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– Fuiste a ver a la vieja bruja, igual que Elizabeth, ¿no? Sólo hay una razón por la que una mujer la buscaría. -El tono de Waycott se mantuvo casual mientras apoyaba a Sophy en el piso y le quitaba la capa del rostro. La miró con un brillo antinatural en los ojos, mientras se quitaba la máscara-. Me complace sobremanera, querida. Podré dar a Ravenwood el golpe de gracia cuando le informe que su nueva condesa estaba decidida a abortar a su heredero, tal como Elizabeth lo había hecho.

– Buenas noches, milord. -Sophy inclinó la cabeza grácilmente, como si estuvieran encontrándose en una reunión social en Londres. Todavía seguía envuelta en la capa, pero aparentemente, ignoró ese hecho. No se había pasado semanas aprendiendo cómo debía comportarse una condesa para nada-. Imagínese. Encontrarlo aquí. Qué poco usual, ¿verdad? Este sitio siempre me ha parecido muy pintoresco.

Sophy miró la reducida recámara de piedra y trató de disimular su pavor. Odiaba ese lugar. Él la había llevado a la vieja ruina normanda, que a Sophy tanto le había gustado pintar en sus bosquejos, hasta aquel día que decidió que había sido el escenario de seducción de Amelia.

Ese castillo destruido, que siempre había tenido un aspecto encantador, se le antojó de pesadilla en ese momento. Las sombras del crepúsculo crecían afuera y en el interior, las ventanas permitían el paso de muy poca luz. Las piedras desnudas del cielo raso y las paredes estaban ennegrecidas por el humo de la chimenea que alguna vez ardiera allí. Todo el lugar era perturbadoramente sombrío y tenebroso.

Se había encendido el fuego en la chimenea. Había una canasta con algunas provisiones y un recipiente. Sin embargo, lo más inquietante de todo ese ambiente era la litera para dormir que estaba arrimada contra una pared.

– ¿Te resulta familiar mi lugar de citas? Excelente. Te resultará muy útil en el futuro, cuando empieces a engañar a tu marido regularmente. Me encanta ser yo quien tenga el placer de introducirte en este fascinante deporte. -Waycott caminó hacia un rincón del recinto y arrojó la máscara al piso. Le sonrió a Sophy desde las sombras-. A Elizabeth le gustaba venir aquí en ocasiones. Según ella, era un cambio agradable.

Una oscura premonición la asaltó.

– ¿Y fue ella la única que usted trajo aquí, milord?

Waycott miró la máscara que estaba en el piso y la mirada se le ensombreció.

– Oh, no. En ocasiones, me entretenía con una pieza bonita, que me conseguí en el pueblo, cuando Elizabeth estaba ocupada con sus extravagancias.

Sophy se enfureció y descubrió que esa emoción le daba más fuerzas.

– ¿Quién era esa «pieza bonita» que solía traer aquí, milord? ¿Cómo se llamaba?

– Ya te dije. Sólo era una golfa del pueblo. Nadie importante. Tal como te he dicho, sólo la traía para usarla cuando Elizabeth no estaba de humor. -Waycott dejó de mirar la máscara y levantó la vista, claramente ansioso por hacer que Sophy comprendiera-. El mal humor de Elizabeth no duraba mucho, ¿sabes? Pero cuando se deprimía, dejaba de ser ella misma- A veces, había otros… hombres. No podía tolerar verla flirtear con ellos y después invitarlos a su alcoba. A veces, quería que yo también fuera allí, con ellos. Y no podía permitir semejante cosa.

– Entonces venía aquí, con una joven inocente del pueblo.

Sophy estaba tan furiosa que no podía pensar con claridad. No obstante, luchó desesperadamente para ocultar sus sentimientos. Presentía que su destino dependía en gran medida del control que ejerciera sobre sus emociones.

Waycott sonrió, reminiscente.

– Claro que no fue inocente durante mucho más tiempo, Sophy. Yo soy un excelente amante, tal como tú misma comprobarás pronto. -Entrecerró los ojos repentinamente-. Pero eso me recuerda, querida, que quería preguntarte cómo te llegó ese anillo.

– Sí, el anillo. ¿Dónde y cuándo lo perdió usted, milord?

– No estoy seguro. -Waycott frunció el entrecejo-. Pero es probable que me lo haya robado la muchacha del pueblo. Siempre decía que provenía de una familia bien, pero yo lo dudaba. Era hija de algún mercader del pueblo. Sí, siempre tuve la duda de que me lo hubiera robado mientras dormía. Siempre me perseguía por todas partes, exigiéndome algún símbolo de mi amor. Qué mocosa estúpida. Pero ¿cómo llegó ese anillo a tus manos?

– Se lo dije la noche del baile de disfraces. ¿Puedo preguntarle cómo se dio cuenta de que era yo la que llevaba el traje de gitana?

– ¿Qué? Ah, eso. Fue simple pedir a uno de mis sirvientes que preguntara a alguna de tus criadas qué se pondría lady Ravenwood como disfraz. Me resultó sencillo encontrarte entre la multitud. Claro que lo del anillo fue una sorpresa. Ahora recuerdo que me dijiste que te lo había regalado una amiga tuya.

Waycott apretó los labios-. Pero ¿cómo puede ser que una mujer de tu clase tuviera como amiga a la hija de un mercader? Trabajaba para tu familia?

– Sucede… -Sophy se esforzó por respirar profundamente y con serenidad- que nos conocíamos bastante bien.

– Pero no te contó nada sobre mí, ¿no? No parecías conocerme cuando nos vimos por primera vez en Londres.

