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Waycott estaba poniéndose pesado y no por primera vez. Sophy cada vez se sentía más molesta por su presencia. Frunció el entrecejo por encima del hombro de lord Utterídge, que la conducía a la pista de baile. Con alivio, advirtió que Waycott salía, aparentemente, hacia los jardines.

Ya era hora de que la dejara en paz por esa noche, pensó Sophy. Finalmente, había conseguido que le presentaran al primer hombre de la lista, lord Utteridge, quien, a pesar del aspecto disipado que presentaba en ese momento, evidentemente había sido apuesto en su juventud. Claro que a Sophy no le había resultado sencillo conseguir esa invitación. Desde que había llegado a la fiesta, Waycott no hizo más que revolotear alrededor de ella, tal como lo había hecho repetidas veces, durante las dos últimas semanas.

Sophy pensó que le había resultado muy difícil localizar a Utteridge,, mucho más de lo que ella, Anne y Jane habían anticipado. Y para colmo, Waycott siempre se interponía en todo lo que ella deseaba hacer esa noche. Afortunadamente, a último momento, Anne logró dar con la información referente a la lista de invitados a la fiesta de esa noche. Por supuesto, Sophy no quería desperdiciar todo el tiempo y el esfuerzo que habían sido necesarios para que ella también estuviera incluida en esa lista.

La información disponible respecto de lord Utteridge era muy escueta.

– Me he enterado que ha despilfarrado toda su fortuna en los juegos de azar y que ahora está buscando una esposa rica -le había explicado Anne esa tarde-. En este momento, trata de llamar la atención de Cordelia Biddie, que ha sido invitada a la fiesta de los Dallimore, esta noche.

– Seguramente lady Fanny logrará que me inviten a mí también -le contestó Sophy, hipótesis que resultó correcta. Si bien a lady Fanny le llamó la atención el interés de Sophy por participar de una reunión que, sin duda, sería aburrida, se conectó con la anfítriona para hacerla invitar.

– No me resultó para nada difícil, querida -le había dicho lady Fanny-. Últimamente, toda anfitriona re considera un valioso premio.

– Supongo que es el poder del título de Julián -había dicho Sophy, pensando que, si Anne estaba en lo cierto, echaría mano de ese mismo poder para castigar al seductor de Amelia.

– Obviamente, el título de los Ravenwood ayuda -coincidió Harriette, levantando la vista de un libro que estaba leyendo- pero también debes saber, querida, que no eres tan popular sólo porque eres condesa.

Sophy se sorprendió momentáneamente por ese comentario y luego sonrió.

– No necesitas entrar en detalles, Harry. Tengo plena conciencia de que debo la popularidad que hoy rengo al simple hecho de que, hasta tos miembros de la alta sociedad, padecen de jaquecas, problemas digestivos y ataques de hígado. Juro que a todas las fiestas y reuniones que voy, termino recetando alguna medicina, como si fuera una boticaria.

Harriette había intercambiado una simpática sonrisa con Fanny y luego volvió a dedicarse a la lectura.

Pero el plan resultó. Sophy recibió una cordial bienvenida por parte de la entusiasmada anfítriona, quien jamás había soñado con contar con la presencia de la condesa de Ravenwood en su reunión. Después de eso, sí fue sencillo rastrear a lord Utteridge. De no haber sido por las insistentes peticiones de Waycott para que Sophy bailase una pieza con él, todo habría salido a pedir de boca.

– Me aventuro a decir que a Ravenwood le parecerá un cambio drástico tenerla a usted como esposa después de su primera experiencia en la materia -murmuró Utteridge, con un tono pegajoso.

Sophy, que había estado esperando ansiosamente que él rompiera el hielo, sonrió alentadoramente.

– ¿Conoció usted bien a la primera esposa de lord Ravenwood, señor?

La sonrisa de Utteridge le resultó desagradable.

– Digamos que tuve el placer de mantener varias conversaciones íntimas con ella. Era una mujer fascinante. Lo impactaba a uno con su sola presencia. Encantadora, misteriosa, cautivadora. Con sólo una sonrisa, era capaz de dejar a cualquier hombre embelesado durante varios días. Pero creo que también era peligrosa.

Un súcubo. Sophy recordó el extraño diseño sobre el anillo negro. Más de un hombre habrá sentido la necesidad de protegerse de una mujer así, aun cuando voluntariamente hubiera caído en las redes de Elizabeth.

– ¿Visitaba con frecuencia a mi esposo y a Elizabeth en Ravenwood? -preguntó Sophy, tan casualmente como pudo.

Utteridge sonrió.

– Ravenwood rara vez recibía visitas con su esposa. Al menos, después de los primeros meses posteriores a la boda. Ah, aquellos primeros meses fueron bastante divertidos para nosotros, debo decir.

– ¿Divertidos? -Sophy sintió escalofríos.

– Sí, por cierto -dijo Utteridge, con gran placer-. Durante ese primer año, hubo muchas escenas en público, lo que distrajo enormemente a la alta sociedad. Pero después de eso, Ravenwood y su esposa comenzaron a llevar vidas separadas. Algunos dicen que Ravenwood estaba a punto de iniciar juicio por separación y divorcio cuando Elizabeth falleció.

Julián debió de haberse sentido muy avergonzado con todos esos espectáculos en público. Con razón había expresado tan puntualmente que no quería que Sophy se convirtiera en el centro de comentario de todo el mundo. La muchacha trató de retomar su pregunta inicial.

– ¿Alguna vez estuvo en Ravenwood Abbey, señor?

