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Me acerqué a la ventana para airearme las ideas. El tipo seguía en medio del aparcamiento, metido en el motor del VW como si fuera la boca de un hipopótamo, y la mujer dormía en el asiento de lantero, con la cabeza caída hacia atrás. Sí, la vida está llena de imágenes horrorosas; no siempre es fácil, en la noche, poder entrar en una habitación y sentarse en el borde de la cama para desabrocharse tranquilamente los cordones, y a continuación deslizarse entre las sábanas y mirar al techo con el corazón ligero.

El viejo nos deseó buenas noches y la chica me dijo si quieres puedo enseñarte tu habitación. Le dije sí, y al pasar cogí una última cerveza; no tenía ningunas ganas de que me despertaran a media noche los aullidos de las hienas o las risas de los monos.

La chica me condujo hasta una habitación situada al fondo de un pasillo. Inmediatamente fui a comprobar si la cama era del tipo adecuado, es decir, no demasiado blanda, porque no estoy en contra de una cierta rudeza. Era perfecta aquella cama, así que me estiré con la sonrisa en los labios, pero la chica se quedó en el marco de la puerta. Crucé las manos detrás de la cabeza para ver lo que iba a venir.

– No estoy cansada -dijo ella-. ¿Qué te parece si jugáramos a algo?

Temí comprender y me incorpore apoyándome en un codo.

– ¿Estás pensando en una partida de dominó? -pregunté.

– Sí, si te parece. O de ajedrez.

– No, estoy demasiado reventado. Trae el dominó.

Fue a buscar las fichas y nos instalamos encima de la cama. Encendí un cigarrillo mientras ella mezclaba el juego y yo tenía mi cerveza bien sujeta entre las piernas; sólo faltaba un poco de música para que la cosa fuera perfecta. No existe en el mundo un juego más relajante que el dominó, sobre todo si se juega con cierto distanciamiento.

– ¿Te gustaría un poco de música? -preguntó ella.

– Sí, cualquier cosa excepto jazz.

Se levantó y volvió con un magnetófono y una pila de casettes.

– ¿Supertramp? -preguntó.

– Tampoco conviene exagerar -dije yo.

– ¿Fela?

– Perfecto. Para empezar ahí va el doble seis.

Hicimos unas cuantas partidas en silencio, absortos en el juego y en la música. Las fichas se alineaban en los pliegues de la colcha. La cosa era un poco confusa, pero la chica jugaba bien y yo no pensaba en nada, a veces la noche empieza con una pendiente suave. Rebebía tranquilamente mi cerveza mirando el techo cuando ella me preguntó:

– ¿Qué edad tienes?

– Tendré treinta y cuatro el mes que viene.

– ¿Se ha adelantado algo a los treinta y cuatro?

– No, creo que no…

– De verdad, no puedes ni imaginarte qué mierda me parece esta vida.

– Es un buen principio. Es una prueba de que tienes buena salud.

– Quisiera encontrar algo que me mantuviera en pie, algo que, realmente valiera la pena.

– Es una carrera enloquecida en la soledad helada -comenté.

– No es ninguna broma…

– Claro que no, pero es más aconsejable mantenerse a cubierto. Mira a tu alrededor, ¿crees que la gente se preocupa por saber si la vida tiene sentido? No, evidentemente no, lo que les interesa es protegerse de los golpes duros, aprovechar el máxime tiempo posible y pensar lo mínimo. Por eso vivimos en un mundo duro, con escaparates llenos de mierda y calles vacías que no llevan a ninguna parte.

– ¡Mierda, me cortas todas las salidas!

– Sí, lo jodido de la cerveza es que nunca sabes si tienes que llevar un cazamariposas o una bazuca. La verdad es que la cosa no está tan negra, pero hay que saber liberarse un poco. Creo que, a fin de cuentas, no soy un tipo desesperado.

Ella pareció desentenderse de la conversación y suspiró mirándose las manos.

– ¿Tú crees que la vida tiene sentido? -me preguntó.

– Un día mis piernas ya no me aguantarán -contesté-. Una enfermera me llevará al fondo del jardín, y me pasaré días enteros con la mirada inmóvil, babeando bajo un rayo de sol blanco.

Puse las fichas boca abajo y las desparramé por la cama.

– Fíjate -continué-, no creo que pueda ayudarte demasiado. Cuando veo a toda esa gente de tu generación corriendo furiosamente a la caza de un trabajo y haciéndoseles la boca agua ante LA SEGURIDAD, me pregunto si no sería mejor detenerse ya. De lo contrario, no vengas a buscarme dentro de diez años, cuando tus amigas se vayan a practicar deportes de invierno, y tú te quedes sola en una habitación congelándote el culo con montones de facturas sin pagar. También hay que ver ese lado del problema.

– Sí, pero no puedo liquidar los deportes de invierno. Ni las playas. Y no tengo ningunas ganas de tener un coche grande ni una casa inmensa; ¿sabes?, me fastidiaría mucho desear lo mismo que todo el mundo. Me daría miedo.

– Eres una especie de extraterrestre -le dije.

– Ya vale, no me tomes por gilipollas.

– No te lo creas -le dije-. Pero si fuera tu padre, pensaría «Mejor que ese tipo se la tire antes de que la destruya con sus ideas de mierda sobre la vida».

– Lo mejor es que no te conozco en absoluto. Por eso tengo ganas de hablar contigo, me parece realmente fácil.

– Creo que he perdido esa frescura de alma -dije-. Pero te comprendo. Yo ahora hablo solo, así no jodo a nadie.

– ¿Quieres decir que ya estás harto? -me preguntó.

– Bueno, estoy cansado.

– Vale, te dejo. Pero de todas formas quisiera tener tu opinión acerca de una cosa.

– A ver, ¿cuál es el problema?

– ¿Tiene sentido la vida?

Me estiré hacia atrás, sobre la cama, y encendí un cigarrillo. Puta mierda, esperaba de mí algo profundo y eso no era mi especialidad, yo era un tipo aéreo y sabía que era necesario que no fallara el golpe. Inundé la habitación con una nube de humo azulado, con la vista fija en el techo:

– Por supuesto -afirmé-. Me cago en la puta, claro que sí.

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