– De verdad -dijo-, ¿lo haces a propósito?
– Están permitidos todos los golpes -aseguré.
– Mierda, no tengo ganas de que esta historia acabe mal. Tenemos que ir a buscarla…
Me solté y me apoyé bien erguido en el fondo del asiento. Había demasiada luz en aquel chiringuito, no podía concentrarme. Me retorcí un poco las manos y me eché a reír.
– Vamos a ver, ¿qué rollo es ese? -pregunté.
– Sé de qué estoy hablando -dijo ella.
Levanté la cabeza para mirar la sala por encima de su hombro, para mirar a los tres tipos silenciosos pegados a la barra, a la chica que bostezaba en un rincón y a la vieja que devoraba un croissant. Luego, en aquel mismo momento, entró alguien. Dejó la puerta abierta durante uno o dos segundos y penetró en aquel antro un poco de vida, una nube de polvo invisible. No sé bien qué, no Puedo explicarlo, pero el mundo pesó mucho menos y dejé de sentirlo. Crucé los brazos sobre la mesa y me incliné hacia ella.
– Bueno, de acuerdo, tía. A ver, dime exactamente qué vamos a hacer.