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Sophy lo vio caminar entre las penumbras hacia el tocador. Tomó un recipiente y vertió en él un poco de agua que sacó de una jarra. Luego tomó una toalla y la embebió en ella. Cuando Julián regresó a la cama, Sophy se dio cuenta de sus intenciones. Se sentó rápidamente y se tapó hasta el cuello con la sábana.

– No, Julián, por favor. Puedo hacerlo sola.

– Debes permitirme, Sophy. Éste es otro de los privilegios de un esposo. -Se sentó en el borde de la cama y suavemente, pero firmemente, jaló de la sábana que Sophy no quería soltar-. Acuéstate y déjame hacerte sentir más cómoda.

– De verdad, Julián, preferiría que no…

Pero no había nada que fuera a detenerlo. La obligó a acostarse boca arriba. Sophy barbotó un insulto por lo bajo que hizo reír a Julián.

– No hay razón para que te pongas reticente ahora, cariño. Es demasiado tarde. Ya he experimentado tu dulce pasión, ¿lo recuerdas? Pocos minutos atrás, estabas húmeda, cálida y muy receptiva. Me dejaste tocarte por todas partes. -Terminó de asearla y se deshizo de la toalla manchada.

– Julián, yo… debo preguntarte algo -dijo Sophy, mientras volvía a taparse con la sábana para guardar cierta modestia.

– ¿Qué deseas preguntarme? -Se acercó lentamente a la cama y se acostó al lado de ella.

– Tú dijiste que había maneras de evitar que esto terminara en la concepción de un bebé. ¿Usaste uno de esos métodos esta noche?

Un breve pero tenso silencio se produjo en el cuarto. Julián se acomodó contra las almohadas, con los brazos cruzados por detrás de la nuca.

– No -dijo él finalmente, con toda claridad-. No.

– Oh. -Trató de ocultar la ansiedad que sentía al asimilar la información.

– Sabías cuáles eran mis pretensiones cuando consentiste en ser una esposa como Dios manda, Sophy.

– Un heredero y nada de problemas. -Tal vez, la ilusión de la intimidad compartida momentos atrás había sido sólo eso, pensó: una ilusión. Era innegable que Julián había estado muy excitado cuando vino a ella esa noche, pero Sophy haría muy bien en no olvidar que su principal objetivo era el de procurarse un heredero.

Otro silencio invadió el lecho. Luego Julián le preguntó:

– ¿Sería tan malo darme un hijo?

– ¿Qué pasaría si te diera una hija, milord? -preguntó fríamente, evitando una respuesta directa a la pregunta.

Él sonrió inesperadamente.

– Una niña sería maravillosa, especialmente si se parece a su madre.

Sophy se preguntó cómo debería tomar el elogio, pero luego decidió no indagar muy profundamente.

– Pero necesitas un varón para Ravenwood.

– Entonces tendremos que seguir buscando hasta que lo tengamos, ¿no? -preguntó Julián. Extendió el brazo para tomarla y apoyarle la cabeza contra su hombro-. Pero no creo que tengamos muchas dificultades en concebir un varón. Los Sinclair siempre han tenido varones y tú eres sana y fuerte. Pero no me has contestado a la pregunta, Sophy. ¿Sería tan malo para ti haber concebido esta misma noche?

– Es muy pronto. Hace tan poco que nos casamos -señaló ella, vacilante-. Todavía tenemos que aprender muchas cosas el uno del otro. Me parece más prudente esperar. «Hasta que aprendas a amarme", agregó en silencio.

– No veo por qué esperar. Un bebé sería bueno para tí, Sophy.

– ¿Por qué? ¿Porque me concienciaría más de mis obligaciones y responsabilidades como esposa? -retrucó ella-. Te aseguro que ya las conozco.

Julián suspiró.

– Sólo quise decir que creo que serás una buena madre y que un bebé te pondrá más contenta en tu papel de esposa.

Sophy se quejó, molesta consigo misma por haber estropeado el clima de ternura e intimidad que Julián le había ofrecido después de hacer el amor. Trató de salvar el frágil momento con una cuota de buen humor. Acostándose sobre un lado, le sonrió con picardía.

– Dime, Julián, ¿todos los maridos están tan arrogantemente seguros de lo que conviene a sus esposas?

– Sophy, me has herido. -Hizo una mueca, tratando de dar un aspecto de lastimado e inocente. Pero en sus ojos había alivio y diversión-. De verdad me crees arrogante, ¿no?

– A veces no puedo evitar llegar a esa conclusión.

La mirada de Julián se puso seria otra vez.

– Sé que debo parecerte así. Pero, a decir verdad, Sophy, quiero ser un buen esposo para ti.

– Lo sé -murmuró ella-. Es precisamente porque lo sé que estoy tan dispuesta a tolerar tus arranques de superioridad. ¿Ves qué esposa tan comprensiva tienes?

La miró con los ojos entrecerrados.

– Una esposa ejemplar.

