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Esa misma noche, más tarde, Sophy caminó de aquí para allá en su cuarto. Los hechos de la velada no dejaban de darle vueltas en la cabeza. ¡Habían sido tan excitantes y maravillosamente diferentes a los vividos cinco años atrás, en su única incursión en la sociedad!

Tenía plena conciencia de que su carácter de esposa de Ravenwood había tenido mucho que ver con todas las atenciones recibidas, pero, para ser honesta, sentía que había logrado arreglárselas muy bien por sí sola, con los distintos temas de conversación propuestos. Para empezar, a los veintitrés años de edad tenía mucha más confianza en sí misma que a los dieciocho.

Además, no se había sentido en exhibición, para ser entregada en matrimonio al mejor postor, como le había pasado entonces.

Esta noche ella se había podido relajar y disfrutar de la fiesta. Todo había salido a pedir de boca hasta que Julián llegó. En un principio, se alegró de verlo, de que él pudiera comprobar por sus propios medios que ella era capaz de manejarse muy bien en ese mundo. Pero después de bailar la primera pieza con él, se le ocurrió que Julián no había ido a la fiesta de los Yelverton sólo para admirar su nueva habilidad para manejarse en sociedad. El motivo de su presencia allí había sido su preocupación porque uno de los depredadores de la alta sociedad tratara de arrebatársela.

Fue deprimente llegar a la conclusión de que sólo la natural posesión de Julián lo había mantenido al lado de su esposa esa noche.

Hacía sólo una hora que habían vuelto a la casa y Sophy subió a su cuarto de inmediato, a prepararse para irse a dormir.

Julián no trató de detenerla. Le dio las buenas noches de un modo muy formal y se escurrió en su biblioteca. Pocos minutos después, Sophy escuchó sus pasos sordos sobre la alfombra que tapizaba el pasillo en el que estaba su habitación.

El esplendor que había caracterizado su primer acto social importante estaba marchitándose rápidamente y todo por culpa de Julián. Sentía que había hecho todo lo posible por empañar el placer que ella había experimentado.

Sophy giró en un extremo de su habitación y siguió avanzando hacia el tocador. Advirtió el pequeño joyero que iluminaba la vela del candelabro y sintió cierta culpa. Era innegable que, por toda su excitación de la primera semana como condesa de Ravenwood, Sophy había dejado de lado, por el momento, su objetivo de vengar a Amelia. Salvar su matrimonio se había convertido en el asunto más importante de su vida.

Sophy se dijo que no era porque hubiese olvidado su juramento de encontrar al seductor de Amelia, sino que se trataba de que otras cosas habían sido prioritarias, Pero no bien estabilizara su relación con Julián, regresaría a su proyecto de encontrar al responsable por la muerte de Amelia.

– No te he olvidado, hermana querida -susurró Sophy.

Estaba levantando la tapa de su joyero cuando escuchó que la puerta se abría a sus espaldas. Se dio la vuelta conteniendo la respiración y encontró a Julián, parado en la puerta que comunicaba ambos cuartos. Llevaba su bata de dormir, sin ninguna otra prenda. El joyero se cerró haciendo bastante ruido.

Julián miró la cajita y luego a Sophy. Sonrió.

– No tienes que decir ni una palabra, querida. Ya me había dado cuenta antes. Discúlpame por haber olvidado que debía darte ciertas joyas para que luzcas como es debido aquí en la ciudad.

– Yo no iba a pedirle ninguna joya, milord -dijo Sophy, molesta. Honestamente, ese hombre tenía un arte especial para imaginar conceptos irritantes-. ¿Deseaba algo?

Julián dudó un momento, pero se quedó donde estaba, sin denotar intención alguna de querer entrar.

– Sí, creo que sí -dijo finalmente-. Sophy, he estado pensando bastante en estos puntos que no han quedado muy claros entre nosotros.

– ¿Puntos, milord?

Julián entrecerró los ojos.

– ¿Preferirías que fuera más directo? Muy bien, he considerado mucho la idea de consumar nuestro matrimonio.

De pronto, Sophy experimentó la misma sensación con su estómago que había vivido un día, años atrás, cuando cayó de un árbol a una corriente de agua.

– Ya veo. ¿Fue esa conversación sobre la cría de ganado lanar la que lo inspiró?

Julián avanzó hacia ella, con las manos en los bolsillos de su bata de dormir.

– Esto nada tiene que ver con las ovejas. Esta noche, por primera vez, me he dado cuenta de que tu falta de experiencia en el lecho conyugal te pone en grave peligro.

Sophy parpadeó asombrada.

– ¿Peligro, milord?

Julián asintió con sobriedad. Tomó un pequeño cisne de cristal que adornaba el tocador de su esposa y jugó con él en la mano, distraídamente.

– Eres demasiado inocente e inexperta, Sophy. No posees la clase de conocimiento mundano que una mujer debe tener para entender las insinuaciones con doble sentido que ciertos hombres emplean en sus conversaciones. Es demasiado probable que alientes a esos hombres sin saberlo, simplemente porque no comprendes del todo bien sus verdaderas intenciones.

– Creo que empiezo a entender su razonamiento, milord-dijo Sophy-. ¿Quiere decir que el hecho de que aún no sea una esposa como corresponde en todo el sentido de la palabra puede ser una desventaja social para mí?

– Es un modo de expresarlo.

