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– Les pido mil disculpas por haberme demorado, pero seguramente todos me comprenderán cuando les diga que el motivo de mi retraso es que conseguí el segundo fascículo. Aquí está, calentito de la imprenta. Les juro que me arriesgué mucho para conseguirlo. No había visto una muchedumbre igual en la ciudad desde el último alboroto que se armó después del espectáculo de fuegos artificiales, en Covent Garden.

Sophy, al igual que las otras diez invitadas que se hallaban sentadas en el salón de recepción, de estilo egipcio y decorado en blanco y oro, se dieron la vuelta para mirar a la joven pelirroja que acababa de irrumpir en él. Aferraba un libro delgado y sin tapas en su mano y tenía la mirada cargada de excitación.

– Por favor, toma asiento, Anne. Debes saber que todas estamos muertas de curiosidad. -Lady Francés Sinclair, apoyada gracilmente sobre un sillón tapizado en tela rayada, también en blanco y oro, adornado con pequeñas esfinges talladas, hizo un ademán en dirección a una silla, para que se ubicara en ella su última invitada-. Pero primero permíteme presentarte a la esposa de mi sobrino, lady Ravenwood. Llegó a la ciudad la semana pasada y ha expresado su interés por ser miembro de nuestro pequeño club de los miércoles, ésta es la señorita Anne Silverthorne. Seguramente os encontraréis nuevamente esta noche, en el baile de Yelverton.

Sophy sonrió cálidamente mientras se cumplía con el protocolo de las presentaciones. Se estaba divirtiendo mucho en aquella reunión y también lo había hecho durante toda la semana, desde que Fanny Sinclair y su amiga Harriette Rattenbury habían llegado a su vida.

Julián había estado en lo cierto con respecto a esta tía suya y a su amiga. Obviamente, eran muy grandes amigas, aunque a primera vista uno se impresionaba por las diferencias que había entre ellas, más que por las similitudes.

Fanny Sinclair era alta, de rasgos patricios, agraciada con la cabellera renegrida y los ojos verde esmeralda que sin duda caracterizaban al clan Sinclair. Tenía poco más de cincuenta años y era una criatura vivaz y encantadora, que evidentemente se sentía muy a gusto con las riquezas y extravagancias de la alta sociedad.

También era notablemente optimista. Se interesaba por todo lo que la rodeaba y su pensamiento era liberal. Por sus ocurrencias e ingenio recibía con mucho entusiasmo todo proyecto novedoso que se cruzase en su camino.

El exótico estilo egipcio que seguía su casa de la ciudad estaba a tono con su personalidad. Incluso el extraño papel de las paredes, que tenía una orla de momias y esfinges en miniatura, parecían el entorno perfecto para Lady Fanny.

Si bien Sophy aprobaba la inusual decoración egipcia de la casa de lady Fanny, se sintió aliviada al descubrir que en cuanto a la moda de la ropa, la tía de Julián tenía muy buen gusto. Durante la última semana, lo había puesto en práctica para colaborar con Sophy. En consecuencia, el guardarropa de la muchacha se hallaba ahora atiborrado de los últimos y más favorecedores modelos, sin contar que todavía quedaban por llegar más vestidos, que se habían encargado y aún no los habían recibido. Y cuando Sophy abiertamente le preguntó si no había incurrido en demasiados gastos, lady Fanny se echó a reír e ignoró la cuestión.

– Julián puede darse el lujo de mantener a su esposa a la moda y lo hará, no me cabe duda. No te preocupes por las cuentas. Sólo págalas de tu mensualidad y, si te quedas sin dinero, pide más a Julián cuando lo necesites. Sophy se había horrorizado.

– No podría pedirle que me aumente la mensualidad. Ha sido ya demasiado generoso conmigo.

– Tonterías. Te contaré un secreto de mi sobrino. Por naturaleza, no es avaro, pero desgraciadamente no hay muchas cosas que le interesen como para gastar dinero en ellas, excepto las mejoras en la tierra, las ovejas y los caballos. De vez en cuando, tendrás que recordarle que una mujer debe atender ciertas necesidades.

Del mismo modo que, ocasionalmente, tendría que recordarle que tenía una esposa, pensó Sophy en ese momento. En los últimos tiempos, no había visto mucho a su marido.

Harry, tal como la llamaba su amiga Fanny, era casi lo opuesto a ella en cuanto a aspecto y modales, aunque aparentemente tenían la misma edad. Era baja, regordeta y poseía una calma inalterable que nada podría perturbar. Su serenidad era el freno perfecto para el entusiasmo de Fanny. Solía llevar imponentes turbantes, un monóculo en una cinta negra y vestimenta en color lila, que según ella realzaba la tonalidad de sus ojos.

Hasta el momento, Sophy jamás la había visto con otro color. Esa excentricidad la favorecía de un modo indefinido. A Sophy le habían caído bien ambas mujeres no bien las conoció, hecho que era una verdadera suerte ya que Julián prácticamente la había abandonado a su compañía. En la última semana lo había visto muy pocas veces, y ninguna en sus aposentos. Sophy no sabía qué hacer al respecto, pero gracias a Fanny y a Harry, había estado demasiado ocupada como para preocuparse por ese asunto.

– Ahora bien -dijo Fanny mientras Anne abría el pequeño libro-, no debes mantenernos en suspenso más de lo necesario, Anne. Empieza a leer de una vez por todas.

Sophy miró a su anfitriona.

