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Utteridge lo miró con desconfianza.

– ¿Respuestas sobre lo que sucedió hace cinco años? ¿Qué sentido tiene? Te aseguro que perdí el interés en Elizabeth después de que tú baleaste a Ormiston y a Varley. No soy tan tonto.

Julián se encogió de hombros, impacientemente.

– Me importa un rábano lo que pasó hace cinco años. Ya te lo dije. Lo que quiero es información acerca de los anillos. Utteridge se quedó inmóvil y alerta, gestos totalmente antinaturales en él.

– ¿Qué anillos?

Julián abrió el puño y dejo ver el anillo negro labrado.

– Anillos como éste.

Utteridge miró el círculo de metal.

– ¿De dónde cuernos sacaste eso?

– Eso no tiene por qué preocuparte.

De mala gana, Utteridge dejó de mirar la sortija para mirar a Julián.

– No es mío. Lo juro.

– No pensé que lo fuera. Pero tú tienes uno igual, ¿no?

– Por supuesto que no. ¿Para qué querría yo un objeto tan insignificante como ése?

Julián miró el anillo.

– Es particularmente espantoso, ¿no lo crees? Bueno, porque simbolizaba un juego espantoso. Dime, ¿Varley, Ormiston y tú aún seguís jugando a esas cosas?

– Por Dios, hombre. Te dije que sólo bailé una pieza con tu esposa e intercambié unas pocas palabras con ella. ¿Me estás acusando? De ser así, habla claramente. No me acorrales, Ravenwood.

– No hay acusaciones. Por lo menos, no contra tí. Sólo dame las respuestas que busco y te dejaré en paz.

– ¿Y si no te las doy?

– Bueno, entonces -le dijo Julián-, lo tendremos que discutir en una de esas citas al amanecer que mencionaste antes.

– ¿Me retarías a duelo simplemente porque no te doy la información que quieres? -Utteridge estaba consternado-, Ravenwood, te juro que no he tocado a tu nueva esposa.

– Te creo. De lo contrario, no me habría bastado atravesarte sólo un brazo con una bala, como hice con Ormiston y Varley. Estarías muerto.

Utteridge lo miró.

– Sí, veo que es una posibilidad muy cierta. No mataste a nadie para salvar e! honor de Elizabeth, pero obviamente estás preparado para hacerlo por tu segunda esposa. Díme, ¿por qué quieres toda esa información sobre el anillo?

– Simplemente, digamos que he asumido la responsabilidad de hacer justicia en nombre de alguien cuya identidad a ti no te interesa.

Utteridge se burló.

– ¿Un amigo cornudo tuyo?

Julián meneó la cabeza.

– Una amiga de una joven-, que ahora está tan muerta como el hijo que llevaba en su vientre.

El gesto burlón de Utteridge se desvaneció.

– ¿Estamos hablando de asesinato?

– Depende de cómo mires la cuestión. La persona por quien yo asumí la responsabilidad de la venganza, cree que el poseedor del anillo es un asesino.

– Pero ¿él mató a la joven que mencionaste?

– Él fue el causante de que ella se suicidara.

– ¿Una jovencita golfa y estúpida permite que la seduzcan y ahora tú quieres vengarla? Vamos, Ravenwood. Eres un hombre de mundo. Sabes que esas cosas pasan todo el tiempo.

– Aparentemente, la persona que yo represento no cree que sea una circunstancia tan insignificante -murmuró Julián-. Y yo debo tomar las cosas con la misma seriedad que esta persona.

Utteridge frunció el entrecejo.

– ¿A quién estás representando? ¿A la madre de la joven? ¿A un abuelo suyo, tal vez?

– Como ya te dije, eso no es de tu incumbencia. Te aseguré que no te dispararía a menos que me obligaras a hacerlo, Ütteridge. No necesitas más información.

Ütteridge hizo una mueca.

– Tal vez te debo algo después de todo este tiempo. Elizabeth era una mujer extraña, ¿no?

– No estoy aquí para hablar de Elizabeth.

Ütteridge asintió.

– Como te has acercado a mí, presumo que ya sabes bastante acerca de esos anillos.

– Sé que tú, Varley y Ormíston los usabais.

