– Por favor, Julián, no me fuerces a contártelo. Estoy bien, te lo aseguro.
– No tengo intenciones de forzarte a nada. Jugaremos a las adivinanzas.
Sophy se puso tensa.
– No quiero jugar a nada.
Julián ignoró la protesta.
– Dices que no quieres contarme toda la historia porque tienes miedo. También dices que no me temes a mí. Por lo tanto, la única conclusión que queda es que tienes miedo a otra persona. ¿Confías en que yo pueda protegerte, querida?
– No se trata de eso, Julián. -De inmediato, Sophy levantó la cabeza para asegurarle que ella no ponía en duda su habilidad para defenderla-. Sé que tomarías cualquier medida para defenderme.
– Tienes razón -dijo Julián simplemente-. Eres muy importante para mí, Sophy.
– Entiendo, Julián. -Se tocó el vientre casi imperceptiblemente-. Sin duda, estás preocupado por tu futuro heredero. Pero no necesitas preocuparte por el bebé, pues realmente…
Los ojos de esmeralda de Julián, por primera vez, denotaron cierta ira. Pero desapareció al instante. Tomó el rostro de la muchacha entre sus manos.
– Dejemos esto bien en claro. Tú eres muy importante para mí porque eres Sophy, mi querida, inconvencional, honorable y cariñosa esposa. No porque estés embarazada.
– Oh. -No podía apartar la mirada de los ojos brillantes de Julián. Era lo más parecido a una confesión de amor que Julián le había hecho. Y probablemente, sería lo máximo que podría esperar de él-. Gracias, Julián.
– No me lo agradezcas, pues soy yo quien te debe dar las gracias. -Le cubrió la boca con la de él y la besó con todas sus ansias. Cuando finalmente levantó la cabeza, se leyó un familiar resplandor en sus ojos-. Eres una poderosa distracción, querida, pero creo que, esta vez, haré todo lo posible para resistirme. Por lo menos, por un rato más.
– Pero Julián…
– Ahora terminaremos nuestro juego de adivinanzas. Tienes miedo de la persona, quienquiera que haya sido, que estuvo hoy en la laguna. Aparentemente, no temes a tu seguridad personal- Quiere decir que temes por la mía.
– Julián, por favor, te ruego…
– Bien. Temes por mi seguridad, pero tampoco me adviertes justa y claramente sobre el peligro al que me expongo, en teoría, lo que implica que no tienes miedo de que me ataquen directamente. No me ocultarías una información tan importante ¿cierto?
– No, milord. -En ese instante, supo que no tenía casi tratar de guardarse la verdad. El cazador estaba acercándose a su presa.-Entonces queda una sola posibilidad-dijo Julián, con una lógica inevitable- Sí temes por mi seguridad, pero sabemos que no me atacarán directamente, debe de ser que crees que retaré a duelo a esta tercera persona en cuestión, tan misteriosa y desconocida.
Sophy se enderezó. Cerró ambos puños sobre la camisa de su marido y entrecerró los ojos.
– Julián, debes darme tu palabra de honor de que no harás tal cosa. Debes jurármelo por nuestro hijo que está en camino. No quiero que arriesgues tu vida, ¿me has escuchado?
– Es Waycott, ¿no?
Sophy entrecerró los ojos.
– ¿Cómo lo has sabido?
– No fue tan difícil adivinarlo. ¿Qué pasó hoy en el camino, Sophy?
Ella lo miró, frustrada por completo. Esa expresión tierna y sutil en la mirada de él desapareció, como si jamás hubiera existido. En su lugar, sólo había el frío acecho del cazador frente a la presa. Acababa de ganar la batalla y preparaba su estrategia para la próxima.
– No dejaré que lo retes a duelo, Julián. No te arriesgarás por Waycott, ¿me entiendes?
– ¿Qué pasó hoy en el camino?
Sophy pudo haber llorado.
– Por favor, Julián…
Si bien Julián no había levantado la voz, Sophy se dio cuenta de que se le había agotado la paciencia. No se quedaría con la duda. Julián permitió que Sophy se levantara, pero en ese momento le quitó la mirada de encima. Lentamente, Sophy recorrió todo el cuarto y se aproximó a la ventana, para mirar la oscuridad de la noche. En frases concisas, le relató la historia.
– Él las mató, Julián -concluyó, con las manos entrelazadas frente a sí-. Mató a las dos. Ahogó a Elízabeth porque tenía intenciones de abortar el hijo de él. Y provocó la muerte de mi hermana al tratarla como si no hubiera sido más que un para sus ratos libres.
– Lo de tu hermana lo sabía, porque terminé de armar ese rompecabezas antes de salir de Londres. Y siempre había tenido dudas respecto de lo que había sucedido con Elizabeth aquella noche. Pensaba que, probablemente, alguno de sus amantes había recibido demasiada presión por parte de ella.
Sophy apoyó la cabeza sobre el frío cristal de la ventana.
– Dios me ampare. No tuve el valor de apretar el gatillo cuando tuve la oportunidad. Soy una cobarde.
– No, Sophy, no eres ninguna cobarde. -Julián avanzó suavemente hacia ella-. Eres la mujer más valiente que he conocido en toda mi vida y te entregaría toda mi vida y mi honor saber que esta noche has hecho lo que el honor demanda. No se mata a un hombre inconsciente a sangre fría, haya hecho lo que haya hecho.
Sophy se volvió para mirarlo, con cierta expresión de incertidumbre.
– Pero si lo hubiera matado cuando pude hacerlo, ahora todo habría terminado. No tendría que preocuparme por tí.
