– ¿Estás dudando de mi honor? -gruñó Waycott.
– Por supuesto. Y lo que es más. Pondré tu honor en tela de juicio frente a todo el mundo, hasta que te veas obligado a retarme a duelo o a emigrar al continente americano. Son las dos opciones que te quedan, Waycott.
– No puedes obligarme a tomar ninguna de las dos.
– Si crees que no, vas a sorprenderte, pues te forzaré a optar. Te haré la vida insoportable aquí en Inglaterra, Waycott. Seré una especie de lobo que te morderé los talones hasta que te haga saltar sangre de ellos.
Waycott se veía muy pálido a la luz del fuego.
– Estás exagerando.
– ¿Quieres que te diga cómo será? Escucha bien, Waycott y vislumbra tu destino. Dondequiera que vayas, en cualquier momento, yo o algún representante mío, estaremos a tus espaldas. Si deseas comprar algún caballo en Tattersail, procuraré levantar la oferta para asegurarme de que el caballo se lo quede otro. Si intentas comprarte un par de botas en Hoby, o una chaqueta en Weston, informaré a los propietarios que se quedarán sin negocio en el futuro si siguen vendiéndote a ti.
– No puedes hacerlo -dijo Waycott entre dientes.
– Y ése será sólo el comienzo -continuó Julián-. Haré correr la voz de que tengo intenciones de comprar todas las parcelas que lindan con tus tierras en Suffolk. En poco tiempo, yo seré dueño de todo el territorio que rodea el tuyo, Waycott. Además, dejaré tu reputación tan manchada que ningún club respetable te aceptará como miembro y ninguna anfitriona querrá recibirte en su casa.
– Jamás te dará resultado.
– Sí, Waycott. Tengo el dinero, la tierra y el título necesarios para lograr mis objetivos. Y más aun. Tendré a Sophy a mi lado. Su nombre vale oro en Londres en estos días, Waycott. Si ella se vuelve contra tí, toda la sociedad también te dará la espalda.
– No. -Waycott sacudió la cabeza, furioso-. Ella nunca haría eso. Yo no la he lastimado. Ella entenderá por qué hice lo que hice. Es compasiva conmigo.
– Ya no.
– ¿Porque la traje aquí? Pero se lo puedo explicar.
– Nunca tendrás oportunidad. Aunque yo permitiera que te acercases a una distancia prudencial de ella para poderle hablar, cosa que no haría ni loco, no obtendrías nada de su parte. Como verás, Waycott, te cavaste tu propia tumba mucho antes de conocer a Sophy.
– ¿De qué rayos estás hablando ahora?
– ¿Recuerdas a esa mujer a quien sedujiste tres años atrás que luego abandonaste porque estaba embarazada? ¿La que llevaba el anillo del diablo? ¿Esa que, según tú describiste a Sophie era tan insignificante? ¿Esa a quien tachaste de prostituta de pueblo?
– ¿Qué hay con ella?
– Era la hermana de Sophy.
Waycott se quedó blanco de sorpresa.
– Oh, Dios mío.
– Exactamente -dijo Julián-. Empiezas a ver la profundidad de tu problema. Ya no tiene sentido que sigas permaneciendo aquí. Piensa cuidadosamente en tus dos posibilidades, Waycott. Si estuviera en tu lugar, eligiría América. Me he enterado, por lo que apadrinaron a Mantón, que no eres buen tirador.
Julián dio la espalda a Waycott, recogió las esmeraldas salió. Desató las riendas del caballo negro y escuchó un disparo proveniente del viejo castillo en ruinas.
Se había equivocado: Waycott tenía tres opciones en lugar de dos. Obviamente, el vizconde había tomado la pistola de la canasta y había optado por la tercera alternativa.
Julián puso un pie en el estribo y después, de mala gana decidió volver al silencioso castillo. La escena que le aguardaba ciertamente no sería agradable, pero conociendo la ineptitud de Waycott, lo mejor era asegurarse de que no hubiera estropeado más las cosas.