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A la mañana siguiente, cuando Sophy despertó, lo primero que vio fue su chalina de gitana sobre la almohada, junto a ella. El brazalete de diamantes que Julián le había regalado el día anterior estaba sobre aquélla. Sus hileras de piedras blancas y plateadas brillaban con la primera luz del día. Debajo de ambos, había un paquete envuelto en papel y una nota entre el brazalete y la chalina.

Sophy se sentó muy lentamente, sin dejar de mirar en ningún momento la tentadora almohada. De modo que Julián la había descubierto la noche anterior en el baile de disfraces. Entonces se preguntó si la habría estado embromando con toda esa historia de que deseaba cambiar su suerte en el amor o si realmente habría estado tratando de decirle algo.

Inmediatamente, tomó la nota, la abrió y leyó el breve mensaje:

«Mi querida esposa:

Anoche, una fuente fiable me dijo que mi suerte estaba en mis manos. Pero eso no es del todo cierto. Le guste o no, a menudo la suerte de un hombre y su honor están en manos de su esposa. Estoy convencido de que, en mi caso, estas valiosas posesiones están seguras contigo.

No tengo talento para escribirte poemas o sonetos, pero me agradaría que usaras este brazalete como muestra de mi estima. Y quizá, cuando tengas ocasión de examinar el otro regalo, pensarás en mí.»

Le resultó difícil leer las iniciales de Julián al pie de la página. Dobló la hoja de papel lentamente y contempló el brazalete de espléndidos diamantes. Si bien la estima no era lo mismo que el amor, Sophy supuso que al menos representaría algo de afecto.

Los recuerdos de la calidez y la fuerza con las que Julián la había envuelto la noche anterior, entre las penumbras, acudieron a su memoria. Pensó que no debía tomar el camino incorrecto, dejándose llevar por la pasión que Julián despertaba en ella. La pasión no era lo mismo que el amor, tal como Amelia había descubierto, a expensas de su propia vida.

Pero si Sophy creía en esa carta, su esposo le brindaba algo más que pasión. No pudo apagar la luz de esperanza que comenzó a cobrar energías dentro de ella. La estima implicaba respeto, decidió. Julián podría estar irritado por lo sucedido en el incidente del día anterior, pero tal vez trataba de decirle que, a su manera, la respetaba.

Se levantó de la cama y, cuidadosamente, guardó el brazalete en su pequeño joyero, junto al anillo negro de su hermana. Tenía que ser realista con respecto a su matrimonio, se recordó firmemente. La pasión y la estima eran dos factores positivos, pero no bastaban. La noche anterior, Julián le había dicho claramente que su amor estaba muy seguro con él, pero de la misma manera le dio a entender que él jamás confiaría su corazón a ninguna mujer.

Cuando Sophy se alejó del joyero, recordó el otro paquete que estaba sobre la cama. Llena de curiosidad, se encaminó hacia ésta y lo recogió. Lo balanceó en la mano para calcular su peso. Parecía un libro y la idea la entusiasmó como no lo había hecho al recibir el brazalete. Ansiosa, eliminó el papel marrón que lo envolvía.

La dicha burbujeó en su interior cuando leyó el nombre del autor, impreso en las imponentes tapas de cuero del volumen que tenía en la mano. No podía creerlo. Julián le había regalado un magnífico ejemplar del famoso tratado de botánica, escrito por Nicholas Culpeper, llamado: Un médico inglés. Estaba ansiosa por mostrárselo a la vieja Bess. Era una guía completa de todas las hierbas y plantas de uso medicinal oriundas de Inglaterra.

Sophy atravesó corriendo la alcoba para llamar a su dama de compañía. Cuando Mary golpeó la puerta, pocos minutos después, se quedó boquiabierta al ver que Sophy estaba ya a medio vestir.

– Aquí estoy, señora. ¿Qué prisa hay? Permítame ayudarla. Oh, tenga cuidado, por favor, o reventará las costuras de ese vestido tan fino -comentó Mary, a toda prisa, haciéndose cargo del proceso de vestirse-. ¿Sucede algo?

– No, no, Mary. No sucede nada. Su señoría todavía está en la casa, ¿verdad? -Sophy se agachó para ponerse su fino calcado de cuero suave.

– Sí, señora, creo que está en la biblioteca. ¿Quiere que le mande a decir que desea verlo?

– Se lo diré yo personalmente. Está bien, Mary. Ya estoy vestida, puedes irte.

Mary la miró, conmocionada.

– Imposible. No puedo dejarla ir con el cabello suelto así, señora. No se vería bien. Quédese un momento y se lo recogeré como corresponde.

Sophy obedeció, despotricando impacientemente mientras la muchacha levantaba la cabellera con dos peinetas plateadas y varias horquillas estratégicamente ubicadas. Cuando hasta el último rizo estuvo en su lugar, se levantó de inmediato de la silla del tocador y tomó su preciado tratado sobre botánica. Prácticamente, salió corriendo de la alcoba, cruzó corriendo el corredor y también bajó corriendo las escaleras. Cuando llegó a la biblioteca, estaba sin aliento. Golpeó la puerta una sola vez y, sin aguardar respuesta, irrumpió en ella.

– Julián. Gracias. Muchísimas gracias. Eres tan amable. No sé cómo expresarte mi gratitud. Es el regalo más bello que recibí en toda mi vida, milord. Eres el esposo más generoso de Inglaterra. No, el más generoso del mundo.