– Dos veces, según recuerdo -dijo Utteridge, restándole importancia a la pregunta-. Aunque no me he quedado mucho tiempo en ninguna de las dos ocasiones. Y no por ella, pues Elizabeth podía ser muy encantadora. Pero soy un hombre a quien no le agrada la vida campestre. Me siento mucho más cómodo en la ciudad.

– Ya veo. -Sophy escuchó con suma atención la voz de Utteridge, su ritmo en la locución, tratando de verificar si era la misma que la del hombre de la capa negra, con la capucha, quien le había advertido sobre el anillo negro en el baile de disfraces.

Pero le pareció que no.

Y si Utteridge decía la verdad, era poco probable que hubiera sido el seductor de Amelia. Quienquiera que hubiera sido, se había quedado bastante más de dos veces en Ravenwood. En un período de tres meses, Amelia había salido varias veces a encontrarse con su amante. Por supuesto que existía la posibilidad de que Utteridge estuviera mintiendo respecto de la frecuencia de sus visitas a Ravenwood Abbey. Pero a Sophy no se le ocurría por qué querría hacerlo.

Sophy admitió para sí que todo ese asunto de rastrear al seductor de Amelia sería una empresa muy dificultosa.

– Dígame, señora. ¿Es su intención seguir los pasos de su predecesora? De ser así, espero que me incluya en sus planes.

Hasta podría contemplar la posibilidad de otro viaje a Hampshire si usted se compromete a ser mi anfitriona -comentó Utteridge, con una desagradable voz ronca.

Ese insulto, apenas disimulado, fue como un bofetazo para Sophy, que la arrancó de su meditación. Se detuvo en medio de la pista, con la frente bien alta.

– ¿Qué es exactamente lo que está insinuando, milord?

– Nada, estimada señora, se lo aseguro. Simplemente preguntaba por curiosidad. Parecía tan interesada en conocer las actividades de la condesa anterior, que pensé que quizás, eh… usted tenía aspiraciones a seguir la misma vida libertina que a ella tanto complacía.

– En absoluto -dijo Sophy, con gran determinación-. No sé de dónde habrá sacado esa idea.

– Cálmese, señora. No quise insultarla. Había escuchado algunos rumores y debo admitir que despertaron mi curiosidad.

– ¿Qué rumores? -preguntó Sophy, repentinamente ansiosa. Si se había corrido la voz de que ella y Charlotte Featherstone se habían batido a duelo, o casi, Julián se pondría furioso.

– Nada importante, le aseguro. -Utteridge sonrió con frialdad y acomodó la flor artificial que caía del peinado de Sophy-. Sólo algunos comentarios sobre las esmeraldas de los Ravenwood,

– Ah, eso -suspiró Sophy aliviada-. ¿Qué pasa con ellas?

– Algunas personas sienten curiosidad por saber por qué usted nunca se las puso en público -preguntó Utteridge con una voz de terciopelo, aunque su mirada fue penetrante.

– Qué extraño -dijo Sophy-. No imagino que alguien pierda su tiempo preocupándose por un detalle tan mundano. Creo que la pieza de baile ha terminado, señor.

– En ese caso le ruego me excuse, señora -dijo Utteridge con una lacónica reverencia-. Creo que tengo prometido el próximo baile.

– Por supuesto. -Sophy hizo una reverencia con la cabeza y observó a Utteridge, que avanzaba entre la multitud, hacia una joven rubia y de ojos azules, con un vestido de seda celeste.

– Cordelia Biddie -dijo Waycott, que apareció justo detrás de Sophy-. Tiene la cabeza hueca, pero su herencia compensará sobremanera la falta de cerebro, según me han dicho…

– Jamás habría pensado que los hombres fueran capaces de valorar las mujeres con cerebro.

– Lo cierto es que muchos hombres no lo tienen y por eso no pueden apreciar que las mujeres tengan esa bendición, en algunos casos, claro. -Los ojos de Waycott estaban clavados en el rostro de ella-. Me atrevería a decir que Ravenwood es uno de esos hombres.

– Se equivoca, milord -dijo Sophy con aspereza.

– Entonces me disculpo -concedió Waycott-. Es sólo que Ravenwood ha dado muy pocas evidencias de apreciación hacia su nueva esposa y eso hace dudar a un hombre.

– ¿Y cómo espera que me demuestre su apreciación? -contravino ella-. ¿Desparramando pétalos de rosas frente a la puerta de nuestra casa todas las mañanas?

– ¿Pétalos de rosa? -Waycott arqueó las cejas-. No me parece. Ravenwood es incapaz de gestos de romanticismo. Pero ya tendría que haberle ofrecido las esmeraldas de la familia.

– No me imagino por qué -respondió Sophy de inmediato-. Por mi tez, las esmeraldas no me favorecen. En cambio, los diamantes van perfectos conmigo, ¿no lo cree usted? -Hizo un ademán con el brazo para atraer la atención hacia el brazalete que Julián le había obsequiado. Las piedras brillaron en su muñeca.

– Está equivocada, Sophy -le dijo Waycott-. Las esmeraldas le sentarían de maravilla. Pero me pregunto si Ravenwood se las confiará alguna vez a otra mujer. Esas piedras deben de traerle muy dolorosos recuerdos.

– Debe disculparme, milord. Ahí está lady Frampton, junto a la ventana y debo preguntarle cómo le fue con el digestivo que le recomendé.

Sophy desapareció, pues decidió que ya había soportado lo suficiente al vizconde. Aparentemente, iba a todas las reuniones sociales a las que ella había concurrido en esos días.

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