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Sophy se quedó helada. Se habría tropezado con sus propios pies si su compañero de baile no la hubiera tomado con tanta fuerza que le produjo dolor.

– Este anillo le resulta familiar-dijo ella tentativamente, luchando por mantener una voz serena.

– Sí.

– Qué extraño. No sabía que fuera algo tan común.

– Es de lo menos común, señora. Sólo unos pocos lo reconocerían.

– Entiendo.

– ¿Puedo preguntarle cómo lo consiguió? -le preguntó el encapuchado.

Sophy ya se había preparado una historia.

– Es un recuerdo de una amiga mía. Algo que me obsequió antes de morir.

– Su amiga debió haberle advertido que ese anillo es muy peligroso. Sería aconsejable que se lo quitara y que nunca más vuelva a ponérselo. -Hizo una pequeña pausa y luego concluyó-: A menos que usted sea una mujer muy aventurera.

El corazón de Sophy latía apresuradamente, pero logró esbozar una sonrisa indiferente.

– No me imagino por qué se alarma tanto al ver este anillo. ¿Por qué dice que es tan peligroso?

– No tengo libertad para decirle por qué es peligroso, milady. El que lo usa debe averiguarlo por sus propios medios. Pero siento que es mi deber prevenirla.

– Creo que usted está bromeando, señor. A decir verdad, no me parece que esta sortija sea más que una exótica joya. De todas maneras, no soy una cobarde.

– Entonces, tal vez, al usar este anillo descubrirá la más extraña de las emociones.

Sophy temblaba por dentro, pero mantuvo la sonrisa siempre a flor de labios. En ese momento, se sintió completamente satisfecha por estar disfrazada.

– Estoy segura, señor, que ha decidido hacerme todas estas bromas por el disfraz que llevo puesto esta noche. ¿Realmente disfruta haciendo estremecer a una pobre gitana cuyo fin en la vida es hacer estremecer a los demás cuando les lee la suerte?

– ¿Le produzco escalofríos, señora?

– Algunos.

– ¿Le agradan?

– No particularmente.

– Tal vez aprenda a disfrutarlos. Eventualmente, cierta clase de mujeres lo logran, después de un poco de práctica.

– ¿Ese es mi destino? -preguntó ella, consciente de que tenía las palmas de las manos tan húmedas como cuando se enfrentó a Charlotte Featherstone al amanecer.

– No quiero arruinarle la ansiedad previa con un rápido panorama de su destino. Me resultará mucho más interesante ver cómo usted misma descubre la naturaleza de su fortuna en el debido momento. Buenas noches. Señora Gitana. Estoy seguro de que volveremos a encontrarnos. -El hombre de la capa negra la soltó abruptamente. Hizo una exagerada reverencia sobre el anillo de Sophy y se perdió entre la multitud.

Sophy lo observó desaparecer con ansiedad, preguntándose si sería capaz de seguirlo entre tanta gente. Tal vez pudiera verlo afuera, sin la máscara. Muchos iban a tomar aire fresco a los jardines de lady Musgrove.

Sophy se recogió las faldas y comenzó a avanzar. Sólo había recorrido unos tres metros cuando sintió que una mano firme le tomaba con fuerza el brazo. Asustada, se dio la vuelta y advirtió que se trataba de otro hombre alto, con el mismo aspecto y vestimenta que e! anterior. La única diferencia era que la capucha de la capa de éste estaba hacia atrás, revelando la oscura cabellera del hombre, que la saludó con una reverencia.

– Discúlpeme, señora, pero estoy buscando los servicios de alguien como usted, Señora Gitana. ¿Tendría la amabilidad de bailar conmigo mientras me predice el futuro? Últimamente no he tenido mucha suerte en el amor y quiero saber si esto va a cambiar.

Sophy miró la enorme mano que tenía sobre el brazo y la reconoció de inmediato. Julián había cambiado la voz, haciéndola más intensa que nunca, pero Sophy la habría reconocido donde fuera. Esa familiar sensación que siempre experimentaba cada vez que estaba cerca de él, se había acentuado desde que compartían el mismo lecho.

Tuvo una curiosa sensación en el estómago cuando se preguntó si Julián la habría reconocido. De ser así, tendría motivos para estar enojado con ella por lo que había hecho al despertar y encontrar el brazalete sobre la almohada. Levantó la vista y lo miro.

– ¿Quiere que le cambie la suerte, señor?

– Sí -dijo Julián y la llevó a bailar-. Creo que sí quiero que me cambie.

– ¿Qué… qué clase de mala suerte ha traído? -preguntó ella, cautelosa.

– Parece que tengo muchas dificultades para complacer a mi nueva esposa.

– ¿Ella es difícil de complacer?

– Sí, eso me temo. Es una dama de lo más exigente. -La voz de Julián se puso más áspera-. Por ejemplo, hoy me dijo que estaba molesta conmigo porque nunca pensé en obsequiarle algo como muestra de mi cariño por ella.

Sophy se mordió el labio y miró por encima del hombro de Julián.

– ¿Cuánto hace que se casó, señor?

– Varias semanas.

– ¿Y en todo ese tiempo nunca le ha regalado nada?

– Confieso que nunca se me ocurrió. Muy mal de mi parte. Sin embargo, cuando me hicieron notar mi falta, tomé medidas inmediatamente para solucionarlo. Le compré un brazalete muy bonito y se lo dejé sobre la almohada.

Sophy hizo una mueca.

– ¿Era un brazalete muy caro?

