Ella atravesó la habitación envuelta en una toalla, la mía según me pareció, y oí que hurgaba en su bolsa. A continuación, se plantó frente a mí con sus pequeñas bragas de topos rojos y se rascó el brazo.
– ¿Dónde me meto para dormir? -me preguntó.
– Bueno, sólo tenemos una cama para los dos, pero es grande. Tendría que servir.
– Cuando duermo, no me muevo nada.
– Aja, y yo tampoco.
Dio media vuelta sin más y subió a la cama. Se cubrió con la sábana dándome la espalda.
– No me acostaré enseguida -le dije-. ¿Puedo poner música?
– Sí, pero hay demasiada luz.
Me levanté y lo apagué todo. Me quedé un momento en la oscuridad para infundirme valor. Tenía que esperar a que llegara, no podía hacer nada sin eso, es una verdadera mierda para dar lo mejor de uno mismo. Lo más duro del mundo.
Me concedí una cerveza para ayudarme. Me la bebí tranquilamente. Subí el volumen de la música un poco, era una cosa africana con mucho metal, y cabalgué en mi taburete de oro macizo, esa porquería dura e incómoda. Me gusta estar un poco mal cuando escribo, formo parte de la vieja escuela, estoy de acuerdo en que hay que sufrir un poco.
Me puse a escribir iluminado por un rayo de luna, y al cabo de una hora estaba realmente hasta los huevos. Tenía que parar cada cinco minutos para doblarme hacia atrás o para mover la cabeza mientras me restregaba los ojos. Aún no tenía el título, pero la cosa no iba mal del todo. Utilizaba todas las gilipolleces que me habían pasado, recurría a gente que había conocido y tenía que tener cuidado para no abandonarme a mis delirios, porque todo bajaba en cascada.
A veces me divertía realmente, pero en conjunto era más bien duro. Ésa era la buena proporción, e intentaba sobre todo velar por la pureza de mi estilo, que en realidad era todo lo que me interesaba. La historia no tenía tanta importancia, y podía permanecer horas y horas detenido ante una pequeña frase que me bloqueaba, o cabalgar durante largos kilómetros con buen ritmo. No hago ningún tipo de bromas cuando digo estas cosas, casi me saltan las lágrimas de los ojos.
Antes de que amaneciera, había liquidado un pasaje de extraña belleza. Parecía un Kerouac en sus mejores momentos, aunque el tipo había muerto, y entretanto yo había conocido la lanzadera espacial, la recesión mundial y el período del neo-rock. No hice ninguna corrección porque no quería encender la luz. Casi siempre era así; me sentía totalmente vaciado al terminar; era incapaz de tomar un poco de distancia. Todas las materias de la vida vienen Por eso. El chiste, cuando uno escribe, es que siempre puede volver atrás; es menos peligroso que en el teatro, o que trabajar frente a una prensa hidráulica ocho horas al día, con ganas de bostezar. Metí las hojas en el cajón mientras carraspeaba, me quedé en pelotes y me acosté. Estaba completamente muerto.