Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

11

– Tal vez -dijo Julián con esa fría indiferencia que tanto la impresionaba-, dadas las circunstancias, tengas a bien explicarme todo esto desde un principio.

Las palabras quebraron el ominoso silencio que había reinado en la biblioteca desde la llegada de Sophy, pocos momentos atrás. Desde entonces, Julián se había quedado callado, sentado tras su macizo escritorio, mirándola con su habitual expresión inescrutable, mientras se decidía a dar comienzo a lo que sin duda sería la más desagradable de todas las entrevistas.

Sophy inspiró profundamente y levantó el mentón.

– Ya conoces lo esencial de la situación.

– Sé que debes de haber recibido una de las notas de la señorita Featherstone. Te agradecería mucho si tuvieras la gentileza de explicarme por qué no me la entregaste de inmediato.

– Ella se acercó a mí, no a ti, con sus amenazas. Consideré que era una cuestión de honor responder.

Julián entrecerró los ojos.

– ¿De honor, señora?

– Si la situación hubiera sido a la inversa, milord, tú habrías procedido de la misma manera que yo. No puedes negarlo.

– ¿Si la situación hubiera sido a la inversa? -repitió-. ¿De qué rayos estás hablando?

– Estoy segura de que me entiendes bien, milord. -Sophy se dio cuenta de que estaba entre el llanto y la furia, lo que constituía una volátil combinación de emociones-. Si algún hombre te hubiera amenazado con publicar pormenores de una… indiscreción del pasado por mi parte, lo habrías retado a duelo. Sabes que habrías procedido exactamente igual que yo y no puedes negarlo.

– Sophy, eso es ridículo -gruñó Julián-. No pueden compararse las dos situaciones. No te atrevas a trazar paralelos entre tus censurables actos de esta mañana y lo que yo habría hecho en una situación similar.

– ¿Por qué no? ¿Acaso se me niega la oportunidad de satisfacer mi honor simplemente porque soy mujer?

– Sí, maldita sea. Quiero decir, no. Por Dios, no trates de confundir las cosas. El honor no requiere de ti lo mismo que requeriría de mí en una situación parecida y tú lo sabes muy bien.

– Simplemente, me pareció justo poder regirme por el mismo código que tú, milord.

– ¿Justo? La justicia no tiene nada que ver con todo esto.

– ¿Quiere decir que no tengo recursos en circunstancias como ésta, milord? -preguntó Sophy-. ¿Que no tengo medios para vengarme? ¿Que no tengo cómo resolver una cuestión de honor?

– Sophy, escúchame con atención. De ser necesario, es mi obligación de esposo vengarte. Y te digo aquí y ahora que lo mejor es que nunca sea necesario. Sin embargo, esta situación jamás podría darse a la inversa. Sería inconcebible.

– Bueno, entonces será mejor que empieces a concebirlo porque así es como sucedió. Ni siquiera te amenazaron a ti, sino a mí y por eso tuve que resarcir nuestro honor. No sé por qué me culpas por todo esto.

La miró. Parecía totalmente confundido por la situación aunque luego se recuperó.

– ¿Por qué te culpo? Sophy, lo que has hecho hoy fue atroz y penoso. Demuestra falta de buen juicio. Fue una estupidez extremadamente peligrosa. ¿Por qué te culpo? Sophy, ésas son pistolas, no juguetes. Son las armas más finas de Mantón.

– Sé perfectamente eso, milord. Y tenía plena conciencia de lo que estaba haciendo. Ya te dije que mi abuelo me enseñó a usar armas de fuego.

– Te podrían haber matado, idiota. -Julián se puso de pie abruptamente y se dirigió a la parte delantera del escritorio. Se apoyó sobre éste y cruzó un pie sobre el otro. Tenía una expresión casi salvaje-. ¿Pensaste en eso, Sophy? ¿Pensaste en el riesgo que corrías? ¿Se te cruzó por la mente que en este momento podrías estar muerta? ¿O ser una asesina? Sabes que está penado por la ley batirse a duelo, ¿no? ¿O para ti todo fue un juego?

– Te aseguro que no fue ningún juego para mí, milord. Yo… -Sophy se interrumpió, tragándose el dolor que representaba para ella evocar todo el miedo vivido. Esquivó los feroces ojos de Julián-. Yo tenía mucho miedo, para serte totalmente franca.

Julián maldijo por lo bajo.

– Crees que tenías miedo -murmuró y luego agregó-: ¿Y qué me dices del potencial escándalo? ¿Tuviste eso en cuenta?

Sophy siguió esquivándole la mirada.

– Tomamos las precauciones necesarias para que no hubiera escándalos.

– Ya veo. ¿Y cómo habrían explicado una herida de bala? ¿O una prostituta muerta en Leighton Field?

– Julián, por favor, ya has dicho suficiente.

– ¿Suficiente? -De pronto la voz de Julián sonó suave y peligrosa-. Sophy, te aseguro que casi no he comenzado.

– Bueno, pero yo no veo las razones por las que deba escuchar tus sermones al respecto. -Sophy se puso de pie, parpadeando repetidamente para liberarse de tas lágrimas que temblaban en sus pestañas-. Es obvio que no entiendes. Harry tiene toda la razón del mundo cuando dice que los hombres son incapaces de comprender qué cosas son importantes para una mujer.

– ¿Y qué es lo que yo no entiendo? ¿El hecho de que te hayas comportado de la manera menos apropiada cuando yo explícitamente te dije que no toleraría chismes sobre ti?

– No habrá chismes,

– Eso es lo que tú crees. Yo hice lo que pude esta mañana para amenazar a Featherstone, pero nada garantiza que ella no vaya a abrir la bocaza.