– Qué concepto horroroso. Es como tomar lo propio con la mano ajena, creo.

– Te aseguro que es algo más serio que eso, Sophy. Si fueras soltera, tu falta de conocimiento sobre ciertos aspectos sería una especie de garantía. Todo hombre que tratase de seducirte, sabría también que todos esperarían que se casara contigo. Pero como mujer casada, no gozas de tal protección. Y si cierta clase de hombres sospecharan que aún no has compartido el lecho con tu marido, no descansarían hasta conseguirte. Te verían como una conquista divertida.

– En otras palabras, ¿esta clase hipotética de hombre me consideraría un premio deseable realmente?

– Precisamente. -Julián apoyó su cisne de cristal y sonrió con aprobación a Sophy-. Me alegra que captes la situación.

– Oh, claro que sí -dijo ella, tratando de serenar su estupor-. Me está diciendo que finalmente ha decidido reclamar sus derechos maritales.

Julián se encogió de hombros con aparente ecuanimidad.

– Me parece que sería lo mejor para ti. Por tu bien, he decidido que nuestro matrimonio sea tan normal como los demás.

Sophy apretó el respaldo de la silla del tocador con sus dedos.

– Julián, yo le he dicho claramente que deseo ser una esposa completa para usted, pero permítame pedirle un favor antes que proceda esta noche.

Los ojos de esmeralda de Julián resplandecieron, traicionando su aparente calma.

– ¿Cuál sería ese favor, querida?

– Que deje explicar su lógica por hacer lo que quiere. El hecho de que me persuada de que todo esto es por mi bien está surtiendo el mismo efecto en mí que tuvo en usted el té de hierbas que le di en Eslington Park.

Julián se quedó mirándola por un momento, sin articular palabra. Después la asustó con una estruendosa carcajada.

– ¿Estás en peligro de quedarte dormida? -se movió con una rapidez que la espantó. La levantó en sus brazos y empezó a caminar hacia la ancha cama-. Señora, no puedo aceptar semejante cosa. Juro que haré todo lo que esté a mi alcance para obtener su más entera atención en este aspecto.

Sophy le sonrió trémulamente, mientras se aferraba de sus anchos hombros. Una gloriosa excitación recorría todo su cuerpo.

– Créame, milord, que tendrá toda mi atención ahora.

– Es como debe ser, porque yo estoy completamente concentrado.

Tiernamente, Julián la tendió sobre la cama, mientras le quitaba la bata. Su sonrisa sensual translucía una viril expectativa.

Cuando se quitó su bata, revelando su figura delgada y robusta a la luz de las velas, Sophy ya no tuvo dudas de que estaba haciendo eso motivado por un auténtico deseo y no sólo por el bien de ella. Estaba completamente excitado, erecto, con una profunda necesidad. Ella lo miró durante largos minutos, un tanto avergonzada e insegura, aunque su cuerpo empezaba a responder.

– ¿Te asusto, Sophy? -Julián se metió en la cama, a su lado y la tomó entre sus brazos. Sus manazas recorrieron las caderas de la joven, delineando sus formas por encima de! fino género de su camisón.

– Por supuesto que no me asusta. Ya le he dicho varías veces que no soy una adolescente bobalicona recién salida de la escuela. -Se estremeció casi imperceptiblemente cuando Julián le entibió la cadera con la palma de su mano.

– Ah, sí. Siempre me olvido que mi esposa, una muchacha de campo, es muy versada en materia de cría y reproducción.

– Le besó la garganta y volvió a sonreír al ver que ella se estremecía otra vez-, Veo que no tengo razones para preocuparme por la posibilidad de ofender accidentalmente tus delicadas sensibilidades.

– Creo que me está tomando el pelo, Julián.

– Yo creo que tienes razón. Pero… ¿por qué no dejas ya la formalidad del usted? Dadas las circunstancias… -La tendió de espaldas. Buscó las cintas delanteras de su camisón para desatarlas deliberadamente. No abandonó su rostro con la mirada en ningún momento, pues deseaba ver su expresión cuando liberó los senos a sus caricias.

– Qué tierna y femenina eres, pequeña.

Sophy estaba asombrada por la intensa mirada de Julián. Fascinada, observó cómo el sensual brillo de sus ojos se convertía en un sombrío deseo. Extendió la mano para tocarle la mejilla y se sorprendió de la reacción de él, ante la suave caricia.

Julián gimió y bajó la cabeza, hasta que su boca tocó la de ella. El beso fue caliente, hambriento y exigente, revelando completamente la profundidad de la excitación de Julián. Tomó el labio inferior de la muchacha entre los dientes y lo mordió suavemente. Cuando ella gimió, él deslizó la lengua en el interior de su boca mientras que, simultáneamente, acariciaba uno de los rosados pezones con el dedo pulgar.

Sophy reaccionó intensamente al contacto. Presionó su mano contra la de Julián que le acariciaba el seno. Sentía que su cuerpo latía y que rápidamente iba perdiendo el control de sí.

Una voz distante le envió una advertencia, pero ella la ignoró, asegurándose que esta vez todo estaba bien. Tal vez Julián no estuviera enamorado de ella, pero era su esposo. Había jurado cuidarla y protegerla y ella confiaba en que él cumpliría con su parte del trato. A cambio, ella sería una esposa como Dios mandaba, una buena esposa.

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