– No, ella nunca me confío el nombre de su amante. -Sophy lo miró directamente a los ojos-. Ella está muerta ahora, milord. Y su bebé también. Tomó una sobredosis de láudano.

– Qué golfa estúpida. -Se encogió de hombros elegantemente, como restándole toda la importancia al asunto-. Me temo que tendré que pedirte que me devuelvas el anillo. Para ti no puede ser terriblemente importante.

– Pero ¿para usted sí?

– Me gusta bastante. -Tanteó a Sophy con una sonrisa.

– Se lo di a Ravenwood hace unos días.

Los ojos de Waycott ardieron súbitamente.

– ¿Por qué diablos se lo diste?

– Sentía curiosidad por ese anillo. -Se preguntó si con eso lograría alarmarlo.

– No descubrirá nada sobre el anillo, porque todos los que lo usan están obligados a guardar silencio. Sin embargo, quiero recuperarlo. Pronto, querida, tú se lo pedirás a Ravenwood.

– No es tan sencillo sacarle algo cuando él no quiere entregarlo.

– Te equivocas -dijo Waycott, triunfante-. Ya me he apoderado de las posesiones de Ravenwood antes y volveré a hacerlo.

– ¿Está refiriéndose a Elizabeth, supongo?

– Elizabeth nunca fue suya. Me refiero a esto. -Atravesó el cuarto y se agachó sobre la canasta con las provisiones que estaba cerca de la chimenea. Cuando se enderezó, sostenía en sus manos un puñado de fuego verde-. Las traje porque supuse que te resultarían interesantes. Ravenwood no puede dártelas, pero yo sí, querida.

– Las esmeraldas -exhaló Sophy, auténticamente azorada. Contempló la cascada de piedras verdes y luego dirigió la mirada a los fervientes ojos de Waycott-. ¿Usted las tuvo todo este tiempo?

– Desde la noche en que la bella Elizabeth murió. Ravenwood nunca se lo imaginó, por supuesto. Revisó toda la casa,

– Gracias, milord-dijo humildemente. Avanzó un paso hacia la chimenea, mirando de reojo la puerta abierta.

– No tan pronto, querida. -Waycott se hincó sobre una rodilla y pasó el brazo por debajo del ruedo del pesado traje de montar de Sophy, para tomarla por el tobillo. Rápidamente, ató un extremo de la cuerda por encima de la media bota de la joven. Luego se puso de pie, sosteniendo el otro extremo de la cuerda en su mano-. Ahora ya te tengo segura como quien ata una perra a una correa. Ahora a lo tuyo, Sophy. Será un placer para mí ver cómo me sirve el té la esposa de Ravenwood.

Sophy avanzó unos pasos más a la chimenea. Se le ocurrió que a Waycott tal vez le resultaría divertido tirar de la pierna atada. Pero él sólo fue hasta la chimenea para encender el fuego.

Después, se sentó en la litera, con la cuerda en la mano y el mentón apoyado en el puño.

Sophy sintió sus ojos clavados en ella, mientras empezaba a revolver en el interior de la canasta. Contuvo la respiración cuando encontró el recipiente y la soltó al descubrir que estaba lleno de agua.

Las sombras que se cernían fuera de la casa se habían espesado considerablemente. Un aire frío penetraba en la habitación.

Sophy pasó las manos sobre los pliegues de su falda, tratando de pensar qué bolsillo contenía las hierbas que necesitaba. Se sobresaltó cuando sintió que la cuerda se tensaba en su tobillo.

– Creo que es hora de que cerremos la puerta -dijo Waycott, mientras se levantaba de la litera para cerrar la puerta-. Así no tendremos frío.

– No. -Cuando la puerta de la libertad se cerró, Sophy debió sobrellevar el terror que la invadió. Cerró los ojos y giró el rostro hacia las llamas, para ocultar su expresión. Ese hombre era responsable de la muerte de su hermana. No dejaría que el miedo la paralizara. Su primer objetivo era el de escaparse. Después ya buscaría los medios de vengarse.

– ¿Te sientes mal, querida? -Waycott parecía divertido.

Sophy volvió a abrir los ojos y miró las llamas.

– Un poco, milord.

– Elizabeth no habría estado temblando como un conejo. Le habría parecido que todo esto es un juego maravilloso. A Elizabeth le encantaban los jueguitos.

Sophy ignoró el comentario mientras daba la espalda a su raptor- Se ocupó con el pequeño paquete de té que les habían preparado en la canasta.

Agradeció al cielo por lo voluminosa que era la falda de su traje de montar, pues la usó como pantalla mientras sacaba un paquetito de hierbas del bolsillo.

El pánico se apoderó de ella cuando bajó la vista y advirtió que había sacado hojas de violeta, en lugar de las hierbas que precisaba. A toda prisa, volvió a meterse las hierbas en el bolsillo.

– ¿Por qué no vendió las esmeraldas? -preguntó ella, tratando de distraer la atención de Waycott. Se sentó en un banco, frente a la chimenea e hizo todo un despliegue para acomodarse las faldas. Con los dedos, tanteó otro paquete.

– Eso habría sido muy difícil. Ya te expliqué. Cada joyero de renombre en Londres, estaba buscando ansiosamente esas esmeraldas. Aunque las hubiera vendido una por una, me habría expuesto a riesgos. Tienen un corte muy especial que las hace únicas y, por ende, fácilmente reconocibles. Pero a decir verdad, Sophy, no quería venderlas.

– Entiendo. A usted le gustaba el hecho de habérselas robado a Ravenwood. -Tanteó buscando el segundo paquete de hierbas. Cuando lo encontró, lo abrió con suma cautela y lo mezcló con el otro té. Después se ocupó del recipiente para calentar el agua de la tetera.

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