Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

Sophy suspiró.

– Esa fue una de las razones por las que fui un rotundo fracaso en mi temporada de presentación en sociedad en Londres. Por más que mi dama de compañía se esmerase en peinarme o en arreglar mi ropa, yo siempre me las ingeniaba para llegar al baile o al teatro con un aspecto tan espantoso que cualquiera habría creído que acababa de atropellarme un carruaje. Creo que debí haber nacido en otra época, en la que la vestimenta fuera más simple y no tuviera que preocuparme tanto por ella.

– No me importaría vivir contigo en una época así. -La sonrisa de Julián se amplió mientras observaba el atuendo de su esposa. Sus ojos verde esmeralda denotaron alegría-. Te verías muy bien corriendo por allí con poca ropa.

Sophy se dio cuenta de que otra vez estaba ruborizándose. Rápidamente, se apartó de él y se encaminó hacia la pila de rocas caídas que constituían lo último que quedaba del castillo. En cualquier otro momento, Sophy habría pensado que las ruinas eran pintorescas, pero ese día no podía concentrarse en ese detalle.

– Bonita vista, ¿no? Me recuerda ese viejo castillo en las tierras Ravenwood. Debí haber traído mi cuaderno de dibujos.

– No quise avergonzarte, Sophy -dijo Julián con voz suave, mientras se le acercaba-. Ni atemorizarte haciéndote recordar lo de la otra noche. Sólo trataba de hacer una broma. -Le tocó el hombro-. Discúlpame por mi falta de delicadeza.

Sophy cerró los ojos.

– No me asustó, Julián.

– Cada vez que te alejas de mí de esa manera, me parece que te he dado una nueva razón para que me tengas miedo.

– Julián, basta. Termine con eso de una vez. No le tengo miedo.

– No necesitas mentirme, pequeña-la tranquilizó-. Me doy perfecta cuenta de que pasará mucho tiempo antes de que pueda resarcirme ante tus ojos.

– Oh, Julián, si vuelve a decir otra palabra de disculpas creo que gritaré. -Se apartó de él. No se atrevía a mirar atrás.

– ¿Sophy? ¿Qué demonios está pasando ahora? Lamento que no te importen mis disculpas, pero no tengo otro recurso honorable más que el de tratar de convencerte de que son genuinas,

Lo máximo que Sophy pudo hacer fue echarse a llorar.

– Usted no entiende -dijo ella, angustiada-. La razón por la que no quiero escuchar más disculpas es que son… totalmente innecesarias.

Se produjo un silencio y luego Julián dijo en voz baja:

– No tienes obligación de facilitarme las cosas.

Sophy apretó su fusta entre ambas manos.

– No estoy tratando de facilitarle las cosas- Sólo quiero aclararle algunos puntos de los que yo deliberadamente le hice creer una cosa que no era cierta.

Se produjo otro silencio.

– No entiendo. ¿Qué estás diciendo, Sophy? ¿Que nuestro acto de amor no fue tan malo como yo creo? Por favor, no te molestes. Ambos conocemos la verdad.

– No, Julián. Usted no conoce la verdad. Sólo yo la sé. Tengo una confesión que hacerle, milord, y me temo que se enfadará excesivamente.

– No contigo, Sophy. Nunca contigo.

– Ruego que recuerde eso, milord, pero el sentido común me indica que no lo hará. -Reunió todo su valor pues aún no se atrevía a darse la vuelta y mirarlo a los ojos-. La razón por la que no necesita disculparse por lo que cree haberme hecho la otra noche es que, en realidad, no ha hecho nada.

– ¿Qué?

Sophy se llevó el dorso de su mano enguantada a los ojos. Con ese gesto, tanto la pluma como el sombrero volvieron a caerle sobre el rostro.

– Es decir, no hizo lo que cree que hizo.

El silencio a sus espaldas fue ensordecedor, hasta que Julián lo rompió nuevamente.

– Sophy… la sangre. Había tanta sangre.

Sophy se apresuró a continuar, antes de que su coraje la abandonara por completo,

– En mi defensa, debo aclarar que su intención fue la de quebrar el espíritu de nuestro pacto en lo que a mí concernía. Yo estaba muy ansiosa y muy, pero muy enfadada. Espero que lo tome en cuenta, milord. Usted, especialmente, sabe lo que es ser víctima de un feroz temperamento.

– ¡Maldita sea, Sophy! ¿De qué rayos estás hablando? -su voz se oyó demasiado serena.

– Estoy tratando de explicar, milord, que usted no me atacó la otra noche. Usted sólo, bueno, eh… se quedó dormido.

Finalmente, Sophy se dio vuelta para mirarlo a la cara. Julián estaba a una corta distancia, con las piernas ligeramente separadas y su fusta al costado de uno de los muslos. Su mirada de esmeralda, más fría que nunca.

– ¿Me quedé dormido?

Sophy asintió con la cabeza y dejó la vista fija en algún lugar, por encima del hombro de Julián.

– Yo puse algunas hierbas en su té. ¿Recuerda que le dije que tenía métodos más efectivos que el oporto para inducir el sueño?

– Lo recuerdo -dijo él, con una suavidad terrible-. Pero tú también bebiste el té.

Sophy meneó la cabeza.

– Simplemente fingí tomarlo. Usted estaba tan ocupado quejándose del libro de la señorita Wollstonecraft que ni siquiera notó lo que yo estaba haciendo.

Se acercó un paso a ella y la fusta golpeó inexorablemente contra su muslo.

– La sangre- Estaba derramada en la sábana.

