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– Pero primero debemos averiguar algo al respecto. ¿Cómo encararemos la tarea? -preguntó Anne. Obviamente, su entusiasmo ante el proyecto crecía rápidamente.

– Esperad las dos -imploró Jane de inmediato-. Pensad antes de lanzaros a otra aventura. Sophy, recuerda que hace pocas horas debiste experimentar la ira de Ravenwood. Si quieres mi opinión, te salió bastante barato. ¿Estás tan ansiosa por volver a encender su ira?

– Esto no tiene nada que ver con Ravenwood -dijo Sophy. Luego sonrió, al recordar el tratado de botánica. Además, ya me ha perdonado por lo de ayer.

Jane la miró, atónita.

– ¿De verdad? De ser así, eso es mucho más de lo que podía esperarse de él por su reputación.

– Mi esposo no es lo malvado que todo el mundo cree -dijo Sophy fríamente-. Pero sigamos con el tema del anillo. El hecho es que no tengo intenciones de molestar a Ravenwood con esto. Es una tarea que yo misma me asigné aun antes de aceptar casarme con él. Tontamente, en los últimos tiempos me permití distraerme con… con otras cosas. Pero ya terminé con esas sutilezas, de modo que me dedicaré de lleno a esto.

Anne y Jane la examinaban cuidadosamente.

– ¿Estás muy decidida con esto, no? -preguntó Jane finalmente.

– En este momento, lo más importante de mi vida es encontrar al dueño de este anillo. Es un objetivo que me he autoimpuesto. -Sophy miró a sus amigas-. Esta vez, no quiero exponerme a que alguna de las dos se sienta obligada a contar a Ravenwood lo que voy a hacer. Si sentís que no podéis apoyarme completamente, os pido que os vayáis ya mismo.

– Ni loca te dejaría conducir semejante tarea sola -declaró Anne.

– ¿Jane? -Sophy sonrió-. Comprenderé si sientes que no puedes tomar parte en esto.

Jane apretó los labios.

– Tienes razones para cuestionar mi lealtad, Sophy. No te culpo. Pero de verdad me gustaría demostrarte que soy tu amiga de corazón. Te ayudaré en esto.

– Bien. Entonces todo está dispuesto. -Sophy extendió la mano-. Sellemos el trato.

Solemnemente, las tres se estrecharon las manos, jurando silencio tácitamente y se sentaron a contemplar el anillo con detenimiento.

– ¿Por dónde empezamos? -preguntó Anne, después de meditarlo seriamente.

– Empezamos anoche -dijo Sophy y les contó lo del hombre de la capa negra con la capucha.

Jane estaba totalmente descolocada.

– ¿Reconoció el anillo? ¿Te hizo alguna advertencia? Dios santo, Sophy, ¿por qué no nos dijiste nada?

– No quise contaros nada hasta que no tuviera una promesa solemne por parte de vosotras de que me apoyaríais en esto.

– Sophy, esto significa que realmente existe algo misterioso acerca de este anillo. -Anne lo tomó para examinarlo de cerca-. ¿Estás segura de que tu compañero de baile no te dijo nada más? ¿Sólo que quien lo llevara descubriría la más extraña de las emociones?

– No sé lo que habrá querido decir con eso. Luego agregó que nos encontraríamos otra vez y se fue.

– Gracias a Dios que estabas disfrazada -dijo Jane, preocupada-. Ahora que sabes que hay cierto misterio en torno de este anillo, no debes usarlo en público. Sophy frunció el entrecejo.

– Estoy de acuerdo en que tal vez no deba usarlo hasta que me entere de algo más. Sin embargo, si exhibirlo es el único camino que tengo para llegar a lo que sea, entonces tendré que hacerlo.

– No -dijo Anne, mostrando una inusual cautela-. Estoy de acuerdo con Jane. No debes usarlo. Al menos, no sin consultar con nosotras primero. ¿Lo prometes?

Sophy vaciló, mirando un rostro preocupado y luego el otro.

– Muy bien -aceptó de mala gana-. Hablaré con las dos antes de ponerme este anillo. Ahora debemos pensar bien en esto y decidir con qué datos contamos.

– El hombre de la capa negra insinuó que la sortija sólo era conocida por ciertas personas, como él -dijo Anne-. Eso implica la existencia de un club o de una agrupación similar.

– También implica que existe más de un anillo -dijo Sophy, tratando de recordar las palabras exactas del hombre-.Quizá sea el símbolo de una sociedad secreta.

Jane se estremeció.

– No me gusta nada todo esto.

– Pero ¿qué clase de sociedad? -preguntó Anne, de inmediato-. Necesitamos saber qué fines tenía esa sociedad antes de indagar qué clase de hombre podría llevar el anillo.

– Quizá descubramos qué clase de sociedad usaba estos anillos si podemos desentrañar el significado de los símbolos que se hallan grabados en éste. -Sophy giró la sortija negra de metal entre sus dedos, estudiando el triángulo y la cabeza del animal-. Pero ¿cómo lo lograremos?

Se produjo una pausa antes que Jane tomara la palabra, con evidente reticencia.

– Se me ocurre un lugar donde empezar. Sophy la miró sorprendida.

– ¿Dónde?

– En la biblioteca de lady Fanny.

Tres días después, Sophy bajó las escaleras a toda velocidad, con la cofia en una mano y su bolso en la otra. Estaba cruzando rápidamente el vestíbulo, para llegar hasta la puerta que uno de los criados se apresuraba a abrirle, cuando Julián apareció en la puerta de la biblioteca.

Por la fría expresión de su mirada, Sophy se dio cuenta de que quería hablar con ella. Sofocó una queja y se detuvo lo suficiente como para obsequiarle con una enorme sonrisa.

