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– ¿Cómo rayos van a encontrarnos Fanny y Harry en medio de todo este lío? -Sophy examinó ansiosamente la multitud de carruajes que colmaban Haymarket, cerca del teatro King-. Debe de haber más de mil personas aquí esta noche.

– Tres mil personas diría yo. -Julián la tomó firmemente por el brazo y la condujo hacia el interior del elegante teatro-. Pero no te preocupes por Fanny y Harry. Ellas se encargarán de localizarnos. No tendrán problemas para ello.

– ¿Por qué no?

– Porque el palco que usan es mío -explicó Julián, mientras se abrían paso entre el gentío.

– Oh, ya veo. Un arreglo muy conveniente.

– Fanny siempre lo pensó así. Le ha ahorrado el costo de tener que comprarse uno propio.

Sophy lo miró.

– No te importa que lo use, ¿verdad?

Julián sonrió.

– No. Es una de los pocos miembros de la familia que tolero durante todo el tiempo.

Pocos minutos después, Julián la escoltó a un lujoso palco, bien ubicado entre otros cinco similares- Sophy se sentó y contempló fascinada el enorme auditorio en forma de herradura.

Las mujeres llevaban valiosas joyas y los hombres, elegantes trajes. En la concavidad del mismo, los dandis y mequetrefes, con sus prendas a rayas, paseaban airadamente, exhibiendo la última moda. Al ver toda esa ropa tan extravagante, casi desfachatada, Sophy se dio cuenta de que secretamente agradecía que Julián prefiriese cortes y géneros más discretos y conservadores.

Pero muy pronto se evidenció que el verdadero espectáculo no tenía lugar ni en la concavidad del auditorio ni sobre el escenario, sino en los palcos.

– Es como mirar cinco hileras de escenarios en miniatura -exclamó Sophy, riendo-. Todo el mundo se viste para exhibirse y se fija quién tiene puesta tal o cual joya o quién visita a quién en tal palco. No enriendo por qué la ópera te resulta tan aburrida cuando tantas cosas suceden entre los espectadores.

Julián se apoyó contra el respaldo de la silla de terciopelo y arqueó una ceja, mientras miraba el auditorio.

– Has dado en el clavo, querida. Hay más acción aquí arriba que allí abajo, en el escenario.

Durante largo rato, Julián examinó las hileras de palcos en silencio. Sophy le siguió la mirada y advirtió que se detenía en un palco en particular, donde había una mujer llamativamente vestida, rodeada de varios admiradores masculinos. Sophy la observó durante un momento. Sintió una repentina curiosidad por saber quién sería la rubia que, al parecer, era el centro de tanta atención.

– ¿Quién es esa mujer, Julián?

– ¿Qué mujer? -preguntó Julián, ausente, siguiendo el recorrido visual entre los demás palcos.

– La de la tercera hilera, vestida de verde. Debe de ser muy famosa. Aparentemente está rodeada de hombres. No veo ninguna otra mujer en el palco.

– Ah, esa mujer. -Julián volvió brevemente la mirada atrás-. No necesitas preocuparte por ella, Sophy. Es muy poco probable que la conozcas personalmente.

– Una nunca sabe, ¿no?

– En este caso, estoy seguro.

– Julián, no soporto el suspense. ¿Quién es ella?

Julián suspiró.

– Una de tas Impuras Elegantes -explicó él, con un tono que indicó que el tema le parecía de lo más aburrido-. Esta noche, hay muchas presentes, porque estos palcos son una especie de escaparate de exhibición para ellas, por así decirlo.

Sophy abrió los ojos desmesuradamente.

– ¿Auténticas mujeres de la vida? ¿Tienen palcos en el teatro King?

– Como ya te he dicho, tos palcos son escaparates para mostrar, eh, su mercadería.

Sophy estaba atónita.

– Pero debe de costar una fortuna tener un palco aquí durante toda la temporada.

– Bueno, no es para exagerar, pero tampoco es nada barato -admitió-. Creo que estas golfas lo consideran como una inversión necesaria para su negocio.

Sophy se le acercó con un gesto cómplice.

– Señálame otras Impuras Elegantes, Julián. Te juro que es imposible distinguirlas de las damas de buen vivir con sólo mirarles el aspecto, ¿no?

Julián la miró brevemente, con una expresión medio de comicidad y medio de represión.

– Interesante observación, Sophy, y en muchos casos precisa, me temo. Pero existen algunas excepciones. Algunas mujeres poseen un aire inconfundible de calidad que siempre se evidencia, independientemente de la ropa que llevan puesta.

Sophy estaba demasiado ocupada observando los palcos como para reparar en la intensa mirada de Julián.

– ¿Cuáles son las excepciones? Muéstrame una o dos. Realmente me encantaría ver si puedo distinguir una mujerzuela de una duquesa a simple vista.

– No importa, Sophy. Ya he complacido tu lamentable curiosidad lo suficiente por una noche. Creo que es hora de que cambiemos de tema.

– Julián, ¿te has dado cuenta de que tienes la virtud de cambiar de tema justo cuando la conversación empieza a ponerse interesante?

– Sí. ¡Qué maleducado soy!

– No creo que tengas nada que decir de tu educación. Oh, mira, allí está Anne Silverthorne y su abuela. -Sophy señaló a su amiga con el abanico y recibió un cordial saludo por parte de Anne, desde un palco cercano-. ¿Podemos ir a visitarla a su palco, Julián?

– Tal vez entre actos.

