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La carta perfumada con el elegante sello lila llegó a un costado de la bandeja con el té para Sophy, la mañana siguiente. Ella se sentó en la cama, bostezó y miró con curiosidad la misiva.

– ¿Cuándo llegó esto, Mary?

– Uno de los criados ha dicho que la trajo un muchachito, hace como media hora. -Mary, presurosa, comenzó a abrir las cortinas y extrajo del guardarropa un precioso vestido matinal que Fanny y Sophy habían escogido pocos días atrás.

Sophy bebió el té y rompió el sello del sobre. Distraída, ojeó los contenidos y luego frunció el entrecejo al ver que en un principio, no tenían sentido. No había firma, sólo iniciales al pie. Debió leerla por segunda vez para captar la esencia de la carta:

«Querida Señora:

En primer lugar, permítame comenzar esta carta brindándole mis más sinceras felicitaciones por su reciente boda. Si bien nunca he tenido el honor de ser presentada ante usted, siento que tenemos cierto grado de familiaridad por intermedio de un amigo en común. También estoy convencida de que usted es una mujer sensata y discreta ya que nuestro amigo no es persona de cometer en su segundo matrimonio el mismo error que cometió en el primero.

Como tengo fe en su discreción, creo que, una vez que haya leído esta carta, deseará tomar la sencilla medida que le asegurará que mi asociación con nuestro amigo en común, en la que ambos estuvimos muy de acuerdo, quede en el seno de nuestra privacidad.

Yo, Señora, actualmente estoy abocada a la ardua tarea de asegurarme la paz y tranquilidad necesarias para mi vejez. No deseo verme forzada, a vivir de la caridad en los últimos años de mi vida. Estoy logrando este objetivo a través de las publicaciones de mis Memoirs. ¿Le resultan familiares mis primeros fascículos, tal vez? Se publicarán muchos más en un futuro cercano.

Al escribir estas Memoirs, me he fijado como meta no la de humillar ni avergonzar a nadie, sino, simplemente, la de reunir los fondos suficientes que me avalen un futuro no tan incierto.

En el marco de todo esto, estoy ofreciendo la oportunidad a todos aquellos involucrados, de asegurarse que ciertos nombres específicos no aparezcan impresos, ahorrándose de ese modo chismes desagradables. Esta misma oportunidad también es para mí, pues obtengo lo que deseo sin necesidad de revelar detalles Íntimos de relaciones pasadas. Como verá, la propuesta que le hago en este momento es beneficiosa para todos los involucrados.

Bien, Señora, iré al grano: si para mañana a las cinco de la tarde me envía doscientas libras esterlinas, podrá descansar en paz, ya que unas cuantas cartas encantadoras que su esposo me escribió alguna vez, no aparecerán en mis Memoirs.

Para usted, esta suma de dinero es una nimiedad, menos de lo que cuesta uno de sus vestidos. Para mí, representa un ladrillo más con el que me construiré una pequeña y acogedora casa, llena de rosales, en Bath, donde pronto habré de retirarme.

A la espera de una pronta respuesta, saluda a usted muy atentamente,

C.V.

Sophy releyó la carta una tercera vez, con manos temblorosas. Estaba asombrada por la ira incontrolable que ardía dentro de ella. No se trataba de que Julián hubiera tenido relaciones con esa mujer alguna vez. Tampoco fue la amenaza de tener ese romance ventilado públicamente y en detalle, por embarazoso que fuera, lo que la había dejado temblando.

Lo que la ponía rabiosa era la noción de que Julián se hubiera tomado el tiempo de escribir canas de amor a una cortesana profesional en su momento y que, en el presente, no se hubiera molestado en garabatear siquiera algún poema para su esposa.

– Mary, guarda ese vestido matinal y saca mi traje de montar verde.

Mary la miró sorprendida.

– ¿Ha decidido ir a cabalgar esta mañana, señora?

– Sí.

– ¿Lord Ravenwood irá con usted? -preguntó Mary mientras ponía manos a la obra.

– No, no irá. -Sophy pateó las mantas de la cama y se puso de pie, aún apretando en el puño la carta de Charlotte Featherstone-. Anne Silverthorne y Jane Morland van de paseo a caballo al parque, casi todas las mañanas; Creo que me reuniré con ellas.

Mary asintió.

– Avisaré que le tengan preparado un caballo y un cuidador para cuando usted baje, señora.

– Por favor, Mary.

Poco tiempo después, un cuidador vestido con librea la ayudó a subir a una estupenda yegua zaina. El joven tenía su pony al lado de ésta. De inmediato, Sophy salió para el parque, dejando que el cuidador la siguiera como pudiera.

No le resultó difícil encontrar a Jane y a Anne quienes estaban paseando por el sendero principal. Sus respectivos escoltas las seguían a una distancia prudencial, conversando en voz baja entre ellos.

Los brillantes rizos rojizos de Anne resplandecían con la luz del sol y sus ojos vivaces se encendieron al ver a Sophy.

– Sophy, cuánto me alegra que hayas decidido reunirte con nosotras esta mañana. Acabamos de llegar, prácticamente. ¿No es un día hermoso?

– Para algunos, tal vez -contestó Sophy con pesimismo-. Pero no para otros. Debo hablar con las dos. La perpetua mirada seria de Jane se puso aun más oscura de preocupación.

– ¿Sucede algo malo, Sophy?

