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Julián merodeaba por su cuarto, inquieto, consciente de que su insomnio se debía a qué Sophy no estaba durmiendo en la alcoba contigua. Donde debía estar. Se pasó la mano por su ya despeinada cabellera, preguntándose en qué momento había llegado al punto en que ya no podía dormir si Sophy no estaba cerca.

Se desplomó sobre la silla que había encargado al joven Chippendale pocos años atrás, cuando él y el ebanista se habían dedicado a emplear el estilo neoclásico en sus trabajos. La silla era el reflejo del idealismo de su juventud, pensó Julián, en un extraño momento de meditación.

Durante aquella misma época, que ahora le parecía tan remota, Julián solía quedarse hasta muy tarde en la noche, discutiendo los clásicos griegos y latinos, e involucrarse en la política de los Whigs, liberales reformistas. Hasta creyó necesario balear a dos hombres que se habían atrevido a impugnar el honor de Elizabeth.

Cuánto había cambiado en los últimos años, pensó Julián. En esos días, no tenía tiempo ni deseos de discutir los clásicos. Había llegado a la conclusión de que los Whigs, hasta los más liberales, no eran menos corruptos que los lories. Y hacía tiempo también que había decidido que el concepto de que Elizabeth tuviera honor era irrisorio.

Ausente, pasó las manos por los apoyabrazos de caoba, bellamente trabajados. Con cierta sorpresa, descubrió que parte de él todavía respondía a los motivos puros y clásicos del diseño.

Del mismo modo que una parte de él, también, había insistido en escribir algunos versos para acompañar el brazalete y el tratado de botánica que había regalado a Sophy. Pero el poema había resultado extraño y de mala calidad.

No había escrito poesía desde sus días en Cambridge y desde los comienzos de su relación con Elizabeth. Honestamente, reconocía que no tenía ningún talento para ello. Después de uno o dos intentos, terminó por hacer una bola con la hoja de papel donde había escrito la poesía y prefirió redactar una nota, que finalmente colocó junto a los regalos.

Pero, aparentemente, allí no terminó la cuestión. Esta noche había recibido evidencia, clara e inquietante, de que parte de su idealismo juvenil aún sobrevivía a pesar de todo lo que había hecho por aplastarlo con todo el peso de una concepción cínica y realista del mundo. No podía negar que algo en él había respondido a la exigencia de Sophy por una prueba que demostrara que él respetaba su honor.

Julián dudó de la inteligencia de haberle permitido que se quedara a pasar la noche en casa de Fanny y Harriette. Claro que después concluyó que no habría podido influir en su decisión tampoco. Desde el momento en que recibió el mensaje de Guppy, ella se puso firme en su determinación por acudir de inmediato en ayuda de Fanny.

Claro que Julián tampoco lo puso en tela de juicio, pues él también se preocupó mucho por la condición delicada de su tía.

Fanny era excéntrica, impredecible y en ocasiones hasta brusca, pero Julián se dio cuenta de que la quería. Después de la muerte de sus ancianos padres, Fanny fue el único miembro del clan Ravenwood a quien Julián quiso genuinamente.

Después de recibir el mensaje, Sophy sólo se demoró para cambiarse y despertar a su dama de compañía. Mary hizo las diligencias correspondientes a toda prisa, empacando las pocas cosas que Sophy podría necesitar. Mientras tanto, la muchacha recogió su maletín con las medicinas y su preciado tratado de botánica de Culpeper.

– Hay hierbas que se me están terminando ya -le dijo Sophy a Julián en el carruaje que la condujo hacia la casa de Fanny-. En las boticas locales tal vez consiga manzanilla y ruibarbo turco. Es una pena que la vieja Bess esté tan lejos. Sus hierbas son las más fiables.

Ya en casa de Fanny, una Harriette completamente descolocada los recibió. Al ver a la mujer en ese estado, que normalmente se caracterizaba por su tranquilidad, Julián cayó en la cuenta de lo enferma que estaba su tía en realidad.

– Gracias a Dios que estás aquí, Sophy. He estado tan preocupada. Quise enviar por el doctor Higgs, pero Fanny no quiso saber nada. Dijo que es un charlatán y que no lo dejará pasar por la puerta. Y no puedo culparla por eso, ya que son más los pacientes que pierde ese hombre que los que salva. Claro que entonces no supe qué hacer, más que mandar a buscarte. Espero que no te importe.

– Por supuesto que no. Iré a ayudarla de inmediato, Harry,

– Entonces Sophy saludó rápidamente a Julián y subió corriendo las escaleras, mientras uno de los criados subía detrás de ella con el maletín de las medicinas.

Harriette se dirigió a Julián, quien aún estaba parado en el vestíbulo. Lo miró ansiosa.

– Gracias por permitirle venir a esta hora.

– No habría podido detenerla, aunque hubiese querido-dijo Julián-. Y sabe que quiero mucho a Fanny. Quiero que reciba la mejor atención. En cuanto al médico, estoy bastante de acuerdo. Los únicos remedios que Higgs conoce son el drenaje y los purgantes.

Harriette suspiró.

– Me temo que tienes razón. Nunca he tenido mucha fe en los drenajes y créeme que la pobre Fanny lo último que necesita es un purgante. Ya ha experimentado ese tratamiento lo suficiente, por causa de ese mal que contrajo. Entonces, sólo me quedaba Sophy y sus hierbas.

