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– Sí, pero… -Se interrumpió, mordiéndose el labio-. No me gusta esto, Julián.

– Pronto terminará todo. -Se ajustó los pantalones y se sentó para calzarse las botas-. Regresaré a casa antes de que amanezca, a menos que hayas dejado a Waycott tan «grogui» que no pueda entender ni una palabra de nuestro idioma.

– No le puse tantas hierbas como a ti, pues tenía miedo de que se diera cuenta del sabor extraño.

– Qué lástima. Me habría gustado que Waycott sufriera el mismo dolor de cabeza horrible que padecí yo.

– Esa noche habías estado bebiendo, Julián -le explicó ella seriamente-. Eso alteró los efectos de las hierbas. El sólo tomó té. Se despertará con la mente despejada.

– Lo tendré en cuenta. -Julián terminó de ponerse las botas. Caminó hacia la puerta y se detuvo para mirarla. Sintió una fuerte posesión hacia ella y luego una inmensa ternura. Se dio cuenta de que Sophy significaba todo para éL Nada en el mundo era más importante que su dulce esposa.

– ¿Olvidaste algo, Julián? -le preguntó ella desde las sombras de la cama.

– Sólo un pequeño detalle -dijo él. Soltó el picaporte y volvió junto a la cama. Se inclinó y la besó en la boca una vez más-. Te amo.

Julián vio que Sophy abría los ojos desmesuradamente, ante semejante sorpresa. Pero no podía darse el lujo de perder tiempo en explicaciones y detalles. Volvió a la puerta y la abrió.

– Julián, espera…

– Volveré cuanto antes. Luego hablaremos.

– No, espera. Debo decirte algo más. Las esmeraldas.

– ¿Qué pasa con ellas?

– Casi lo olvido. Waycott las tiene. Las robó la noche que mató a Elizabeth. Están en la canasta que está junto a la chimenea, justo debajo de su pistola.

– Qué interesante. Debo recordar traerlas de regreso conmigo -dijo Julián y salió al pasillo.

Las viejas ruinas normandas constituían un conjunto de piedras exóticas y poco atractivas entre las sombras de la noche. Por primera vez en años, Julián reaccionó ante ellas de la misma manera que cuando era niño. Se trataba de un lugar en el que cualquiera podía creer en la existencia de fantasmas. El pensar que Sophy había estado cautiva en los oscuros confines de ese lugar, echó más leña al fuego a la ira que ardía dentro de él

Había logrado disimular su furia frente a Sophy porque sabía que, de lo contrario, la habría alarmado. Pero vaya si había tenido que recurrir hasta al máximo esfuerzo para dominarse. Una cosa era cierta: Waycott tendría que pagar por lo que había querido hacerle a Sophy. Por lo que Julián podía apreciar, no había indicios alrededor de las ruinas. Llevó a su caballo negro hacia el monte más cercano, desmontó y ató la rienda a una rama que le pareció segura. Después se abrió paso entre los fragmentos de piedra hasta la última pared que aún quedaba en pie. No se veían luces que provinieran de las aberturas que estaban en lo alto de la pared. El fuego que, según Sophy, había ardido en la chimenea sin duda se habría convertido en cenizas.

Si bien Julián tenía mucha fe en las habilidades de Sophie con las hierbas, decidió no dejar nada librado a la suerte. Entró al recinto donde ella había estado con extrema cautela. Nada se movía. Julián se quedó parado en la puerta abierta, esperando adaptarse a la oscuridad. Y luego vio el cuerpo de Waycott tirado junto a la chimenea.

Sophy tenía razón. Todo habría sido mucho más sencillo si se tomaba el arma y se disparaba en la cabeza del vizconde. Pero había ciertas cosas que un caballero no debía hacer. Julián meneó la cabeza y fue hacia la chimenea a reavivar el fuego.

Cuando terminó, tomó un banco y se sentó. Miró el interior de la canasta y vio las esmeraldas debajo de la pistola de bolsillo. Con una gran satisfacción, recogió el collar y observó su resplandor en la luz del fuego. Las esmeraldas de Ravenwood se verían estupendas en la nueva condesa de Ravenwood.

Veinte minutos después, el vizconde se movió y se quejó. Julián observó, inmóvil, mientras Waycott recuperaba el sentido. Siguió esperando mientras el hombre parpadeaba y fruncía el entrecejo frente al fuego. Esperó a que se sentara y llevara una mano a la sien. Esperó hasta que el vizconde cayó en la cuenta de que había alguien más allí.

– Es verdad, Waycott. Sophy está a salvo en casa, de modo que tendrás que vértelas conmigo ahora. -Casualmente, Julián dejó que las esmeraldas cayeran cual cascada, pasándolas de una palma de la mano a la otra-. Supongo que era inevitable que en algún momento, llegarás demasiado lejos. Eres un obsesivo, ¿no?

Waycott retrocedió hasta que estuvo sentado contra la pared. Apoyó su rubia cabellera contra las piedras húmedas de la pared y miró a Julián con profundo odio.

– De modo que la querida y pequeña Sophy fue corriendo directamente hacia ti, ¿no? Y creíste cada una de sus palabras, supongo. Quizá yo sea un obsesivo, Ravenwood, pero tú eres un tonto.

Julián miró las esmeraldas.

– En parte tienes razón. Fui tonto una vez. Hace tiempo. No supe darme cuenta de que era una bruja la que se presentaba ante mí vestida de seda en un salón de baile. Pero esa época terminó. En cierto modo, me das pena. De una manera u otra, todos pudimos ya liberarnos de las redes de Elizabeth, pero tú, aparentemente, sigues atrapado.

