Литмир - Электронная Библиотека

El don le cogió la mano evitando que se envolviera en la colcha, y susurró algo feo por lo bajo.

– Estos no son pequeños arañazos, Isabella. -Su voz era áspera, pero la forma en que el nombre de ella se imprimió en su lengua fue una aterciopelada caricia.

– Yo me ocuparé de ella -El tono de Sarina bordeaba la afrenta conmocionada cuando se inclinó sobre la joven para examinar las heridas.

– Ella es mi novia, Sarina -Había un tono cortante en la voz del don , una nota de burla contra sí mismo que trajo un nuevo flujo de lágrimas a los ojos de Isabella-. Ocúpate de que no sufra ningún otro daño.

Parecía haber un significado oculto en sus palabras, e Isabella sintió pasar un entendimiento entre los otros dos, pero ella no pudo captar su sentido. Su espalda estaba palpitando y ardiendo, y solo quería que ambos la dejaran sola.

– Por supuesto, Don DeMarco -dijo Sarina suavemente, con compasión en la voz-. La vigilaré. Debe reunirse con los que le están esperando. Yo me ocuparé de la Signorina Vernaducci personalmente.

Don DeMarco se inclinó para que su boca quedara cerca de la oreja de Isabella, haciendo que la calidez de su aliento moviera las hebras del pelo de ella y susurrando sobre su piel.

– Pondré en marcha los planes para completar nuestro trato al momento. No te preocupes, cara mía . Se hará.

Isabella cerró los ojos, sus dedos se cerraron en dos apretados puños cuando Sarina empezó comenzó a trabajar en las heridas abiertas de su espalda. El dolor era execrable, y no quería que Don DeMarco lo sintiera con ella. Él ya soportaba bastante dolor. Ella sentía el tormento enterrado profundamente en su alma, y odiaba añadirse ella misma a sus cargas, cargas que ella no tenía esperanzas de entender pero que instintivamente sabía que estaban sobre sus hombros.

Lo que fuera que Sarina estaba haciendo sacaba el aliento fuera del cuerpo de Isabella, así que no tenía forma de responder al don . Pequeñas gotas de sudor brotaban de su frente. Creyó sentir los labios de él rozando su piel, justo sobre el arañazo de su sien.

Un sonido de desasosiego retumbó en la garganta del don.

– Yo hice esto -declaró sombríamente.

Isabella sentía que ese pequeño arañazo era la menor de sus preocupaciones, aunque parecía enormemente preocupante para él.

– Usted nos salvó de un león, Don DeMarco. Estoy apenas preocupada por algo como una marca trivial.

Un pequeño silencio siguió, y sintió la súbita tensión en la habitación.

– ¿Vio un león? -preguntó Sarina suavemente, sus manos inmóviles sobre los hombros de Isabella.

– Don DeMarco, no me equivoqué, ¿verdad? -preguntó Isabella-. Aunque admito que nunca había visto una criatura semejante antes. ¿Realmente los mantiene como mascotas? ¿No teme los accidentes?

El silencio se extendió interminablemente hasta que Isabella cambió de posición, decidida a mirar al don . Con una maldición, Don DeMarco giró sobre sus talones y a su acostumbrada manera silenciosa salió de la habitación.

– Vio a una bestia semejante en la habitación con nosotros, Signorina Sincini. Estoy diciendo la verdad. ¿Usted no la vio? -preguntó Isabella.

– Yo no vi nada. Estaba mirando al suelo, aterrada de que el pájaro me arrancara los ojos. Los halcones están entrenados para atacar los ojos, ¿sabe?

Isabella sintió lágrimas fluyendo de nuevo.

– Hice enfadar al don, y ni siquiera sé por qué. -No podía soportar el pensar en las implicaciones de un pájaro deliberadamente entrenado para atacar a humanos. O en leones vagando dentro del palazzo . O en el don alejándose, disgustado con su comportamiento. Apretó los ojos cerrándolos firmemente, sus lágrimas caían sobre la colcha, giró la cabeza lejos del ama de llaves.

– Don DeMarco tiene muchas cosas en la cabeza. No estaba enfadado con usted. Estaba preocupado, piccola , de veras. Le conozco desde hace muchos años, desde que era un bebé.

El nudo en su garganta evitó que Isabella respondiera. Se había entregado a sí misma a ese hombre a cambio de la vida de su hermano. No tenía ni idea de qué esperaba de ella, ni idea de como actuar o comó la trataría él. No sabía nada de él excepto atroces rumores, pero había atado su vida a la de él.

– Lamento tanto que ocurriera esto, signorina -La voz de Sarina contenía gran cantidad de compasión-. Siento que es culpa mía que esté herida.

– Llámame Isabella -murmuró ella. Mantuvo los ojos cerrados, queriendo dormir, deseando que Sarina le ofreciera su té con hierbas. Pensó en sugerirlo, pero su espalda estaba al rojo vivo, y al parecer no podía encontrar suficiente aire para respirar y hablar al mismo tiempo.

– Por supuesto que no es culpa suya. Fue un accidente, nada más. El pájaro se alteró, y saltó sobre usted. En realidad, temía que podría haberla herido cuando la lancé al suelo. -No mencionó la terrible sensación de maldad entrando en la habitación, esa negra y asfixiante entidad que había sido demasiado real para ignorarla.

Sarina tocó el enrojecido arañazo en la sien de Isabella.

– ¿Cómo ocurrió esto?

Isabella luchó por mantener la voz firme. Su espalda palpitaba y ardía.

– El don estaba siendo muy dulce, pero su anillo raspó mi piel. Fue un accidente, ciertamente sin importancia. -Apretó los dientes para evitar barbotar lo mucho que le dolía la espalda.

