Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

19

– Estábamos todos tan preocupados, milady. Teníamos terror de que le hubiera pasado algo malo. No tiene idea. Los muchachos del establo estaban fuera de si. Cuando apareció su yegua al trote, todos empezaron a buscarla a usted de inmediato, pero no había señales por ninguna parte. Alguien fue a la casa de la vieja Bess y ella se preocupó tanto como nosotros cuando se enteró de que no había regresado.

– Lamento haber causado tanto revuelo, Mary. -Sophy sólo estaba escuchando a medias los relatos de Mary. Su mente estaba preocupada por la próxima entrevista con Julián. Él no le había creído. Debió prever que él no creería en esa historia de que la yegua la había arrojado. Pero ¿qué iba a decirle ahora?

– Y después, el encargado de la caballeriza, que siempre es un pájaro de mal agüero, vino sacudiendo la cabeza, a decir que debíamos rastrear en la laguna, para tratar de encontrar su cuerpo.

Dios, casi me desmayo cuando escuché eso. Pero todo eso no fue nada comparado con el momento en que llegó Su señoría, inesperadamente. Aun los sirvientes que trabajaron en esta casa cuando vivía la primera condesa, decían que jamás habían visto a lord Ravenwood así de furioso. Amenazó con despedirnos a todos.

Un golpe en la puerta interrumpió los relatos de Mary sobre lo acontecido aquella tarde. Ella acudió a la puerta y cuando la abrió, encontró a una criada que venía con una bandeja de té.

– Bien, yo la tomaré. Vete ya. Su señoría necesita descansar. -Mary cerró la puerta y apoyó la bandeja en una mesa-. Oh, mire, Cook le ha enviado un poco de pastel. Coma una porción con el té. Le dará fuerzas.

Sophy miró la tetera y de inmediato sintió náuseas.

– Gracias, Mary. Enseguida beberé el té. Pero por el momento, no tengo hambre.

– Debe de ser por el golpe en la cabeza -dijo Mary-. Afecta el estómago. Pero por lo menos debería tomar una taza de té, señora.

La puerta volvió a abrirse y Julián entró al cuarto sin molestarse en llamar. Todavía llevaba su atuendo de montar y, obviamente, había escuchado el último comentario de Mary.

– Vete, Mary. Me encargaré personalmente de que beba su té.

Sorprendida por su llegada, Mary hizo una breve reverencia y retrocedió nerviosamente hacia la puerta.

– Sí, milord -dijo, mientras ponía la mano en el picaporte. Comenzó a retirarse, pero se detuvo para decir, con cierto aire desafiante-: Todos estábamos muy preocupados por la señora.

– Sé que así fue, Mary. Pero ella está ahora en casa nuevamente, sana y salva y la próxima vez rodos vosotros cuidaréis mejor de ella, ¿verdad?

– Oh, sí, milord. No la perderemos de vista.

– Excelente. Ahora puedes retirarte, Mary.

Mary salió corriendo.

Cuando la puerta se cerró detrás de su dama de compañía, Sophy apretó los dedos sobre su falda.

– No tienes que aterrorizar al personal, Julián. Son todos muy buenos y lo que pasó esta tarde nada tiene que ver con ellos. Yo… -Carraspeó-, Cabalgué por esa zona cientos de veces en los últimos años- No era necesario que me acompañara ningún cuidador. Estamos en el campo, no en la ciudad.

– Pero no pudieron encontrar tu indefenso e inconsciente cuerpo en ningún lado del camino, ¿no? -Julián se acomodó en una silla que estaba cerca de la ventana y miró todo el cuarto-. Veo que has hecho varios cambios, querida, tanto aquí como en el resto de la casa.

Ese inesperado cambio de tema la desconcertó.

– Espero que no te moleste, milord -dijo Sophy, muy tensa. Tenía la terrible corazonada de que Julián jugaría con ella hasta que la pusiera tan nerviosa y estallara por fin, para contarle toda la verdad.

– No, Sophy, no me importa en absoluto. Hacía mucho que esta casa me disgustaba tal como estaba. -Julián volvió a mirar el ansioso rostro de su esposa-. Cualquier cambio que se haga en Ravenwood Abbey será más que bienvenido, te lo aseguro. ¿Cómo te sientes?

– Muy bien, gracias. -Las palabras parecían pegadas en su garganta.

– Es un alivio. -Se extendió completamente, con las piernas hacia adelante y los brazos caídos indulgentemente-. Nos habías preocupado muchísimo, ¿sabes?

– Lo lamento. -Sophy inspiró profundamente y luchó con desesperación por recordar todos los detalles de la historia que había inventado. Su teoría era que si condimentaba la narración con un sinfín de detalles, aún podría salvarla-. Creo que fue un animal pequeño el que asustó a mi yegua. Una ardilla, tal vez. Normalmente, no debió haber ningún problema, porque sabes que sé cabalgar muy bien.

– Siempre he admirado tus habilidades de jinete -coincidió Julián.

Sophy sintió que se ruborizaba.

– Sí, bueno sucede que yo regresaba de la casa de la vieja Bess, adonde había ido a comprar algunas hierbas. Me había puesto los paquetitos en los bolsillos y estaba entretenida acomodándolos. Me refiero a los paquetes, claro, porque tenía miedo de que se me cayeran por el camino, ¿entiendes?

– Entiendo.

Sophy se quedó mirándolo por un rato, asombrada por la expresión expectante de su esposo. Aparentemente, estaba sereno y paciente, pero Sophy sabía que se trataba de la serenidad y la paciencia de un cazador.

