– No te preocupes, amigo, yo conozco el camino a la Abadía. -Sophy ordenó al caballo que caminara y luego lo hizo emprender un medio galope.
Mientras cabalgaba, trató de pensar. Debía tener una explicación bien pensada para el personal, que estaría preocupándose por su demora. Recordó el ruido de las pisadas de su yegua alejándose en la distancia cuando Waycott la secuestró.
Aparentemente, su caballo había huido y, sin duda, habría ido directamente a la casa.
Un caballo que regresaba a Ravenwood Abbey sin jinete sólo podía representar una cosa para los cuidadores de las caballerizas. Pensarían que Sophy habría caído y que, probablemente, estaría lastimada. No cabía duda de que la habrían estado buscando por el bosque toda la tarde y toda la noche.
Sophy decidió que ésa sería una buena explicación, mientras guiaba el potro de Waycott alrededor de la laguna. Ciertamente, no podía contar a nadie que la había secuestrado el vizconde Waycott.
Ni siquiera se atrevería a contarle a Julián la historia completa, porque sabía muy bien que Waycott se había equivocado al sostener que el conde de Ravenwood no volvería a batirse a duelo por una mujer. Si Julián se enteraba de lo que Waycott le había hecho, lo retaría a duelo de inmediato.
«Maldición. Debí haberlo matado con mis propias manos cuando tuve la oportunidad. Ahora nadie sabe lo que sucederá y estoy obligada a mentir a Julián.»
Y era tan mala para mentir, pensó, desolada. Pero al menos, tendría tiempo para inventarse una historia y aprendérsela de memoria, Julián estaba aún a salvo en Londres.
Sophy cayó en la cuenta de que debía abandonar el caballo de Waycott cuando vio las luces de la Abadía aparecer entre los árboles. Si iba a decir que había vuelto penosamente a su hogar, después de haber caído de su yegua, no podía aparecer con un caballo ajeno.
Dios querido. En cuántas cosas había que pensar cuando se estaba inventando una mentira. Una cosa lleva a la otra. De mala gana, pues aún quedaba una larga caminata por delante, Sophy se bajó del caballo y te soltó las riendas. Una palmada en el anca bastó para que echara a andar.
Sophy se recogió las faldas y emprendió el camino hacia la casa, rápidamente. Con cada paso que avanzaba trataba de mejorar su historia, para que el personal la creyera. Tendría que colocar cada pieza en su lugar, o de lo contrario, ella misma se pisaría.
Pero cuando abandonó el bosque que rodeaba la mansión, Sophy se dio cuenta de que la aguardaba una tarea mucho más difícil de lo que había esperado.
La luz salía desde las puertas abiertas de la entrada. Tanto los criados como los cuidadores de los establos preparaban antorchas. A la luz de la luna, Sophy notó que se habían ensillado varios caballos.
Una silueta familiar, de cabello oscuro, con botas de montar y pantalones manchados, estaba en la mitad de las escaleras de la izquierda. Julián emitía órdenes en voz alta y clara a todos aquellos que lo rodeaban. Era evidente que acababa de llegar, lo que significaba que se había ido de Londres al amanecer.
Sophy se sintió presa del pánico. Apenas había terminado de inventar una historia, que le había resultado una tarea bastante difícil, destinada sólo a los sirvientes, quienes por su relación de dependencia podrían estar obligados a creer cualquier cosa que ella les dijera. Pero mucho se temía que no estaba en condiciones de mentir a su marido.
Y Julián se había jactado siempre de que él se daba cuenta de inmediato cuando ella quería engañarlo.
Sophy no tenía más alternativa que intentarlo, se dijo, mientras seguía avanzando. No podía permitir que Julián arriesgara su vida en un duelo por defender su honor.
– Allí está, milord.
– Ah, sí, gracias a Dios, sana y salva.
– Milord, milord, mire, allí en el monte- Es milady y está bien.
Los auténticos gritos de alivio y algarabía reunieron a todo el mundo en la puerta de la casa cuando Sophy salió del monte.
Sophy pensó, con humor negro, que parte de ese alivio se debía a que todos los criados se habían visto en el aprieto de explicar la ausencia de Sophy a Julián.
El conde de Ravenwood volvió la cabeza de inmediato, para ver a Sophy a la luz de la luna. Sin decir una palabra, bajó corriendo las escalinatas y acortó la distancia entre ellos para estrecharla entre sus brazos.
– Sophy. Por Dios. Casi me matas del susto. ¿Dónde rayos te has metido? ¿Te encuentras bien? ¿Estás lastimada? Tengo ganas de matarte por lo mucho que me aterraste. ¿Qué te ha sucedido?
Aun a pesar de que sabía que la aguardaba una ordalía, Sophy sintió un profundo alivio. Julián estaba allí y ella estaba a salvo. Ninguna otra cosa más importaba. Instintivamente, se cobijó en ese abrazo y le apoyó la cabeza en el hombro. Le rodeó la cintura con los brazos. Julián estaba transpirado y Sophy supo que se habría movido con la misma velocidad que hacía cabalgar a Ángel.
– Tuve tanto miedo, Julián.
– No tanto como el que tuve yo cuando llegué hace pocos minutos y me comunicaron que el caballo había vuelto solo a la casa, sin tí, a última hora de la tarde. Los sirvientes te han buscado por todas partes desde entonces. Estaba preparándome para hacerlos salir otra vez. ¿Dónde has estado?
– Fue… fue todo por mi culpa, Julián. Yo volvía a casa después de visitar a la vieja Bess. Mi pobre yegua se asustó por algo que vio en el bosque y yo no estaba prestando atención. Debe de haberme arrojado. Yo me golpeé la cabeza y perdí el sentido por algún tiempo. No recuerdo mucho hasta hace muy poco. -Por Dios. Estaba hablando con demasiada rapidez, advirtió.
– ¿Todavía te duele la cabeza? -Julián le pasó los dedos entre los rizos, tratando de detectar algún bulto-. ¿Tienes otras heridas?
Sophy se dio cuenta de que había perdido su sombrero en algún sitio.
– Oh, no, Julián, estoy bien. Quiero decir, me duele un poco la cabeza, pero nada más. Y… el bebé está bien -agregó rápidamente, pensando que con eso lo distraería para que no siguiera buscando lesiones que no existían.
– Ah, sí, el bebé. Me alegra que él también esté bien. No volverás a cabalgar mientras estés embarazada, Sophy. -Se echó hacia atrás, para mirarle el rostro-. ¿Estás segura de que te encuentras bien?
En ese momento, Sophy estaba tan aliviada porque Julián parecía creerla que no se molestó en discutir sobre sus derechos de volver o no a montar. Trató de sonreírle para tranquilizarlo pero se horrorizó al notar que los labios le temblaban. Parpadeó rápidamente.
– Estoy realmente muy bien, milord. Pero ¿qué estás haciendo aquí? Pensé que te quedarías unos días más en Londres. No nos habían avisado que regresarías tan pronto.
Julián la estudió por unos momentos y luego le tomó la mano para conducirla hacia el grupo de ansiosos sirvientes.
– Cambié de planes. Ven, Sophy. Te llevaré con tu dama de compañía para que te prepare un baño y te dé algo de comer. Cuando vuelvas a ser la misma, conversaremos otra vez.
– ¿De qué, milord?
– ¡Vaya! De lo que realmente ha pasado hoy, Sophy.