– Porque yo era el único que la amó. El resto de vosotros sólo quería usarla. Tú querías arrebatarle su inocencia y su belleza, para destruirlas para siempre. Yo sólo quería protegerla.

– Tal como he dicho, estás tan obsesionado como siempre. Si te hubieras contentado con sufrir a solas, yo habría seguido ignorándote. Pero escogiste a Sophy como medio para vengarte contra mí. Y no puedo pasar eso por alto… Te lo advertí, Waycott. Ahora pagarás por haber inmiscuido a Sophy en esto y terminaremos con todo este asunto de una vez.

Waycott rió.

– ¿Qué te dijo tu pequeña y dulce Sophy que sucedió hoy aquí? ¿Te dijo que la encontré en el camino, cerca de la laguna? ¿Te dijo que había ido a ver a la vieja Bess para que le diera algo para abortar, como lo había hecho Elizabeth? Tu querida, dulce e inocente Sophy ya está planeando quitarse de encima a tu heredero, Ravenwood. No quiere llevar en sus entrañas a tu mocoso, igual que Elizabeth.

Por un instante, las palabras de Sophy recorrieron su mente: «No quiero que me presiones a una maternidad prematura". Experimentó cierra culpa.

Julian meneó la cabeza y sonrió a Waycott.

– Eres tan astuto como un ladrón para clavar un puñal por la espalda, pero esta vez fallaste, Waycott. Verás, Sophy y yo hemos aprendido a conocernos bien. Es una mujer honorable. Hemos hecho un trato y si bien no me complace mucho decir que a veces yo no lo he cumplido bien, ella siempre se mantuvo fiel a su palabra. Sé que ella fue a ver a Bess para comprar una nueva remesa de hierbas, no para pedirle un aborto.

– Si realmente crees eso, Ravenwood, eres un tonto. ¿Sophy también te mintió respecto de lo que pasó en esa litera? ¿No te dijo lo rápido que se levantó las faldas y se abrió de piernas para mí? No tiene mucha habilidad, pero con la práctica aprenderá.

De pronto, la furia de Julián fue incontenible. Dejó caer las esmeraldas al piso y se puso de pie con un movimiento rapidísimo. En dos pasos acortó la distancia que lo separaba de Waycott y lo tomó de las solapas de la camisa. Después lo puso de pie y le propinó un puñetazo en medio de su bello rostro. Algo se le rompió en la nariz y Waycott empezó a sangrar. Julián volvió a golpearlo.

– ¡Hijo de puta! ¿No quieres admitir que te casaste con una prostituta? -Waycott se deslizó lateralmente, sobre la pared, limpiándose la sangre de la nariz con el dorso de la mano-. Pero es cierto, canalla, basura. ¿Cuánto tiempo ibas a tardar en darte cuenta?

– Sophy jamás se deshonraría a sí misma ni a mi. Sé que no te ha permitido que la toques.

– ¿Por eso reaccionaste de inmediato cuando te conté lo que pasó entre ella y yo?

Julián ya no podía contener su ira.

– No tiene caso conversar contigo, Waycott. Cada vez que lo intento, no logras razonar. Supongo que debería compadecerte, pero me temo que ni a un loco puedo permitirle que insulte a mi esposa.

Waycott lo miró inquieto.

– Ambos sabemos que no me retarás a duelo.

– Desgraciadamente, tienes razón -coincidió Julián, pensando en el juramento que le había hecho a Sophy. Ya le había roto muchas promesas hasta el momento. No estaba dispuesto a faltarle otra vez a la palabra, aunque por dentro estuviera muriéndose por balear a Waycott. Caminó hacia la chimenea y se quedó mirando el fuego.

– Lo sabía. Le dije que jamás arriesgarías el cuello por ninguna mujer. Has perdido el gusto por la venganza. No me desafiarás.

– No, Waycott, no te desafiaré. -Julián se entrelazó las manos sobre la nuca y se dio vuelta para mirarlo y sonreírle con frialdad-. No por las razones que tú crees, sino por otras, de índole privada. Quédate tranquilo, no obstante, porque esa decisión no me impedirá aceptar un reto a duelo por tu parte.

Waycott pareció confundido.

– ¿De qué rayos estás hablando?

– No te retaré a duelo, Waycott. He hecho un juramente al respecto y debo cumplirlo. Pero creo que podremos arreglar la cuestión de manera tal que seas tú el que me rete a duelo a mí. Y cuando lo hagas, te prometo que estaré ansioso por aceptar. Ya he elegido a mis padrinos. Daregate y Thurgood. ¿Los recuerdas? Se sentirán sumamente felices de colaborar conmigo y controlar que el duelo se conduzca con toda justicia. Ya sabes muy bien que Daregate se da cuenta enseguida cuando hay trampa. Hasta puedo proveer las pistolas. Espero el momento que te sea conveniente.

Waycott se quedó boquiabierto.

– ¿Y por qué habría yo de retarte a duelo a tí? No fue tu esposa la que me traicionó.

– No es un caso de infidelidad conyugal. Aquí no hubo traición. No pierdas tu tiempo y tu saliva tratando de convencerme de que me han puesto los cuernos porque no es cierto. La poción soporífera del té y la soga que usaste para atarla son evidencias suficientes. Pero sucede que yo la creí aun antes de ver las pruebas. Ya sé que mi esposa es una mujer de honor.

– ¿Una mujer de honor? El honor es un término que no tiene ningún significado para una mujer.

– Para una mujer como Elizabeth no, pero para alguien como Sophy tiene mucho significado. Pero no volveremos a tocar el tema del honor. No tiene ningún caso porque tú no sabes lo que es el honor. Ahora, vayamos a lo nuestro.

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