Lentamente, Julián cerró el periódico que tenía en la mano y se puso de pie. Sus ojos confundidos se dirigieron primero a las muñecas desnudas de Sophy y luego al libro que con tanta fuerza aferraba contra su pecho.

– No veo señales del brazalete, por lo que debo asumir que toda esta conmoción se debe al Culpeper, ¿verdad?

– Oh, sí, Julián. Es magnífico. Tú eres magnífico. ¿Cómo podré agradecértelo? -Impulsivamente, Sophy acortó la distancia entre ellos y cuando estuvo frente a él, se paró en puntas de pies y sin desprenderse del libro, lo besó rápida y tímidamente. Luego retrocedió-. Gracias, milord. Este libro será mi tesoro más preciado por el resto de mi vida. Y te prometo que seré exactamente la clase de esposa que esperas. No te daré más problemas. Nunca.

Con una sonrisa radiante, Sophy se volvió y salió rápidamente de la sala. No advirtió que una de las peinetas plateadas se cayó sobre la alfombra.

Julián vio la puerta cerrarse detrás de ella y luego, pensativo, se tocó la mejilla donde Sophy lo había besado. Se dio cuenta de que se trataba del primer gesto espontáneo que Sophy había tenido hacia él. Se dirigió hacía el sitio donde estaba la peineta caída, la recogió y la apoyó sobre el escritorio, donde pudiera verla mientras trabajaba.

Con profunda satisfacción, decidió que lo del Culpeper había sido la obra de un genio. Debía a Fanny la recomendación, y mentalmente apuntó que tendría que agradecérselo. Su sonrisa se amplió mucho más al caer en la cuenta de que pudo haberse ahorrado las seis mil libras esterlinas que había gastado en el brazalete. Conociendo a Sophy, lo más probable era que lo perdiera la primera vez que se lo pusiera… Siempre y cuando se acordara de ponérselo.

Esa tarde, Sophy estaba de muy buen humor cuando envió un mensaje a Jane y a Anne para comunicarles que deseaba verlas.

Llegaron alrededor de las tres. Anne, con un espectacular vestido color melón, entró en la sala de recepción con la energía y el entusiasmo de costumbre. Seguidamente, apareció Jane, vestida, como era su costumbre, con colores más sobrios. Ambas mujeres se desataron las cofias mientras tomaban asiento y miraron a su anfitriona con gran expectación.

– ¿No os pareció encantadora la velada de anoche? -dijo Anne, mientras se servía el té-. No sabéis cuánto me agradan los bailes de disfraces.

– Eso es porque te encanta engañar a los demás -observó Jane-. Especialmente, a los hombres. Uno de estos días, ese pasatiempo te meterá en serios problemas.

– Tonterías. No le prestes atención, Sophy. Hoy es uno de esos días en los que tiene ganas de dar sermones. Ahora dinos por qué querías vernos con tanta urgencia. Espero que tengas algo que nos entusiasme.

– En lo personal -señaló Jane, mientras tomaba su taza de té con el platillo, preferiría un poco de paz y tranquilidad por un rato.

– Sucede que tengo una cuestión muy seria que discutir con vosotras. Tranquila, Jane. No serán más líos. Sólo busco algunas respuestas. -Sophy tomó el pañuelo de muselina en el que había envuelto el anillo negro. Desató el nudo y cuando el fino género cayó, reveló su contenido.

Jane se acercó para verlo, con curiosidad.

– Qué diseño tan extraño tiene este anillo.

Anne también lo observó y se aproximó para tocar la superficie grabada.

– Es muy extraño, y también muy feo. ¿No me dirás que tu esposo te regaló este anillo? Habría pensado que Ravenwood tenía mejor gusto.

– No. Era de mi hermana. -Sophy miró el anillo que tenía en la palma de la mano-. Un hombre se lo dio. Mi meta es encontrar a ese hombre. Por lo que a mí concierne, es culpable de homicidio. -Sophy les contó la historia con frases breves pero tajantes.

Cuando terminó, Jane y Anne la miraron durante un largo rato. Era predecible que fuese Jane la que respondiera primero.

– Si lo que dices es cierto, el hombre que regaló este anillo a tu hermana es ciertamente un monstruo. Sin embargo, no veo qué puedas hacer tu al respecto, aunque logres identificarlo. Desgraciadamente, hay muchos monstruos como él en la sociedad y todos se salen con la suya en materia de crímenes.

Sophy levantó el mentón.

– Quiero enfrentarlo a su propia maldad. Quiero que sepa que yo me he enterado de quién y qué es él.

– Eso podría ser peligroso -dijo Jane-. O al menos, bochornoso. No puedes probar nada. Simplemente, él se burlará de tus acusaciones.

– Sí, pero estará obligado a reconocer que la condesa de Ravenwood averiguó su identidad -dijo Anne, pensativa-. Sophy tiene cierto poder últimamente. Se está convirtiendo en una personalidad muy popular y posee influencia por ser la esposa de Ravenwood. Si ella decidiera echar mano de ese poder, tranquilamente podría arruinar socialmente al dueño de ese anillo. Sería un castigo muy serio para un hombre de la alta sociedad.

–  Eso siempre y cuando él pertenezca a esa élite -corrigió Sophy-. No conozco nada de ese hombre, salvo que probablemente fue uno de los amantes de Elizabeth.

Jane suspiró.

– Si nos dejamos llevar por las habladurías, te prevengo que se trata de una larga lista.

– Puede acortarse si sólo buscamos al que se ponía este anillo -dijo Sophy.

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