– No lo dudes ni por un instante. Podría dar lecciones.

– Oh, una idea que haría estremecer a los otros maridos de la alta sociedad. No obstante, te invito a que tengas muy presente esa intención cuando estés ocupada preparando pócimas somníferas o leyendo a esa maldita Wollstonecraft. -Se incorporó lo suficiente como para plantar un sonoro beso en el rostro de su esposa y luego se dejó caer pesadamente sobre las blancas almohadas-. Hay algo más que debemos discutir esta noche, mi querida esposa ejemplar.

– ¿De qué se trata? -Bostezó, consciente de que estaba quedándose dormida. Era extraño tenerlo en su cama, pero se sentía cómoda y abrigada con su presencia. Se preguntó si Julián pasaría toda la noche con ella.

– Cuando te dije que quería consumar nuestro matrimonio, estabas molesta -empezó lentamente.

– Sólo porque tú insistías que era por mi bien,

Julián sonrió vagamente.

– Sí, ya veo de dónde sacas la idea de que soy arrogante y de que tengo arranques de superioridad. Pero sea como sea, definitivamente es tiempo de que sepas el verdadero riesgo que corres cuando flirteas con Waycott y sus pares.

El somnoliento buen humor de Sophy desapareció en una décima de segundo. Se incorporó sobre un codo y miró furiosa a Julián.

– Yo no estaba flirteando con el vizconde.

– Sí, Sophy, sí lo hacías. Te admito que puedes no haberte dado cuenta de que estabas haciéndolo, pero te aseguro que él estaba mirándote como si hubieras sido una tarta de fresas cubierta con crema chantilly. Y cada vez que tú sonreías, él se relamía con cada migaja de la tarta.

– ¡Julián, estás exagerando!

Julián la atrajo nuevamente hacia su hombro.

– No, Sophy, no exagero. Y Waycott no era el único que baboseaba por tí esta noche. Debes tener mucho cuidado con hombres así. Pero sobre todas las cosas, no debes alentarlos, aun inconscientemente.

– ¿Por qué temes a Waycott en particular?

– No le temo, pero entiendo que es peligroso con las mujeres y no quiero que mi esposa se exponga a ese riesgo. Te seduciría en cualquier momento si lo creyera posible.

– ¿Por qué yo? Había bastantes mujeres mucho más bellas que yo esta noche en el baile de los Yelverton.

– Si las circunstancias lo favorecen, te escogería a ti por encima de todas las demás porque eres mi esposa.

– Pero ¿por qué?

– Él hace mucho tiempo que me odia, Sophy. Nunca lo olvidé.

Y de pronto cada pieza encajó en su lugar.

– ¿Waycott fue uno de los amantes de Elizabeth? -preguntó, sin detenerse a pensarlo.

Julián apretó la mandíbula y su expresión recobró la soberbia y prohibitiva máscara que le había conferido el apodo de demonio.

– Ya te he dicho que no hablo de mi esposa con nadie. Ni siquiera contigo, Sophy.

La muchacha empezó a alejarse de su brazo.

– Discúlpame, Julián, lo olvidé.

– Ya veo. -La abrazó con más fuerza cuando sintió que ella trataba de escaparse. Ignoró sus inútiles forcejeos-. Pero como eres una esposa ejemplar, creo que no volverá a suceder; ¿no?

Sophy abandonó sus intentos. Entrecerró los ojos y lo estudió minuciosamente.

– ¿Estás bromeando otra vez, Julián?

– No, señora, le aseguro que le hablo en serio. -Pero estaba sonriéndole, con la misma satisfacción que cuando había terminado de hacerle el amor-. Gira la cabeza, cariño- Quiero ver algo. -Con el pulgar le guió el mentón hasta ubicarla en un ángulo donde pudiera examinarle los ojos a la luz de las velas.

Luego meneó la cabeza lentamente-. Lo que me temía.

– ¿Qué sucede? -preguntó ella, ansiosa.

– Solía pensar que una vez que te hiciera el amor como correspondiese, perderías parte de esa clara inocencia en tus ojos, pero me equivoqué. Tus ojos son tan claros e inocentes como lo eran antes de que hiciéramos el amor. Será muy difícil protegerte de los depredadores de la sociedad, querida mía. Veo que sólo me queda una alternativa.

– ¿Cuál es esa alternativa, milord?

– Tendré que pasar más tiempo contigo. -Bostezó con la bocota muy grande-. De ahora en adelante, tendrás que darme una lista de todos los compromisos nocturnos que tengas. Yo te acompañaré siempre que me sea posible.

– ¿De verdad, milord? ¿Te agrada la ópera?

– Odio la ópera.

Sophy sonrió.

– Es una verdadera lástima. Tu tía, su amiga Harriette y yo tenemos planeado ir al teatro King mañana por la noche. ¿Te sentirías en la obligación de acompañarnos?

– Un hombre hace lo que debe -dijo Julián noblemente.

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