– Pero habrías vivido eternamente con el cargo de conciencia de haber matado a un hombre y no me habría gustado ese negro destino para ti, cariño. Por mucho que Waycott merezca morir.
Sophy sintió mucha impaciencia.
– Julián, debo decirte que no me preocupa tanto el haber actuado conforme a los dictados del honor, sino el hecho de que no solucioné el problema definitivamente. Este hombre es un asesino y todavía está libre.
– No durante mucho más tiempo.
Sophy se alarmó.
– Julián, por favor, debes prometerme que no lo desafiarás. Podrías morir, aun si Waycott se batiera justamente en un duelo contigo, cosa que dudo.
Julián sonrió.
– Según tengo entendido, no está en condiciones de batirse a duelo ahora. Dijiste que estaba inconsciente, ¿no? Estoy convencido de que se quedará así por un tiempo. Yo, según recordarás, tengo experiencia personal con tus tés de hierbas.
– No bromees conmigo, Julián.
Le tomó las muñecas y se las llevó contra el pecho.
– No estoy bromeando, cariño. Simplemente, estoy terriblemente agradecido de que estés con vida y sana. Nunca sabrás lo que pasé cuando llegué aquí esta noche y descubrí que no estabas.
Sophy se negó a que la reconfortara porque sabía lo que le esperaba.
– ¿Qué harás, Julián?
– Eso depende. ¿Cuánto tiempo más crees que Waycott dormirá?
Sophy frunció el entrecejo.
– Otras tres o cuatro horas, tal vez.
– Excelente. Más tarde me encargaré de él, entonces. -Empezó a desatarle las cintas del camisón-. Mientras tanto, pienso pasar este rato corroborando que realmente estás ilesa.
Sophy lo miró con severidad mientras el camisón caía a un costado.
– Julián, debes darme tu palabra de honor de que no retarás a duelo a Waycott.
– No te preocupes por eso, querida. -Le besó el cuello.
– Tu palabra, Julián. Dámela. -En ese momento, no deseaba más que estar en brazos de su esposo. Pero todo eso era mucho más importante. Se quedó inmóvil y fría, ignorando la tentación que le presentaba la calidez de aquella boca.
– No te preocupes con lo que suceda con Waycott. Yo me encargaré de todo. Nunca más volverá a acercarse a ti.
– Maldito seas, Julián. Quiero tu palabra de que no lo retarás a duelo. Tu seguridad es mucho más importante para mi que tu estúpido y machista sentido del honor. Ya te he dicho lo que pienso de un duelo. No soluciona nada y puedes perder la vida en ello. No retarás a Waycott. ¿Está claro? Dame tu palabra.
Julián dejó de besarle el hombro y, lentamente, levantó la cabeza, para mirarla. Tenía el entrecejo fruncido por primera vez.
– No tengo mala puntería, Sophy.
– No me importa lo buena que sea tu puntería. No dejaré que corras ese riesgo, y es definitivo.
Alzó las cejas.
– ¿Sí?
– Sí, maldita sea. No me arriesgaré a perderte en un duelo estúpido con un hombre que sin duda hará trampas. En esto, siento exactamente lo mismo que sentí esa mañana que tú interrumpiste mi encuentro con Charlotte Featherstone. No lo soportaré.
– No creo haberte visto nunca tan inflexible, querida.
– Tu palabra, Julián. La quiero.
Julián suspiró.
– Muy bien. Si es tan importante para ti, te juro solemnemente que no retaré a duelo a Waycott con pistolas.
Sophy cerró los ojos, profundamente aliviada.
– Gracias, Julián.
– ¿Ahora tengo permiso para hacer el amor a mi esposa?
Ella lo miró.
– Sí, milord.
Una hora después, Julián se incorporó sobre sus codos y miró la preocupada expresión de su esposa. Ese resplandor que siempre iluminaba su rostro cuando terminaban de hacer el amor estaba apagándose lentamente. Pero a Julián le resultó gratificante, en cierto modo, saber que su bienestar significaba tanto para ella.
– ¿Tendrás cuidado, Julián?
– Mucho.
– Quizá tendrías que llevarte algunos muchachos de los establos contigo.
– No, esto es entre Waycott y yo. Lo manejaré solo.
– Pero ¿qué harás? -preguntó, desesperada.
– Obligarlo a irse del país. Creo que le sugeriré emigrar a los Estados Unidos.
– Pero ¿cómo harás para obligarlo a marcharse?
Julián apoyó los brazos a cada lado de los hombros de Sophy.
– Deja de hacer tantas preguntas, mí amor. No tengo tiempo de contestarlas ahora. Cuando vuelva te lo contaré todo. En detalle. Lo juro. -Rozó sus labios con los de él. Descansa un poco.
– Qué ridiculez. No podré pegar un ojo hasta que regreses.
– Entonces lee un buen libro.
– Wolkhonecraft -lo amenazó ella-. Estudiaré «La reivindicación de los derechos de la mujer» hasta que vuelvas.
– Esa idea me obligará a volver de inmediato a tu lado.
– Al decirlo, Julián se puso de pie-. No puedo dejar que te corrompas más de lo que estás, leyendo esas cosas.
Sophy se sentó y le tomó la mano.
– Julián, estoy asustada.
– Ya lo sé. Conozco esa sensación. La experimenté cuando llegué a esta casa y descubrí que no estabas. -Suavemente, retiró la mano y empezó a vestirse-. Pero, en este caso, no tienes que temer. Tienes mi promesa de que no retaré a duelo a Waycott, ¿lo recuerdas?