Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Bueno -murmuró-, pero nos avisaron, ¿no? Tuve tiempo de sobra para largarme…

– Claro -contesté-. Pero imagínate que la próxima vez tu amiga no esté en el despacho en el momento adecuado, ¿qué va a pasar, eh?

– No, hombre, no, le pagan para saber dónde está cada poli, clava banderitas en un mapa de la zona. No son tantos, ¿sabes? De verdad que no hay ningún peligro. Cuando vuelvan, lo sabremos porque nos llamará por teléfono.

– Lo pintas demasiado hermoso. Nunca sé si se puede abusar de la suerte.

– Podemos -dijo-. ¡Te juro que podemos!

La verdad es que casi me había olvidado de aquellos dos tipos, y discutía por el placer de discutir, para hacerle un pequeño lugar en mi noche. No la veía demasiado bien, sólo veía aquellos shorts blancos en los que había clavado mi mirada, pero podría haber sido cualquier otra cosa, una oreja o una pequeña vena azul bajo su muñeca. Su voz realmente no me gustaba, y respiro cuando una chica tiene algo que no me gusta. Cuando me gusta respiro aún más deprisa, pero siempre he logrado salirme, siempre se encuentra algo que desafina si se busca bien. A veces uno se salva por un destello de locura, que puede venir de cualquier lado.

Pero era una presencia agradable; quiero decir que lo es cuando te has pasado parte de la noche desvariando en una silla, cuando has añadido una página más a la jodida novela, cuando has bebido un poco y empiezas a desconfiar de la realidad de las cosas. Sí, era agradable tener a esa chica a mi lado, poder hablar dos o tres palabras con ella, mirarla, compartir el aire de la habitación; era agradable sentirse cansado sin tener necesidad de moverse, simplemente teniendo una mano entre sus muslos. Cualquiera habría encontrado agradable una cosa así.

17
{"b":"94734","o":1}