La mirada de Sophy se puso alerta, aunque su sonrisa se mantuvo inalterable.
– Vamos, Julián. Está exagerando. En lo que a mí respecta, ningún hombre de los aquí presentes puede soñar con seducirme.
Le llevó unas décimas de segundo darse cuenta de que Sophy lo estaba comparando con todos los demás invitados.
– Discúlpeme, señora -le dijo con suave sarcasmo-. No me había dado cuenta de que estaba tan ansiosa por ser seducida. De hecho, me había llevado exactamente la impresión contraria. Estoy seguro de que entendí mal.
– Muy a menudo me entiende mal, milord. -Dejó la vista fija en la corbata de su esposo-. Pero sucede que sólo estaba bromeando.
– ¿Sí?
– Sí, por supuesto.- Discúlpeme, Sólo quise levantarle un poco el ánimo. Parecía más preocupado de lo debido por lo que constituye una amenaza totalmente inexistente a mi virtud. Le aseguro que ninguno de los hombres de ese grupo hizo avances o sugerencias que estuvieran fuera de lugar.
Julián suspiró.
– El problema, Sophy, es que no estoy muy seguro de que seas capaz de reconocer una sugerencia fuera de lugar sino hasta que las cosas hayan llegado demasiado lejos. Puedes tener veintitrés años, pero no has tenido demasiada experiencia con la sociedad. Se parece un poco a un terreno de cacería, y una joven bonita, inocente y casada suele ser un premio muy valioso.
Ella se puso tiesa y entrecerró los ojos.
– Por favor, no sea condescendiente, Julián. No soy inocente y le aseguro que no es mi intención permitir que me seduzca ninguno de sus amigos.
– Desgraciadamente, querida, eso todavía deja pendiente a mis enemigos.