– Muy caro. Pero, aparentemente, no lo suficiente como para complacer a la dama. -Julián apretó la cintura de su esposa-. Esta noche, cuando fui a mi cuarto, encontré el brazalete sobre mi almohada. También había una nota que decía que no le resultaba para nada agradable esa indigna chuchería.

Sophy lo miró. Trataba de discernir si Julián estaba enojado o simplemente tenía un auténtico interés en descubrir por qué le había rechazado el obsequio. Aún no estaba segura de que él la hubiera reconocido.

– A mí me parece, señor, que usted ha malinterpretado la actitud de la señora.

– ¿Sí? -Sin perder ni un solo paso del baile, Julián acomodó la chalina de gitana que estaba empezando a deslizarse por el hombro de Sophy-. ¿No cree que a ella le agraden las joyas?

– Estoy segura de que le agradan tanto como a cualquier mujer; pero lo que no le gusta, probablemente, es la idea de que usted trate de aplacarla con fruslerías.

– ¿Aplacarla? -Degustó el término con aire pensativo-. ¿A qué se refiere?

Sophy carraspeó.

– Por casualidad… ¿no ha tenido una pelea con ella recientemente?

– Um… sí. Ella hizo una tontería. Algo que pudo haberle costado la vida. Yo me enojé y se lo demostré. Y ella optó por ponerse caprichosa.

– ¿Y no cree que sea factible que ella se sienta herida porque usted no comprendió lo que ella hizo?

– No puede pretender que apruebe un acto tan peligroso como el que ella hizo -dijo Julián-. Aunque ella esté convencida de que fue por una cuestión de honor, no permitiré que arriesgue la vida de un modo tan tonto.

– ¿De modo que usted le entregó un brazalete en lugar de la comprensión que buscaba?

Julián tenía la boca apretada, por debajo del borde de la máscara.

– ¿Y usted cree que ése es su punto de vista?

– Creo que su esposa sintió que usted trataba de apaciguarla del mismo modo que sobornaría a una amante para que le brindara sus «servicios». Sophy contuvo la respiración, aún desesperada por saber si Julián la habría reconocido o no.

– Como teoría es interesante. Como explicación, posible.

– ¿Esa técnica da resultados por lo general? Con las amantes, me refiero.

Julián ejecutó mal un paso, pero lo corrigió sin problemas.

– Oh, sí, por lo general.

– Las amantes deben de ser criaturas de muy baja autoestima.

– Es muy cierto que mi esposa no tiene nada en común con esa clase de mujeres. Por ejemplo, ella es muy orgullosa y las amantes no pueden permitirse el lujo de serlo.

– No creo que a usted le falte, tampoco.

Julián le tomó la mano cuidadosamente.

– Tiene razón.

– Por lo menos, usted y su esposa tienen eso en común, lo que podría constituir una base para el entendimiento mutuo.

– Bien, Señora Gitana. Ahora ya conoce mi triste historia. ¿Qué cree que me espera en el futuro?

– Si realmente desea que le cambie la suerte, creo que lo primero que debe hacer es tratar de convencer a su esposa de que respeta tanto su sentido del honor y del orgullo como respetaría el de cualquier hombre.

– ¿Y cómo me sugiere que lo haga? -preguntó Julián.

Sophy respiró profundamente.

– Primero, debe darle algo mucho más valioso que un brazalete. -Sophy sintió repentinamente, que Julián le estrujaba los dedos en la palma de su mano.

– ¿Y qué sería eso Señora Gitana? -Su voz encerró cierto tono amenazante-. ¿Un par de pendientes, tal vez? ¿Un collar?

Sophy luchó pero no consiguió que Julián le soltara la mano.

– Tengo el presentimiento de que su esposa apreciaría mucho más una rosa que usted mismo cortara del jardín, o tal vez una carta de amor, o un poema que hablara de sus sentimientos por ella, que una joya, señor.

Julián aflojó la mano.

– Ah, ¿entonces la cree romántica? Yo también empecé a sospechar lo mismo.

– Simplemente, me parece que ella sabe que para un hombre es muy fácil limpiarse la conciencia a través de alguna joya bonita.

– Creo que no estará totalmente feliz hasta que me vea envuelto en la telaraña del amor -sugirió Julián fríamente.

– ¿Y eso sería tan negativo, señor?

– Sería mejor que ella supiera que no soy susceptible a esa clase de emociones -dijo Julián suavemente.

– Quizás ella lo esté aprendiendo de la peor manera-dijo Sophy.

– ¿Usted cree?

– Creo que lo más probable es que, muy pronto, ella tendrá la inteligencia suficiente como para dejar de luchar por lo que nunca podrá obtener.

– ¿Y qué hará después?

– Se dedicará a darle la clase de matrimonio que usted desea, en el que el amor y la comprensión mutuos sean irrelevantes. Dejará de perder tiempo y energías buscando los medios para hacerle enamorarse de ella. Se ocupará de otras cosas y tendrá una vida propia.

Julián volvió a estrujarle los dedos y sus ojos brillaron.

– ¿Significa que ella buscará otras conquistas?

– No, señor, claro que no. Su esposa es la clase de mujer que entrega el corazón una sola vez. Si la desprecian jamás lo entregará a nadie más. Simplemente, guardará sus sentimientos entre algodones y se ocupará de otros proyectos.

– Yo no dije que despreciaría el corazón de mi esposa. Exactamente al revés. Le haría saber que daría la bienvenida a tan preciado tesoro. Cuidaría muy bien de ella y de su amor.

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