– No la abrirá. Dijo que no lo haría.

– Maldición, Sophy, no puedes ser tan inocente como para creer en la palabra de una prostituta profesional.

– En mi opinión, es una mujer de honor. Me prometió que no publicaría tu nombre y que no comentaría con nadie los hechos de esta mañana. Para mí basta.

– Entonces eres una tonta. Y aunque Featherstone se quedara callada, ¿qué me dices del muchacho que te llevó a Leighton Field? ¿Y de la mujer con el velo negro? ¿Qué control tienes tú sobre ellos?

– No hablarán de esto -dijo Sophy.

– Te refieres a que eso es lo que tú esperas.

– Ellos eran mis padrinos. Cumplirán su palabra de no hablar de lo sucedido.

– Maldita sea. ¿Quieres decirme que ambos son amigos tuyos?

– Sí, milord.

– ¿Incluso el muchacho pelirrojo? ¡Y dónde rayos conociste tú a un muchacho de esa clase y cómo fue que os conocisteis tanto como para…! -Julián se interrumpió y volvió a insultar-. Creo que por fin percibo la verdad. No era un joven el que conducía el carruaje, ¿verdad? Era una joven vestida de hombre. Por Dios. Una generación entera de mujeres está volviéndose loca.

– Si algunas veces las mujeres parecemos un poquito locas, milord, es porque vosotros, los hombres, nos estáis provocando. Sea como fuere, no pienso discutir los papeles que han jugado mis amigas en todo esto.

– Por supuesto. ¿Y ellas te ayudaron a arreglar el encuentro en Leighton Field?

– Sí.

– Gracias a Dios, al menos una de ellas tuvo el buen tino de acudir a mí esta mañana. Claro que habría sido preferible que llegase antes con la noticia. De hecho, apenas logré llegar a tiempo a Leighton Field. ¿Quiénes son ellas, Sophy?

Sophy enterró las uñas en las palmas de sus manos.

– Debes entender que no puedo decírtelo, milord.

– ¿Otra vez la cuestión de honor, querida?

– No te burles de mí, Julián. Eso es lo que no te toleraré. Tal como tú mismo has dicho, esta mañana estuve a punto de morir por tu causa. Lo menos que puedes hacer es no reírte de esto.

– ¿Y crees que me estoy riendo? -Julián se apartó del escritorio y avanzó hacía la ventana. Apoyándose en el marco de ésta, volvió la espalda a Sophy para observar el jardín-. Puedo jurarte que todo este embrollo no me resulta para nada divertido. En las últimas horas, no he dejado de pensar qué haré contigo.

– Tanta cavilación tal vez sea perjudicial para tu hígado, milord.

– Bueno, admito que no le ha hecho nada bien a mi digestión. La única razón por la que en estos momentos no estás en camino de regreso a Ravenwood o a Eslington Park es porque tu repentina ausencia causaría más habladurías. Debemos actuar como si nada hubiera pasado. Es la única esperanza que nos queda. Por eso, se te permitirá permanecer en Londres. Sin embargo, no podrás salir de esta casa a menos que yo o mi tía te escoltemos. Y en cuanto a tus madrinas, te prohibo que vuelvas a verlas, pues obviamente eres incapaz de elegir tus amistades inteligentemente.

Al escuchar ese pronunciamiento final, Sophy estalló de ira. Era demasiado. Una noche de pasión y aterradora espera, el encuentro al amanecer con Charlotte Featherstone, la arrogante indignación de Julián. Todo eso era mucho más de lo que Sophy podía tolerar. Por primera vez en su vida de adulta, Sophy perdió completamente los estribos.

– ¡No, maldito seas, Ravenwood! Estás llegando demasiado lejos. No me dirás a quién puedo y a quién no puedo ver.

Julián se volvió para mirarla por encima del hombro, con profunda frialdad.

– ¿Eso crees?

– No te permitiré que lo hagas. -Ardiendo de ira y llena de frustración, lo enfrentó con gran orgullo-. No me casé contigo para ser tu prisionera.

– ¿De verdad? -le preguntó ásperamente-. ¿Entonces por qué te casaste conmigo, madam?

– ¡Me casé contigo porque te amo! -gritó Sophy apasionadamente-. Soy tan tonta que te he amado desde que tenía dieciocho años.

– Sophy, ¿qué demonios estás diciendo?

La creciente ira la consumía totalmente. Estaba más allá de toda lógica, de todo razonamiento.

– Además, no puedes echarme la culpa a mí de todo lo que pasó esta mañana, porque en primer lugar, fue culpa tuya.

– ¿Culpa mía? -gruñó él, perdiendo la calma.

– Si tú no hubieras escrito todas esas cartas de amor a Charlotte Featherstone, todo esto no habría sucedido.

– ¿Qué cartas de amor? -farfulló Julián.

– Las que tú le escribiste durante el romance que mantuviste con ella. Charlotte me amenazó con publicarlas en sus Memoirs. No pude soportarlo, Julián. No podía tolerar que todo el mundo leyera esas bellas palabras que le habías escrito a ella cuando yo ni siquiera he recibido una lista de las compras de tu parte. Puedes protestar todo lo que quieras, pero yo también tengo mi orgullo.

Julián estaba mirándola.

– ¿Con eso te amenazó Charlotte? ¿Con mandar a imprimir mis cartas de amor?

– Sí, maldito seas. Le mandaste cartas de amor a una amante y ni siquiera te molestaste en dar a tu esposa la más mínima muestra de cariño. Pero supongo que eso es totalmente comprensible, si tenemos en cuenta que no sientes ni un ápice de cariño por mí.

41
{"b":"88022","o":1}