– Será divertido. Anne está muy bonita esta noche, ¿no? Ese vestido amarillo va muy bien con el rojizo de su cabello.

– Algunos dirían que el vestido es demasiado escotado para una joven soltera -dijo Julián, dirigiendo una breve y crítica mirada al atuendo de la joven.

– Si Anne tiene que esperar a estar casada para ponerse un vestido que esté de moda, entonces tendrá que esperar toda la vida. Me ha dicho que nunca contraerá matrimonio. Para ella, el sexo masculino es muy poco respetable y la institución del matrimonio no la atrae en lo más mínimo…

A Julián se le borró la sonrisa.

– ¿Debo entender que conociste a la señorita Silverthorne en una de las reuniones de los miércoles en el club de mi tía?

– Sí, ésa es la verdad.

– A juzgar por lo que acabas de decirme, no estoy muy seguro de que ella sea la clase de mujer que deba hacer sociabilidad contigo, mi querida.

– Probablemente tengas bastante razón -dijo Sophy, animadamente-. Anne es una influencia terrible. Pero me temo que el daño ya se ha hecho. Como verás, nos hemos convertido en íntimas amigas y uno no debe dejar plantada a una amiga, ¿verdad?

– Sophy…

– Estoy casi segura de que tú jamás volverías la espalda a uno de tus amigos. No sería honorable.

Julián la miró, un tanto cansado.

– Bueno, Sophy…

– No te alarmes, Julián. Anne no es mi única amiga. Jane Morland es otra de las muchachas que acabo de conocer y no dudo de que la aprobarás. Es muy seria. Siempre habla razonando las cosas y conservando la línea.

– Es un alivio -dijo Julián-. Pero Sophy, es mi deber advertirte que tienes que ser cautelosa al elegir tus amigas tanto como al elegir tus amigos.

– Julián, si tuviera que ser tan cautelosa para seleccionar mis amistades como tú pretendes, sin duda pasaría una vida muy solitaria. O de lo contrario, me aburriría hasta la muerte en compañía de criaturas sosas.

– No puedo imaginarme semejante situación.

– Yo tampoco. -Sophy miró a su alrededor, buscando alguna distracción- Debo decir que Harry y Fanny se han demorado bastante. Espero que se encuentren bien.

– Ahora eres tú la que cambia de tema.

– Tú me has enseñado las técnicas. -Sophy estuvo a punto de continuar la frase cuando se dio cuenta de que la impactante cortesana rubia, con el vestido verde, la miraba directamente a ella, a pesar de la vasta distancia que las separaba.

Por un momento, Sophy le correspondió la mirada, intrigada por la desfachatez de la mujer. Quiso preguntarle a Julián el nombre de la mujer pero una repentina y estruendosa conmoción en la galería indicó que la ópera estaba por comenzar. Sophy olvidó a la mujer de verde y prestó atención al escenario.

La cortina que estaba detrás de Sophy se abrió en la mitad del primer acto. Sophy se volvió para ver si eran Fanny y Harry que entraban precipitadamente al palco, pero se trataba de Miles Thurgood, a quien Julián le indicó con un ademán que tomara asiento. Sophy le sonrió.

– Creo que Catalani está en buena forma esta noche, ¿no? -murmuró Miles al oído de Sophy-. Oí que tuvo una seria disputa con su último amorcito antes de subir a escena… Se corrió la voz de que le vació un orinal en la cabeza y el pobre hombre tiene que salir en el próximo acto. Esperemos que pueda asearse a tiempo.

Sophy rió, ignorando la represora mirada de Julián.

– ¿Y cómo se enteró de eso? -murmuró a Miles.

– Porque las escapadas de Catalani detrás de escena son legendarias -le explicó Miles con una sonrisa.

– No hay necesidad de entretener a mi esposa con esas historias -dijo Julián severamente-. Búscate otros temas de conversación si deseas permanecer en este palco.

– No le preste atención-dijo Sophy-. Julián es demasiado estricto en ciertos aspectos…

– ¿Es cierro, Julián? -exclamó Miles inocentemente-. ¿Sabes? Ahora que tu esposa lo menciona, creo que tiene razón.

Empiezo a creer que últimamente has estado muy malhumorado. Deben de ser los efectos del matrimonio.

– Sin duda -dijo Julián fríamente.

– Catalani no es la única que está dando que hablar esta noche -continuó Miles-. Parece que otros miembros de la alta sociedad han recibido notas chantajistas por parte de la Gran Featherstone. Vaya mujer. Hay que tener agallas para estar sentada aquí, rodeada de todas sus víctimas.

Sophy se volvió de inmediato.

– ¿Charlotte Featherstone está aquí esta noche? ¿Dónde?

– Suficiente, Thurgood -lo interrumpió Julián decidido.

Pero Miles ya estaba asintiendo con la cabeza, en dirección al palco donde se hallaba la imponente rubia, que había estado mirando tan abiertamente a Sophy sólo momentos atrás.

– Es aquella que está allá.

– ¿La dama de verde? -Sophy trató de mirar a pesar de la oscuridad reinante en el teatro, buscando a la infame cortesana.

– Maldición, Thurgood, dije que basta -gruñó Julián.

– Lo siento, Ravenwood, no quise decir nada fuera de lugar. Pero todos saben quién es Featherstone. No es precisamente un secreto.

Los ojos de Julián estaban sombríos.

– Sophy, ¿re agradaría un poco de limonada?

– Sí, Julián, me encantaría.

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