– Y… y… creo que estaba distraída, en lugar de tener toda mi atención en la yegua. Estaba acomodando un… paquete de ruibarbo. Sí, creo que era ése. Entonces… la yegua empezó a corcovear y después de eso… ya no pude mantener el equilibrio.

– ¿En ese momento te caíste y te golpeaste la cabeza?

Sophy recordó que habían buscado rastros de ella en el camino, sin hallar indicio alguno.

– No, no, milord. Creo que la yegua me llevó unos metros más adelante perdí silla y todo en el bosque.

– ¿Te ayudaría en algo si te dijera que acabo de regresar por ese camino, a caballo, de la casa de Bess?

Sophy lo miró, incómoda.

– ¿Sí?

– Sí, Sophy-dijo con mucha suavidad-. Me llevé una antorcha y recorrí las inmediaciones de la laguna y encontré algunas huellas muy interesantes. Aparentemente, en ese lugar hubo otro caballo y otro jinete hoy.

Sophy se puso de pie abruptamente.

– Oh, Julián, por favor, no me hagas más preguntas esta noche. No puedo hablar ahora. Estoy muy mal. Me equivoqué cuando te dije que me sentía bien, porque me siento pésimo.

– Pero no, creo yo, por el golpe que te diste en la cabeza

– La voz de Julián fue mucho más suave que la de hacía un rato-. Quizás es la preocupación lo que está agobiándote, querida. Te doy mi palabra de honor que no tienes necesidad de preocuparte.

Sophy no entendía ni confiaba en tanta ternura.

– No comprendo a qué te refieres.

– ¿Por qué no vienes a sentarte un rato aquí conmigo? A ver si te tranquilizas. -Le tendió la mano.

Sophy miró la mano extendida y luego los ojos de su marido. Obedeció. Tenía que ser fuerte.

– No… no hay lugar en la silla para mí, Julián.

– Yo te haré lugar. Ven aquí, Sophy. La situación no es tan tremenda ni tan complicada como tú la ves.

Sabía que no era inteligente ir hacia él. Sabía que perdería las fuerzas que tenía si permitía que él la consolase en esos momentos. Pero por otra parte, se moría por gozar de esa sensación tan cálida de tener sus brazos alrededor de su cuerpo. Aquella mano extendida era una gran tentación ante su fatiga y debilidad.

– Probablemente, debería acostarme un rato -dijo ella mientras avanzaba un paso hacia Julián.

– Descansarás muy pronto, pequeña, lo prometo.

Julián siguió esperando, con ese aire de infinita paciencia que había adoptado, mientras ella daba un segundo y luego un tercer paso hacia él.

– Julián, no debería hacer esto -exhaló ella suavemente, mientras él le cubría la mano con la suya.

– Soy tu esposo, cariño. -La sentó sobre su falda y la apoyó contra su hombro-¿A qué otro más que a mí podrías confiarle lo que pasó hoy realmente en la laguna?

Al escuchar esa frase, Sophy perdió la poca fortaleza que le quedaba. Había pasado demasiadas cosas ese día. El rapto, la amenaza de violación, su huida, el momento en que había apuntado a Waycott con la pistola de bolsillo, sin hallar el valor para dispararle concretamente, todo eso había contribuido para que se sintiera débil.

Si Julián le hubiera gritado, si hubiera descargado toda su furia en ella, Sophy habría podido resistirse, pero no a tanta ternura y afecto. Giró el rostro hacia el hombro de él y cerró los ojos. El apretó los brazos alrededor de ella, prometiéndole tácitamente toda la protección que necesitaba.

– Julián, te amo -le dijo ella, con la boca contra su camisa.

– Lo sé, cariño, lo sé. ¿Entonces me dirás la verdad?

– No puedo hacerlo -dijo ella.

Julián no discutió el punto. Sólo se quedó allí sentado, masajeándole la espalda con su manaza fuerte- Hubo silencio en la habitación, hasta que Sophy, sucumbiendo a la tentación una vez más, se relajó.

– ¿Tienes confianza en mí, Sophy?

– Sí, Julián.

– ¿Entonces por qué no me quieres decir la verdad sobre lo que pasó hoy?

Ella exhaló un suspiro.

– Porque tengo miedo, milord.

– ¿De mí?

– No.

– Me alegro de eso, al menos. -Hizo una pausa y luego dijo, con tono pensativo-. Algunas esposas en tu situación, tendrían razones para temer a sus esposos.

– Deben de ser esposas a quienes sus maridos les tienen muy poca estima. Esposas tristes y desgraciadas que no gozan ni del respeto ni de la confianza de sus maridos. Las compadezco.

Julián exclamó algo, que pareció entre una sonrisa y una queja. Volvió a atar una cinta de terciopelo que se había desatado del camisón de Sophy.

– Tú, por supuesto, quedas excluida de ese grupo de mujeres, querida. Tú gozas de mi estima, mi respeto y mi confianza, ¿no?

– Así es, milord. -Sophy se preguntó como se habría sentido si se hubiera podido agregar el sentimiento de amor a esa lista.

– Entonces tienes razón en no temerme porque, conociéndote, sé perfectamente que no has hecho nada malo hoy. Nunca me traicionarías, ¿verdad, Sophy?

Sophy cerró el puño sobre el género de la camisa de su esposo.

– Nunca, Julián. Jamás en la vida, ni en ninguna otra. Me alegra mucho que lo sepas.

– Claro que lo sé, mi dulce. -Se quedó en silencio durante un rato largo y ella volvió a relajarse por sus caricias-. Desgraciadamente, me doy cuenta de que a pesar de que confío en ti plenamente, mi curiosidad no está satisfecha. Debes entender que soy tu esposo, Sophy. Ese título me hace sentir protector en cierto modo,

67
{"b":"88022","o":1}