– De acuerdo -dije-. Ya veo.
– ¿Te lo imaginas…?
– No, pero la verdad es que entiendo que siga viviendo en casa de sus padres.
Cecilia bajó la cabeza, pero sus tetas seguían llamándome. Debía de haberlas enviado como exploradoras.
– ¿Así, qué? ¿Te parece bien?
– Me pones entre la espada y la pared -le dije.
Adelanté una mano hacia su muslo, pero no quería ponerme enfermo, así que no insistí demasiado. Era sólo para hacerme una idea.
– Te echaré a la calle sin explicaciones -dije.
Durante el camino de regreso, las dos chicas se durmieron en la parte trasera del coche. Hacía buen tiempo y yo no quería pensar en nada, sólo miraba el cielo distraídamente, con un brazo apoyado en la puerta. Marc me echaba ojeadas de vez en cuando y aprovechó una larga recta para decirme.
– Eh, ¿no te interesa saber cómo me lo monto?
– A ver si eres más preciso, chico.
– Coño, cómo me lo monto para escribir. Te iría de fábula conocer mi truco. ¿Sabes cómo hago para escribir una historia?
– Ten cuidado. No sueltes el volante -le dije.
– Vale. Bueno, cojo cualquier libro al azar, cualquier cosa, no importa, ¿sabes?, y luego elijo tres palabras a ciegas, ¿me sigues?
– Sin ningún problema.
– Puedo encontrarme con verdaderas maravillas, ¿te imaginas? No sé, por ejemplo COCHE-GALLETA-TUBO, ¿vas viendo?
– Claramente.
– Bueno, pues fíjate. No necesito más. Empiezo mis historias así y puedo asegurarte que echan chispas.
– No lo dudo -dije.
– El problema está en que no tengo tiempo suficiente, en que tengo tantas cosas que hacer… Pero ya estoy viendo el final y muy pronto voy a mandárselo todo a un editor.
– Has encontrado un filón inagotable -le dije-. No tienes por qué cansarte, hombre.
Tuvo que dar una curva larga y fastidiosa antes de volver a la carga.
– Veo que os habéis arreglado con Cecilia, ¿eh?
– Pse. Lo consiguió.
– No te preocupes, le buscaré un apartamento rápidamente. Voy a ocuparme de ella.
– Hazlo bien -le dije.
– Me importa un comino pero, ¿sabes?, la conozco desde hace tanto tiempo que me siento un poco responsable de ella.
No le contesté y me abstraje liando un canuto para dos; lograba hacerlo a pleno viento. A continuación pulsé el encendedor, y cuando volví a prestarle atención, me estaba explicando algo sobre platillos volantes:
– … y coño, te juro que no estaba soñando, era realmente un puto platillo que acababa de aterrizar en el jardín, se veía una especie de luz dorada…
– ¿En serio?
– Sí, sí, te lo juro, ya sé que parece una locura, pero te lo juro ¡había una luz alrededor! Lo tengo grabado en la cabeza. No me crees, ¿verdad?
– Claro que te creo -le dije.
– De todos modos, es verdad.
– Mira, no te lo tomes a mal, pero sinceramente tu historia me importa un rábano y me importa otro rábano saber si es cierta o no. Lo único que me importa es cómo la explicas. Venga, sigue, hazme soñar.
Mi observación más bien le cerró el pico. No era lo que yo quería de verdad que no, tenía ganas de oír hablar de los hombrecitos verdes y del rayo de la muerte. Le pasé el porro y lo cogió sin decir ni una palabra. El sol se ponía.
– Espero que sepas apreciar la suerte que tienes -le dije-. Las experiencias son cosas buenas para tipos como nosotros, porque así tenemos memeces para contar.
El tipo parecía un juguete roto.
– ¡Eh! -exclamé-, dime algo, hombre. No vamos a estar todo el camino sin hablar. Al fin y al cabo, somos seres humanos, ¿no?