– Más hierbas, milord. Después que usted se durmió, yo las agregué a lo que había quedado del té y con esa preparación rojiza manché las sábanas. Claro que no sabía cuánta cantidad debía usar. Estaba tan nerviosa que derramé mucho líquido y la mancha se hizo más grande de lo que yo quería.

– Entonces derramaste té -repitió él lentamente.

– Sí, milord.

– Lo suficiente como para hacerme creer que te había desgarrado como un salvaje.

– Sí, milord.

– ¿Me estás diciendo que esa noche no pasó nada? ¿Nada en absoluto?

Parte del natural espíritu de Sophy revivió.

– Bueno, usted aclaró que me seduciría a pesar de mi insistencia en que yo no deseaba que lo hiciera y también se metió en mi cuarto a pesar de mis objeciones, por lo que realmente me sentí amenazada, milord. Entonces no es como si nada hubiera pasado, ¿entiende lo que digo? Nada pasó porque yo tomé medidas para impedirlo. No es usted el único que tiene carácter, milord.

– Me drogaste. -En su voz se oyó una mezcla de descrédito y rabia a la vez.

– Simplemente fue un tónico para dormir, milord.

La fusta que Julián llevaba en la mano estalló sonoramente contra el cuero de sus botas, interrumpiendo las explicaciones de Sophy.

– Me dopaste con una de esas malditas pociones que preparas y luego armaste todo un escenario para hacerme creer que te había violado salvajemente.

En realidad, no podía decir nada frente a todas esas verdades que Julián le echó en cara. Sophy bajó la cabeza. La pluma se sacudía frente a sus ojos mientras ella clavaba la vista en el suelo.

– Supongo que podría tomarlo así, milord. Pero nunca quise que usted pensara que me había… que me había lastimado. Sólo quería que pensara que había cumplido con lo que usted creía ser su obligación. Parecía tan ansioso por hacer valer sus derechos de esposo.

– ¿Y creíste que si yo pensaba que ya había ejercido esos derechos una vez te dejaría en paz por unos cuantos meses?

– Se me ocurrió que podía sentirse satisfecho por un tiempo, milord. De ese modo, tal vez, estaría dispuesto a cumplir con los términos de lo pactado.

– Sophy, si vuelves a mencionar ese estúpido pacto una vez más, no dudes que te ahorcaré. Y como mínimo, te azotaré en el trasero con mi fusta de montar.

Sophy se irguió con bravura.

– Estoy preparada para la violencia, milord. Todos saben que tiene usted el temperamento del demonio.

– ¿Sí? Entonces me sorprende que hayas tenido la valentía de traerme aquí, a este lugar tan solitario, para hacerme tu gran confesión. No hay nadie que acuda en tu ayuda al escuchar tus gritos si yo decido castigarte en este mismo momento.

– No me pareció justo involucrar a los sirvientes -murmuró ella.

– Qué noble de tu parte, querida. Sabrás disculparme si no creo que una mujer que sea capaz de dopar a su esposo vaya a perder su tiempo preocupándose por lo que el personal doméstico pueda pensar, -Entrecerró los ojos-. Dios. ¿Y qué pensaron cuando te cambiaron las sábanas la mañana siguiente?

– Le expliqué a Mary que había derramado té en las sábanas.

– En otras palabras, eso significa que soy el único de la casa que creía que era un violador sádico. Bueno, es algo, por lo menos.

– Lo lamento, Julián. Lo digo con sinceridad. En mi defensa, sólo puedo señalar una vez más que estaba muy asustada y enojada y por eso lo hice. Pensé que estábamos llevándonos bien, aprendiendo a conocernos mutuamente y después empezó a amenazarme.

– ¿La idea de que te haga el amor te asusta tanto que llegas a esos extremos para evitarlo? Demonios, Sophy, no eres ninguna adolescente. Eres toda una mujer adulta y sabes bien por qué me casé contigo.

– Ya se lo expliqué antes, milord. No es el acto de amor en sí lo que me atemoriza -dijo ella ferozmente-. Sólo quiero un poco de tiempo para conocerlo. Quiero tiempo para que los dos aprendamos a tratarnos como marido y mujer. No quiero que se me trate como una yegua de cría a la que use para su conveniencia y a la que después abandonará en medio del campo para que se las arregle por las suyas. Debe admitir que ésa era la única idea fija que tenía en la mente cuando se casó conmigo.

– No admito nada. -Golpeó con la fusta su bota una vez más-. A mi entender, eres tú la única que violó los entendimientos básicos de nuestro matrimonio. Uno de ellos era, según recordarás, que jamás me mentirías.

– Julián, yo no le mentí. Probablemente, lo induje a creer algo que no era cierto, pero seguramente, notará que yo…

– ¡Tú me mentiste! -la interrumpió brutalmente-. Y si yo no hubiera estado atormentándome con mi culpabilidad durante estos últimos dos días, me habría dado cuenta de inmediato. Los signos estaban todos presentes. Ni siquiera has podido mirarme a los ojos. Si no hubiera estado convencido de que era porque no me soportabas después de lo que te había hecho, al instante me habría dado cuenta de que estabas engañándome.

– Lo lamento, Julián.

– Lo vas a lamentar mucho más, madam, antes de que terminemos. No me parezco en nada al indulgente de tu abuelo y es hora de que lo aprendas. Pensé que tenías la inteligencia suficiente como para darte cuenta del hecho desde un principio, pero ahora descubro que tengo que darte la lección bien clarita.

16
{"b":"88022","o":1}