– ¡¡¿Rimbaud…?!! -exclamó.
– Sí, y me pregunto si te crees tan hacha como para darle consejos a Rimbaud…
Soltó una risita nerviosa. Lo dejé con su problema y me levanté para poner un poco de música. Siempre he tenido suerte con las casas en las que he vivido, nunca me han tocado dueños pesados, ni vecinos del tipo tarado con una escopeta o un fusil, ni viejas que apuntan todas tus idas y venidas; siempre he podido oír música, y cuando digo oír música, quiero decir hacer que tiemblen un poco las paredes y tener un buen contacto con ella. Elegí un pasaje de La Bohème un poco denso. A continuación fui decididamente hasta la cocina y me encerré con llave.
Era realmente agradable estar al fin solo y sentir el tacto de la llave en mi puño cerrado. Era verdaderamente agradable. Los había jodido a todos en un abrir y cerrar de ojos. Apagué la luz para aprovechar los reflejos de la luna, para degustar ese instante extraño; pero los otros no tardaron en dar su réplica.
– ¡Eh, oye! ¡Abre ya! ¿Qué demonios estás haciendo ahí adentro?
– Dejadme en paz.
– Pero si estás encerrado. ¿Te has vuelto loco o qué?
– Estoy en mi casa -dije.
– Mierda, abre de una vez. ¡Te has encerrado!
Siguieron así durante un rato, pero sin llegar a reventar puerta. Me senté en una silla sin pensar en nada concreto, sino en cuánta gente hay en este vasto mundo, cuántos tipos parapetados en su cocina y lanzando guiños a las gaviotas, y poco faltó para que siguiera con mi novela. Siempre debería de darse lo mejor de uno mismo, sin desaprovechar nada.