Pero se había ofendido de verdad y no fui capaz de sacarle ni una palabra más. Así que me pasé el resto del viaje con la cabeza apoyada en el respaldo, mirando cómo caía la noche, y lancé un suspiro de alivio cuando llegamos; finalmente pude sacar el culo de su coche de mierda.
Di la vuelta a toda velocidad y me pegué a su puerta para impedir que bajara.
– Bueno, gracias por el paseo -le dije-. Pero ahora me siento un poco cansado. Buenas noches.
Las chicas bajaron. El tipo se puso de pie sobre el asiento y pasó por encima del respaldo.
– Espera, tengo que darle sus maletas.
Me volví hacia Cecilia.
– ¿Se leía en mi cara? -le pregunté.
– Eras mi última oportunidad, si no, no sé dónde habría ido.
– Me hace sentir bien eso de que me consideren una especie de arcángel -dije.
Marc aprovechó la ocasión para empuñar las maletas. Decidí dejar que las llevara hasta la puerta. Apenas hube abierto, se precipitó al interior empujando a todo el mundo.
Encendí la luz. Miró la habitación con aire sombrío.
– ¡Eh, no hay más que una cama! -soltó.
– Claro, ¿o te crees que esto es un hotel?
– Bueno, entonces las dos chicas pueden meterse en la cama y yo te ayudo a instalar algo en el suelo para ti.
Me acerqué a él sonriendo.
– Óyeme, ¿qué crees estar haciendo exactamente? ¿Te crees que estás instalando a tu amiguita en casa de otro? ¿Te lo crees de verdad?
Me dedicó una especie de mueca dolorosa.
– Claro que no, qué va.
– Bueno. Entonces, ya nos veremos cualquier día de éstos, pero esta noche estoy cansado. Querría estar un poco tranquilo en mi casa. Te acompaño hasta la puerta, chico.
Trató de lanzar una última mirada a Cecilia, pero ella tenía la vista en otra parte. Era una chica bastante dura.
Cerré la puerta a sus espaldas, y justo después oí el chirrido de los neumáticos de su coche. A lo mejor tenía razones para sentirse un poco nervioso, la vida no siempre es de color de rosa. Fui hasta la nevera y me bebí una cerveza; la noche no había traído ni ull poco de aire fresco.
Cuando volví a la habitación, Lili estaba ya dormida en un sillón y Cecilia abría sus maletas. Era demasiada gente de golpe, sobre todo para un tipo que vive solo, y que había pagado un precio muy alto por un poco de libertad. Debía de estar totalmente enfermo.
– Bueno, creo que voy a darme un baño -dije.
– Vale, yo iré después. No te preocupes por mí.
Me cogió un desfallecimiento mientras veía correr el agua del baño. No había dormido lo suficiente y hay períodos así, en los que uno tiene la impresión de que todo sucede al mismo tiempo y de que el cerebro también empieza a cansarse. Prácticamente no había visto a nadie durante toda la época en que estuve trabajando el mi novela, pero la presa había cedido de golpe. Tiré mis cosas el un rincón y me metí en el agua. Realmente es una suerte eso de poder cerrar los ojos de vez en cuando.
Levanté un párpado cuando la oí entrar; llevaba los brazos cargados de frascos y de botes de potingues. Se plantó delante del espejo sin prestarme atención y colocó todas sus cosas encima de la repisa. Creo que incluso desplazó las mías; no lo sé porque no llegaba a verlo bien, me daba la espalda. Hizo otro viaje. Así es cuando se instala una mujer, siempre da un poco de miedo. Parecía feliz al poder colocar todas sus cosas a su alrededor, es su equilibrio; pero lo que me parte por el eje, es comprobar a qué velocidad llegan a instalar un decorado, a tejer una tela o a construir una fortaleza.
Yo no hacía ningún ruido en el agua, pero estaba bien despierto. La espiaba tranquilamente y seguía sus menores gestos. Era un espectáculo agradable y silencioso. Era como si me hubieran salido las tres campanas en una máquina tragaperras y no acabara de salir el premio. Más tarde, le hice poner un pie en el borde de la bañera y me la tiré.