– Muy malo. Ni siquiera puedo explicarlo. Está fuera de todo lo imaginable. Nunca he sido tan humillada. Tomen. Lean ésto. -Sophy entregó la carta de Charlotte a Jane, mientras las tres mujeres disminuían la marcha de los caballos.

– ¡Dios Santo! -exclamó Jane, despavorida cuando terminó de leer la nota. Sin agregar ni una palabra más, entregó la carta a Anne.

Anne también la leyó rápidamente y levantó la vista, tan conmocionada como tas demás.

– ¿Va a imprimir las cartas que Ravenwood le escribió?

Sophy asintió, con la boca apretada por la ira.

– Eso parece. A menos, por supuesto, que le pague doscientas libras.

– Es vergonzoso -declaró Anne con voz chillona.

– Supongo que era de esperar -dijo Jane, más prosaica-. Después de todo, Featherstone no ha vacilado en nombrar varios miembros del Beau Monde en los primeros fascículos. Hasta mencionó un duque real, ¿lo recuerdan? Si Ravenwood tuvo relaciones con ella en el pasado, era lógico que tarde o temprano su nombre apareciera.

«Cómo pudo ser capaz», pensó Sophy, apretando los dientes. Jane la miró, comprensiva.

– Sophy, querida, tú no eres tan inocente. Así conciben el mundo la mayoría de los hombres de la sociedad. Es como un deber tener una amante. Por lo menos, no sostiene que Ravenwood sea un admirador actual. Debes sentirte agradecida al menos por eso.

– Agradecida. - Sophy casi no podía hablar.

– Has leído los primeros fascículos de las Memoirs junto con nosotras. Has visto unos cuantos nombres famosos relacionados con ella en una u otra época. Y la mayoría de ellos estaban casados cuando se involucraron con Charlotte Featherstone.

– Eso quiere decir que muchos hombres llevan doble vida-Sophy meneó la cabeza, muy enojada- Y tienen el coraje de sermonear a las mujeres sobre el honor y el comportamiento apropiado. Me enfurece.

– Es terriblemente injusto-agregó Anne vehemente-. Es precisamente el ejemplo ideal para explicar por qué siento que el casamiento no tiene nada que ofrecer a una mujer inteligente.

– ¿Por qué tuvo que escribirle todas esas cartas de amor?-preguntó Sophy, angustiada.

– Si él puso sus sentimientos por escrito, quiere decir que el romance tuvo lugar bastante tiempo atrás. Sólo un jovencito podría cometer ese error -observó Jane.

– “Ah, sí", pensó Sophy. «Un jovencito.» Un jovencito que todavía era capaz de tener emociones fuertes y románticas. Aparentemente esa clase de sentimientos se habían borrado de Julián. Esos sentimientos que Sophy tanto deseaba escuchar, expresar por parte de él, se habían desperdiciado años atrás, en mujeres como Charlotte y Elizabeth. Parecía que nada hubiese quedado para Sophy. Absolutamente nada.

En ese momento, la muchacha odió a Charlotte y a Elizabeth con toda su alma.

– ¿Por qué Featherstone no habrá enviado esta nota directamente a Ravenwood? -preguntó Anne.

Jane esbozó una sonrisa reticente.

– Probablemente porque sabía que Ravenwood la habría mandado al diablo. No me imagino al esposo de Sophy pagando una extorsión. ¿Y vosotras?

– Yo no lo conozco muy bien -admitió Anne- pero por lo que se cuenta, no, no lo veo enviándole las doscientas libras a Featherstone. Ni siquiera para evitar a Sophy el bochorno que implicará la publicación de esas cartas.

– Entonces -concluyó Jane-, sabiendo que tendría muy pocas posibilidades de conseguir el dinero directamente de Ravenwood, decidió extorsionar a Sophy.

– Nunca le pagaré a esa mujer -juró Sophy, tirando tan abruptamente de las riendas, sin querer, que su yegua echó la cabeza hacia atrás, asustada, a modo de protesta.

– Pero ¿qué otra cosa te queda por hacer? -preguntó Anne-. Seguramente no querrás que esas cartas aparezcan publicadas. Sólo pienso en todos los chismes que correrán.

– No será tan malo -dijo Jane, tratando de calmarla-. Todos sabrán que ese romance pasó hace mucho tiempo, antes de que Julián estuviera casado con Sophy.

– La época en que tuvo lugar no importará -dijo Sophy-. Habrá comentarios y todas lo sabemos. No serán chismes lo que Featherstone estará repitiendo. Va a imprimir cosas que Julián realmente escribió. Todos hablarán de esas malditas cartas de amor. Citarán partes de ellas textualmente en las fiestas y en las óperas, sin duda. Toda la alta sociedad se preguntará si Julián me habrá escrito cartas similares a mí, plagiándose a sí mismo en el proceso. No puedo soportarlo, les digo.

– Sophy tiene razón -dijo Anne-. Y se siente más vulnerable porque está recién casada. La gente apenas empieza a conocerla, lo que dará un toque muy desagradable a los comentarios.

No había modo de refutar esa verdad tan simple. Las tres se quedaron calladas por unos minutos, mientras sus caballos seguían paseando por el sendero. Sophy estaba aturdida. Sentía que no podía pensar con claridad. Cada vez que quería ordenar sus ideas, advertía que en lo único que reparaba era en que Julián alguna vez había escrito cartas de amor a otra mujer.

– Ustedes saben, por supuesto, lo que sucedería si esta situación fuera a la inversa -dijo Sophy finalmente, después de un rato.

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