– Sophy es muy buena con sus hierbas -dijo Julián, tranquilizando a la mujer-. Puedo opinar por experiencia propia. Tengo el personal más sano y rozagante de toda la ciudad.

Harriette sonrió por compromiso, ante el intento de Julián de matizar con una nota de buen humor.

– Sí, lo sé. Nuestro personal también está muy bien gracias a las recomendaciones de Sophy. Y mi reumatismo es mucho más controlable desde que sigo sus indicaciones. ¿Qué haríamos sin ella ahora, milord?

La pregunta lo hizo tomar conciencia.

– No lo sé.

Veinte minutos después, Sophy apareció en lo alto de la escalera, para informar a tos presentes que creía que la indisposición de Fanny se debía al consumo de pescado en mal estado durante la cena. También dijo que le llevaría varías horas curarla y seguir el proceso.

– Definitivamente, Julián, me quedaré a pasar la noche aquí.

Sabiendo que ya no le quedaba más por hacer, Julián, con reticencia, decidió volver a su casa en su carruaje. Experimentó esa sensación de incomodidad no bien despidió a Knapton y se acostó en su solitaria cama.

Acariciaba la idea de bajar a la biblioteca, para entretenerse con algún libro aburrido, cuando recordó el anillo negro. Entre la preocupación por encontrar a Sophy en los jardines con Waycott y la enfermedad de Fanny, Julián advirtió que había olvidado el anillo negro por un rato.

Daregate tenía razón. Había que destruirlo de inmediato. Julián estaba decidido a sacarlo del joyero de Sophy sin más dilaciones. Lo incomodaba el solo pensar que ella lo tenía, pues era muy factible que la ¡oven cediera a la tentación de volvérselo a poner.

Julián tomó una vela y entró al cuarto de Sophy por la puerta que comunicaba ambas alcobas. Sin su presencia, el cuarto parecía vacío y triste. Ese detalle le hizo notar cuan acostumbrado estaba a tenerla en su vida. Aquella ausencia en su cama le hizo maldecir a todos los vendedores de pescado en mal estado de la ciudad. De no haber mediado la enfermedad de Fanny, en ese momento estaría haciendo el amor con su obcecada, delicada, apasionada y honorable esposa.

Julián se acercó al tocador y levantó la tapa del joyero. Se quedó de pie por un momento, estudiando las cosas de Sophy. El único elemento de valor que encontró fue el brazalete de diamantes que él le había regalado. Estaba cuidadosamente guardado, en un sitio de privilegio, sobre el interior de terciopelo rojo.

Julián decidió que Sophy necesitaría un par de pendientes que combinaran con el brazalete.

Después, la mirada se posó automáticamente en el anillo negro que estaba en un rincón del estuche. Estaba apoyado sobre un trozo de papel doblado. El solo verlo lo enfadó. Sophy sabía que ese anillo había sido un obsequio para su hermana, por parte de un patán descorazonado, que no había tenido reparos en seducir a una inocente. Pero lo que no sabía era lo peligroso que podía ser, ni lo que representaba.

Julián tomó la sortija y, con los dedos, tocó el papel que había debajo. Motivado por una nueva inquietad, lo tomó y lo abrió.

Había tres nombres escritos en él: Utteridge, Varley y Ormiston.

Las brasas de una serena inquietud se convirtieron en ardientes llamas de furia.

– ¿De verdad se pondrá bien? -Harriette estaba junto a la cama de Fanny, estudiando ansiosamente el rostro pálido de su amiga. Después de horas de vómitos espasmódicos y dolor intestinal, Fanny finalmente se había quedado dormida.

– Creo que sí -dijo Sophy, mezclando nuevas hierbas en un vaso de agua-. Ha eliminado la mayor parte de los alimentos en mal estado que tenía en el estómago y, como verá, ya no tiene tanto dolor. Velaré por ella toda la noche. Estoy casi segura de que lo peor ya ha pasado, pero no completamente, todavía.

– Me quedaré aquí contigo.

– No hay necesidad. Por favor, Harry. Vaya a dormir un poco. Se la ve tan exhausta como a Fanny. Harriette descartó la sugerencia sacudiendo la mano en el aire.

– Tonterías. No podría dormir sabiendo que Fanny todavía está en peligro.

Sophy sonrió, comprensiva.

– Usted es muy buena amiga de ella. Fanny tiene mucha suerte.

Harriette se sentó en una silla que estaba junto a la cama y se acomodó las faldas lilas.

– No, no, Sophy. Es al revés. Soy yo la afortunada al tener a Fanny como mi mejor amiga. Es la dicha de mi vida… es la persona a quien le puedo confiar cualquier cosa, por tonta o inteligente que sea. Es la única que puede compartirlo todo, desde el chisme más insignificante hasta la noticia más monumental. Es la única con quien puedo reír o llorar y hasta, a veces, permitirme el lujo de tomar un poco de jerez.

Sophy se sentó al otro lado de la cama y analizó la expresión de Harriette, comprendiendo todo repentinamente.

– Es la única persona sobre la faz de la tierra con la que se siente totalmente libre.

Harriette esbozó una sonrisa brillante por un momento.

– Sí. Correcto. La única persona con la que puedo ser libre.-Tocó la mano de Fanny, que caía sobre la sábana bordada.

Sophy siguió el gesto con la mirada y presintió el amor que se encerraba en él. Una familiar sensación de deseo se encendió dentro de ella, al pensar en la relación que mantenía con Julián.

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