– Buenas tardes, milord. Veo que hoy estás muy ocupado con tu trabajo -dijo ella, suavemente.

Julián se cruzó de brazos y apoyó un hombro contra el marco de la puerta.

– ¿Sales otra vez, Sophy?

– Sí, milord. -Sophy se puso la cofia sobre la cabeza y empezó a atar las cintas-. Sucede que he prometido a lady Fanny y a Harriette que las visitaría esta tarde.

– Esta semana has ido todos los días a visitarlas.

– Sólo las tres últimas tardes, milord.

Julián agachó la cabeza.

– Discúlpame. Estoy seguro de que tienes razón. Probablemente, sólo hayan sido tres tardes. Pero sin duda, perdí la cuenta porque cada vez que te sugería ir a cabalgar o ir a ver alguna exhibición, tú prácticamente salías corriendo.

– La vida de la ciudad es muy intensa, milord.

– Un cambio muy grande, comparado con el campo, ¿no?.

Sophy lo miró con suspicacia, preguntándose a qué querría llegar con todo eso. Estaba ansiosa por irse. El coche la aguardaba.

– ¿Querías algo, milord?

– Un poquito de tu tiempo, tal vez -le sugirió.

Sophy trabajaba torpemente con los dedos y el moño le salió torcido.

– Lo siento, milord. Pero he prometido a tu tía que estaría allí a las tres. Estará esperándome.

Julián miró por encima del hombro el reloj que estaba en la biblioteca.

– Tienes algunos minutos todavía. ¿Por qué no le dices al cuidador que saque a pasear el caballo un rato? Realmente me gustaría que me dieras tu consejo en algunas cosas.

– ¿Consejo? -Eso le llamó la atención. Julián no había pedido sus consejos desde que marcharan de Essington Park.

– Oh, se trata de negocios de Ravenwood.

– Oh. -Sophy no supo cómo responder a eso-. ¿Eso nos llevará mucho tiempo?

– No, querida. No mucho. -Julián se enderezó y le hizo un ademán para que entrara a la biblioteca. Luego miró al criado-. Informe al cuidador de caballos que Lady Ravenwood saldrá en pocos minutos.

Sophy se sentó frente al escritorio y luchó por desatarse las cintas de la cofia.

– Permíteme a mí, querida. -Julián cerró la puerta de la biblioteca y se acercó para hacerse cargo del enredo.

– Honestamente, no sé qué pasa con las cintas de las cofias-se quejó Sophy, ruborizándose ante la proximidad de Julián-. Es como si nunca quisieran juntarse.

– No te preocupes por esos detalles. Ésta es una de las habilidades que un esposo debe ejecutar con gran precisión. -Julián se agachó encima de ella. Sus manos grandes atacaban diestramente el nudo que la demoraba. Un minuto después, Julián le quitó la cofia y se la entregó con una reverencia.

– Gracias. -Sophy estaba sentada, muy tensa, con la cofia sobre la falda-. ¿Qué clase de consejo querías pedirme, milord?

Julián rodeó el escritorio y se sentó.

– Acabo de recibir algunos informes de mi administrador en Ravenwood. Dice que el ama de llaves se ha enfermado y que tal vez no se recupere.

– Pobre señora Boyie -dijo Sophy de inmediato, pensando en la robusta tirana que había gobernado la casa de Ravenwood durante tantos años-. ¿Tu administrador no dice nada respecto de si ha llevado a la vieja Bess para que la examine?

Julián miró la carta que tenía frente a sí.

– Sí. Aparentemente, Bess estuvo en la casa hace algunos días y cree que el problema de la señora Boyie es el corazón. Aunque tenga la suerte de recuperarse, ya no podrá hacerse cargo de sus antiguas responsabilidades, A partir de ahora, deberá llevar una vida tranquila.

Sophy meneó la cabeza y frunció el entrecejo, preocupada.

– Lamento tanto todo esto. Imagino que la vieja Bess le habrá recetado beber té de dedalera. Es muy útil en situaciones como la de la señora Boyie.

– Yo no sé nada respecto del té de dedalera. Lo que sí sé es que el retiro de la señora Boyie me… -Hizo una pausa y corrigió sus palabras de inmediato- nos enfrenta a un problema. Necesitamos designar una nueva ama de llaves de inmediato.

– Definitivamente. De lo contrario, Ravenwood estaría sumido en un caos.

Julián se reclinó sobre el respaldo de la silla.

– Contratar un ama de llaves es algo muy importante y, además, se extralimita de mi área de experiencia.

Sophy no pudo resistir esbozar una pequeña sonrisa.

– Por Dios, milord. No sabía que hubiera algo que quedara fuera de tu área de experiencia.

Julián sonrió brevemente.

– Hacía mucho que no te molestabas en bromear por mi lamentable arrogancia, Sophy. Acabo de descubrir que estaba echando de menos tus asperezas.

El rubor divertido de Sophy se destiñó de inmediato.

– Bueno, es que no estábamos en términos como para ponernos a bromear, milord.

– No, creo que no. Pero yo cambiaría eso.

Ella echó la cabeza hacia atrás.

– ¿Por qué?

– ¿No es obvio? -preguntó él-. Me parece que además de tus bromas, más bien echo de menos la relación que teníamos en Eslington Park, en aquellos días en los que te sentías obligada a desparramar té por toda la cama.

Sophy advirtió que se ponía colorada. Bajó la vista y la clavó en su cofia.

– Para mí no fue una relación tan fácil, milord. Es cierto que conversábamos más y que discutíamos cuestiones de interés mutuo. Pero nunca olvidaré que su único interés por mí residía en que querías que te diera un heredero. Me sentía presionada por eso, Julián.

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