protección su deber. Aprecio eso mucho.
Isabella era una inocente, pero arropaba a Nicolai con una intimidad que él nunca había compartido con ninguna otra persona en su vida. Su cuerpo se inmovilizó, endureciéndose. La retuvo ante él, sin atreverse a moverse cuando habría preferido retirarse y dejar a sus amigos de infancia conversando con las mujeres. Temía romperse en pedazos si se movía. Había un rugido en su cabeza, un dolor en su cuerpo. El fuego corría a través de su sangre. Peor que su reacción física a ella era la forma en que se le enredaba alrededor del corazón, hasta que solo mirarla dolía.
Sus manos se apretaron posesivamente sobre los brazos de ella. Eso era lo único que le mantenía anclado. Cuerdo. Era todo lo que evitaba que la arrastrara a su abrazo y la llevara en brazos a su guarida, donde podría ser indulgente con cada una de sus fantasía sobre ella. Los demás estaban charlando; oía sus voces pero como a gran distanca. Para Nicolai, solo existía Isabella y la tentación de su boca, de su cuerpo suave con sus lujuriosas curvas. Su risa y su mente rápida. Nadie más existía o importaba. Estaba empezando a obsesionarse. Estaba perdiendo el control rápidamente, y eso era inherentemente peligroso. Para un DeMarco, el control lo era todo. Completamente, absolutamente esencial.
Inclinó la cabeza hasta que su boca rozó la oreja de ella.
– Debería haber sido yo el que te rescatara, tu verdadero héroe. -Había un filo en su voz cuando había querido que hubiera humor.
Isabella no se atrevió a mirar a Nicolai, pero se inclinó contra su amplio pecho para mantener su oscura cabeza inclinada hacia la de ella.
– Simplemente me protegió de una escoba fugitiva. -susurró las palabras contra la comisura de su boca, su aliento jugueteó con los sentidos intensificados de Nicolai.
Había sabido que ella encontraría la forma de aligerar su corazón. Sus ojos danzaron con humor compartido, uniéndolos. Descubrió que podía respirar de nuevo. Sus dedos se cerraron en la nuca de ella, después vagaron hasta su hombro y bajaron por su espalda, un gesto que pretendía darle las gracias cuando no tenía palabras.
– Es un placer veros a ambas -dio él suavemente a las dos damas-, pero debo pedir que me excuseis, ya que tengo muchos deberes que atender.
Las esposas de sus capitanes miraban resueltamente al suelo, haciendo que Isabella rechinara los dientes una vez más. La mano de Nicolai se deslizó por el pelo de Isabella en una ligera carica.
– Sé feliz, cara mia. Te veré después.
Ella atrapó su muñeca atrevidamente.
– ¿No tienes tiempo para tomar una taza de té?
Se oyó un jadeo colectivo de sorpresa. Incluso los dos capitanes se pusieron rígidos. Isabella sintió que el color subía por su cuello y cara. Una pregunta tan simple era tratada como si hubiera cometido una terrible falta de etiqueta.
Nicolai ignoró a los demás, su visión, su mundo, se estrechó hasta que solo estuvieron ellos dos. Sus grandes manos le enmarcaron la cara, y su mirada vagó hambrientamente sobre ella.
– Grazie, piccola . Desearía tener tiempo. Por ti, cualquier cosa -Su voz sensual estaba llena de pesar-. Pero he tenido a varios emisarios esperando demasiado ya. -Inclinó la cabeza y rozó un beso contra la sien de ella, sus dedos se demoraron durante un momento sobre su suave piel. Bruscamente se giró y a su silencosa y mortal manera se alejó.
Isabella se giró para encontrar a las parejas observándola. Alzó la barbilla y fijó decididamente una sonrisa confiada en su cara.
– Parece que Cook ha preparado un banquete para nosotros. Espero que estéis hambrientos. Grazie, Capitanes, por brindame el placer de su compañía.
– Volveremos en breve -aseguró Rolando a su esposa-. También nosotros tenemos nuestros deberes que atender. -Palmeó la mano de su esposa tranquilizándola antes de alejarse.
Theresa le observó marchar. Estaba temblando visiblemente, sus ojos recorrían la habitación ansiosamente como si esperara que un fantasma saliera volando de las paredes. Violante miró hacia su marido con su mirada esperanzada. Cuando él simplemente se alejó sin volverse a mirar atrás, sus hombros se encorvaron. Casi al instante se recobró y sentó graciosamente.
– Sergio me dijo que la boda será dentro de un ciclo lunar. -Sus ojos se deslizaron especulativamente sobre la figura curvilínea de Isabella-. Debes estar… -Se detuvo lo bastante como para bordear la grosería-…nerviosa.
Theresa se presionó una mano contra la boca para ahogar un jadeo de sorpresa.
Isabella sonrió fríamente.
– Al contrario, Signora Drannacia, estoy muy excitada. Nicolai es de lo más encantador y atento. No puedo esperar a ser su esposa.
Sarina sirvó el té, una mezcla de hierbas y agua caliente, en las tazas. Mantuvo la mirada resultamente en su trabajo, pero Isabella notó que apretaba los labios.
– ¿No estás asustada? -aventuró Theresa.
– ¿Por qué tendría que estar asustada? Todo el mundo ha sido maravilloso conmigo. -dijo Isabella, fingiendo con facilidad abrir los ojos de par en par inocentemente-. Me han hecho sentir como en casa. Sé que seré feliz quí.
Sarina le lanzó una sonrisa encubierta mientras colocaba una bandeja de galletas sobre la mesa. El ama de llaves se desvaneció discretamente a segundo plano, dejando que Isabella se defendiera sola.
Apesar de su juventud, Isabella había estado en situaciones similares antes. Violante Drannacia era una mujer que se sentía amenazada. Estaba decidida a mantener su posición, real o imaginaria, deseando mantener el control sobre las otras mujeres del palazzo . También se sentía insegura de su marido y compelida a advertir a cualquier competidora. Isabella conocía bien las señales.
Violante se atusó el pelo, pareciendo superior y sabedora. Obviamente intimidaba fácilmente a Theresa. Se inclinó acercándose a Isabella y miró cautelosamente alrededor de la habitación.
– ¿No has oído la leyenda?
– Una historia fascinante. No puedo esperar para contársela a mis hijos en una noche oscura y tormentosa -improvisó Isabella. ¿Qué leyenda? se preguntó.
– ¿Cómo puedes soportar mirarle? -preguntó Violante, con mirada desafiante.
La sonrisa decayó en los ojos oscuros de Isabella. Se puso en pie, su joven cara arrogante.
– No cometa el error de olvidarse de sí misma, Signora Drannacia. Puede que yo aún no sea la señora aquí, pero lo seré. No permitiré que se difame a Nicolai de ningún modo. Yo le encuentro guapo y encantador. Si no puede usted soportar la visión de las cicatrices de su cara, cicatrices de un ataque horrible, le pediría que no visitara nuestra casa.
Violante se puso pálida. Se presionó una mano sobre el pecho como si su corazón hubiera revoloteado ante el ataque.
– Signorina, me ha malinterpretado completamente. Es imposible notar las cicatrices cuando se nos ha enseñado a no mirarle. Usted no es de este valle -Tomó un sorbo de té, sus ojos brillanban mientras examinaba la cara de Isabella-. Es innato en nosotros no mirarle directamente, por supuesto.
Requirió una gran cantidad de esfuerzo, pero Isabella mantuvo la compostura. Las mujeres sabían cosas que ella no, pero no daría ventaja a Violante Drannacia haciéndole preguntas personales concernientes al don o el palazzo.