– ¿De verdad una mujer de vida dudosa escribió estas Memoirs?.

– No simplemente una mujer de vida dudosa sino la mujer de ese mundo -le aseguró Fanny satisfecha- No es ningún secreto que Charlotte Featherstone ha sido la reina de las cortesanas londinenses durante los diez últimos años. Los hombres de las más altas esferas se han batido a duelo por el honor de ser su protector. Se está retirando en la cumbre de su carrera y quiere que a través de sus Memoirs, la sociedad esté al tanto de todo lo que sucede.

– El primer fascículo salió la semana pasada y todas hemos esperado ansiosamente el segundo -anunció otra de las damas-. Enviamos a Anne para que nos trajera un ejemplar.

– Es un cambio interesante por las cosas que comúnmente estudiamos y discutimos los miércoles por la tarde, ¿verdad? -observó Harriette-. Una a veces se cansa un poco de desentrañar los extraños poemas de Blake y debo decir que, en ocasiones, no podemos diferenciar entre tas visiones literarias de Coleridge y sus alucinaciones por el opio.

– Vayamos al fondo de la cuestión -declaró Fanny-. ¿A quien nombra la Gran Featherstone esta vez?

Anne ya estaba buscando entre las páginas.

– Veo los nombres de lord Morgan y lord Crandon y, oh, Dios mío, también hay un duque real aquí.

– ¿Un duque real? Esta señorita Featherstone parece tener gustos exóticos -observó Sophy, intrigada.

– Así es -señaló Jane Morland, la joven de cabellos oscuros y mirada seria que estaba sentada junto a Sophy-. Imagínense, cómo una de las Impuras Elegantes ha conocido personalidades que yo jamás podría aspirar a conocer. Se ha mezclado con hombres de los más altos niveles de nuestra sociedad.

– Ha hecho un poquito más que simplemente mezclarse con ellos, si me preguntan -murmuró Harriette, ajustándose el monóculo.

– Pero ¿de dónde viene? ¿Quién es? -preguntó Sophy.

– Escuché por ahí que es la hija ilegítima de una prostituta callejera -observó una mujer mayor, con un aire de disgusto.

– Ninguna prostituta callejera vulgar podría haber atraído la atención de todo Londres del modo que la señorita Featherstone lo ha hecho -anunció Jane firmemente-. Sus admiradores han incluido gran parte de los pares del reino. Obviamente, tiene algo que la diferencia de lo común y corriente.

Sophy asintió lentamente.

– Piensen en todo lo que debe haber tenido que superar en su vida para poder obtener la posición que ocupa actualmente.

– Yo me imagino que su posición actual debe pesarle bastante en sus espaldas -dijo Fanny.

– Pero debe de haberse cultivado bastante para atraer tantos amantes influyentes -comentó Sophy.

– Estoy segura -coincidió Jane Morland-. Es interesante ver cómo cierta gente, que sólo posee inteligencia y donaire, puede convencer a los demás de su superioridad social. Tomen como ejemplo a Brummel o al amigo de Byron, Scrope Davies

– Me imagino que la señorita Featherstone debe de ser muy hermosa para tener tanto éxito en su… eh, profesión elegida -dijo Anne, pensativa.

– En realidad, no es una gran beldad -anunció Fanny.

Todas las demás mujeres la miraron sorprendidas.

Fanny sonrió.

– Es cierto. La he visto más de una vez. A distancia, por supuesto. Justamente el otro día, Harry y yo la vimos en Bond Street, haciendo compras. ¿Cierto, Harry?

– Dios, sí. Qué imagen.

– Estaba sentada en el carruaje amarillo más impresionante que he visto en mi vida -explicó Fanny a su atenta audiencia-. Llevaba un vestido azul intenso y los dedos llenos de diamantes. Una figura impactante. Es rubia y su aspecto es bastante pasable. Claro que sabe aprovecharlo al máximo, pero les aseguro que muchas mujeres de la alta sociedad son mucho más bonitas que ella.

– ¿Entonces por qué tantos hombres de la alta sociedad se sienten tan atraídos hacia ella? -preguntó Sophy.

– Los caballeros son criaturas de una mentalidad muy simple -se explayó Harríette con toda parsimonia, mientras se llevaba una taza de té a los labios-. La novedad y la expectativa de una aventura romántica los marea fácilmente. Me imagino que la Gran Featherstone tiene un arte especial para hacerlos creer que obtendrán ambas cosas de ella.

– Sería interesante conocer sus métodos secretos para hacer poner a los hombres de rodillas -dijo una matrona de mediana edad con un suspiro, la cual llevaba un vestido de seda gris.

Fanny meneó la cabeza.

– No se olviden que, a pesar de todo su brillo y esplendor, ella está tan atada a su mundo como nosotras al nuestro. Podrá ser el tesoro más preciado para los hombres de la alta sociedad, pero sabe perfectamente que no puede mantener la atención de un mismo hombre para siempre. Además, no puede hacerse ilusiones de que podrá casarse con alguno de esos hombres que tanto la admiran para asegurarse de ese modo el pasaje a un mundo más seguro.

– Cierto -coincidió Harriétte, apretando los labios-. Por más cautivado que esté con ella, por más que la llene de carísimos collares, un noble que tenga dos dedos de frente jamás propondría matrimonio a una mujer de la vida. Aun si en nombre de sus sentimientos se olvidara del detalle y le ofreciera casamiento, su familia se encargaría de inmediato de solucionar el problema.

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