Sarina se volvió para responder a un golpe en la puerta, después la cerró rápidamente a ojos curiosos. Mezcló las hierbas que había enviado a buscar y cuidadosamente aplicó la cataplasma a las largas laceraciones. Isabella casi gritó, el sudor brotó de su cuerpo, pero entonces los cortes quedaron dichosamente entumecidos, y pudo respirar de nuevo. Pero todavía estaba temblando de sorpresa y reacción. Hubo otro golpe en la puerta, y esta vez un sirviente ofreció a Sarina una taza del bendito té.

Isabella tuvo que ser ayudada a incorporarse, ligeramente sorprendida por la experiencia. Sonrió pálidamente a Sarina.

– La próxima vez, pidámosle a Alberita que me vierta un cubo de agua bendita en la cabeza antes de salir de la habitación -Acunó con las manos la calidez de la taza de té, intentando absorber el calor.

Sarina rió temblorosamente de alivio.

– Es usted una buena chica, signorina. Su madre sin duda sonrie hacia usted desde el cielo. Gracias por lo que le está dando al don . Él es bueno y lo merece.

Isabella tomó un sorbo de té agradecidamente. Inmediatmanete este alivió sus terribles temblores.

– Espero que todavía diga eso cuando él me encuentre corriendo salvaje por las colinas y frunza el ceño fieramente porque no llego a tiempo a la cena.

– Será para él una buena esposa. -Sarina le palmeó la pierna gentilmente-. Tan pronto como se beba el té, la ayudaré a desvestirse. Dormirá pacíficamente, bambina.

Isabella esperaba que fuera verdad. Deseaba desesperadamente cerrar los ojos y escapar a la envolvente oscuridad. El alivio que sintía porque Don DeMarco hubiera acordado rescatar a su hermano era tremendo. Haría a un lado sus preocupaciones sobre las extrañas mascotas de él y esperaba poder persuadirle de librar al castello de las criaturas más adelante.

Isabella bebió el té dulce y medicinal e hizo lo que puedo por ayudar a Sarina a librarse el andrajoso vestido. Después se tendió sobre el estómago en el suave colchón y permitió que sus párpados cayeran. Sarina se agitó alrededor de la habitación, eliminando toda evidencia del terrible accidente y encendiendo varias velas aromáticas para disipar las crecientes sombras y proporcionar una suave fragancia. Le acarició el pelo hasta que la prometida del don estuvo adormecida, después se marchó, cerrando la puerta con llave cuidadosamente.

Isabella despertó con suaves susurros. Una gentil voz femenina la llamaba. La habitación estaba oscura, las velas oscilanes estaban casi completamente consumidas, la cera se acumulaba en charcos aceitosos y las llamas humeaban.

Giró la cabeza y vio a Francesca sentada en su cama, retorciendo ansiosamente las manos y escudriñándola. Isabella sonrió adormiladamente.

– ¿Qué pasa, Francesca? -preguntó, su voz tan tranquiliadora como podía en las presentes circunstancias.

– Él te hizo daño. Nunca pensé que fuera a hacerte daño. Te habría dicho que huyeras, Isabella, de veras. Tú me gustas. Te habría advertido que te fueras si hubiera pensado por un momento que… -Había un cualidad infantil en la voz de Francesca, como si dijera la simple y cándida verdad.

La medicina del té estaba todavía en el cuerpo de Isabella, haciéndola sentir adormilada e ingrávida.

– ¿Quién crees que me hizo daño, Francesca? Nadie me ha hecho daño. Fue un accidente. Sin la menor importancia.

Se hizo un pequeño silencio.

– Pero todo el mundo está diciendo que él te golpeó, cortando terribles cuchilladas en tu cuerpo, y que te habría devorado si Sarina no le hubiera detenido entrando en la habitación. -Brotaban lágrimas de los ojos de Francesca, cruzó los brazos sobre su pecho y se meció atrás y adelante como para consolarse a sí misma.

– Seguramente no quieres decir Don DeMarco -dijo Isabella adormilada.

Francesca asintió.

– He oído muchas historias semejantes sobre su crueldad.

– ¿Quién diría cosas tan terribles? Puedo asegurarte, Francesca, que Don DeMarco fue un perfecto caballero, y me salvó la vida. Y la vida de Sarina también. Seguramente su gente no le odia lo suficiente como para contar tales historias. Eso es una crueldad en sí misma. Deberían vivir bajo el mando de un hombre como Don Rivellio si desean ver la diferencia. -Isabella trató de reconfortar a la joven, pero la conversación la perturbó. Había oído todas las advertencias susurradas; incluso los propios sirvientes del don habían intentado bendecirla cuando pidió una audiencia con él. Quizás había cosas que ella no sabía-. ¿Alguna vez le has encontrado injusto o cruel? ¿Un hombre que apuñalaría a una mujer y la devoraría?

– ¡Oh, no! -Francesca sacudió la cabeza precipitadamente-. ¡Nunca! Pero bajé la colcha mientras estabas durmiendo, y vi tu espalda. Seguramente eso dejará cicatriz. ¿Cómo puede haber ocurrido?

– El halcón se asustó e intentó atacar a Sarina. Yo estaba en medio. Parece mucho peor de lo que realmente es. -Isabella estaba empezando a despertar apesar de la medicina. Se sentía tiesa e incómoda y necesitaba visitar el baño. Fue toda una lucha sentarse. Francesca, observándola con gran interés, se echó a un lado para darle más espacio para maniobrar.

12
{"b":"97741","o":1}