– Hubo otros.

– Que ahora están muertos -denotó Ravenwood-. Ya he rastreado a dos de ellos.

Utteridge lo miró de reojo, pensativo.

– Pero hay otro a quien no has nombrado y que no está muerto.

– Me darás su nombre.

– ¿Por qué no? No le debo nada y si yo no te revelo su identidad, seguramente lo harán Ormiston o Varley. Te diré lo que quieres saber, Ravenwood, si me aseguras que no me molestarás más. No deseo levantarme al amanecer por ninguna razón. Madrugar no va con mi personalidad.

– El nombre, Ütteridge.

Media hora más tarde, Julián bajó de su carruaje y subió las escalinatas de entrada a su casa. Su mente revisaba toda la información que había obtenido, a la fuerza, de Ütteridge. Cuando Guppy le abrió la puerta, Julián apenas lo saludó con un cabeceo.

– Me quedaré una hora aproximadamente en la biblioteca, Guppy. Ordena al personal que se retire a sus aposentos.

Guppy carraspeó.

– Milord, tiene visitas. Lord Daregate llegó hace un rato y está aguardándolo en su biblioteca.

Julián asintió y fue hacía allí. Daregate estaba sentado en una silla cercana, leyendo un libro que había extraído de uno de los estantes. Julián notó que también se había servido una copa de oporto.

– Ni siquiera es medianoche, Daregate. ¿Qué rayos te apartó de tu adorado infierno de los juegos a esta hora? -Julián entró a la sala y se sirvió un poco de oporto.

Daregate apoyó el libro.

– Supe que planeabas seguir investigando sobre el anillo y decidí pasar a ver qué habías averiguado. Llegaste hasta Ütteridge esta noche, ¿verdad?

– ¿Y tus preguntas no podían haber esperado hasta horas más decentes?

– Yo no respeto las horas decentes, Ravenwood, y lo sabes.

– Cierto. -Julián tomó asiento y un saludable sorbo de oporto-. Muy bien, me preocuparé por llenarte de detalles.

Todavía hay cuatro miembros con vida de esa endiablada fraternidad. No son los dos que descubrimos nosotros ni los tres que Sophy indagó, sino cuatro.

– Entiendo. -Daregate estudió el vino de su copa-. Eso sería, Utteridge, Varley, Ormiston y…

– Waycott.

La reacción de Daregate fue asombrosa. Su normal aspecto de lánguido desinterés se reemplazó de inmediato por una expresión renovada y severa.

– Por Dios, hombre. ¿Estás seguro?

– Segurísimo. -Julián apoyó la copa con un movimiento controlado que traicionó su ira-. Utteridge me lo confió.

– Pero Utteridge no es una fuente fiable.

– Le dije que lo retaría a duelo si me mentía.

Daregate esbozó una sonrisa.

– Entonces, sin duda, te dijo la verdad. A Utteridge no le gustaría tamaño desafío. Pero si es cierto, Ravenwood, estamos frente a un problema.

– Tal vez no. Es cierto que ha estado persiguiendo a Sophy durante las últimas semanas y que la convenció que sintiera compasíón por él, pero yo ya le he dado una lección acerca de la falsedad de Waycott.

– Sophy no me da la impresión de ser una muchacha muy obediente a tus lecciones, Ravenwood.

Julián sonrió, a pesar de su mal humor.

– Cierto. Las mujeres, por lo general, tienen el repugnante hábíto de creer que ellas y sólo ellas pueden reconocer la incomprensión y el dolor espiritual. No tienden a darnos crédito por míseras habilidades intuitivas. Pero cuando diga a Sophy que Waycott fue el hombre que sedujo a su hermana, le volverá la espalda rotundamente.

– No fue eso lo que quise decir cuando hablé del problema-dijo Daregate, de repente.

Julián frunció el entrecejo, consciente de la seriedad en el tono de voz de su amigo.

– ¿De qué estás hablando entonces?

– Esta tarde me enteré de que Waycott se fue de la ciudad hace un par de días. Aparentemente, nadie sabe a donde fue, pero, teniendo en cuenta las presentes circunstancias, creo que deberías considerar Hampshire como destino probable.

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