Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

– Sophy, dime una sola cosa- ¿Me odias hoy?

Sophy tragó saliva y mantuvo la vista fija en la ventana.

– No, milord.

– Bueno, al menos, es algo. No mucho, pero algo. Maldición, Sophy, ¿qué te hice anoche? Puede que haya incursionado en ti con todas mis fuerzas, pero te juro que no recuerdo qué pasó después de que me acosté contigo.

– De verdad no puedo hablar de ello, milord.

– No, no creo que puedas. -Se pasó la mano por el cabello. Pero ¿cómo podía pretender que ella le diera un detalle minucioso de todo lo que él había hecho? Ni él quería escuchar esa historia escalofriante. No obstante, necesitaba saber desesperadamente qué le había hecho. Tenía que saber cuan diabólico había sido. Ya se estaba torturando imaginándose las cosas de las que pudo haber sido capaz.

– ¿Julián?

– Sé que esto no es excusa, cariño, pero me temo que anoche bebí mucho más oporto del que creí. Nunca más me acostaré contigo en condiciones tan deplorables. Fue imperdonable. Por favor, acepta mis disculpas y confía en que la próxima vez será muy distinto.

Sophy carraspeó.

– En cuanto a lo de la próxima vez…

Julián hizo una mueca.

– Sé que no deseas que llegue esa segunda vez, pero te aseguro que no te presionaré para que vuelva a suceder. Claro que debes comprender que eventualmente tendremos que hacer el amor otra vez. Sophy, esta primera vez ha sido para ti algo así como caerse de un caballo. Si no vuelves a intentarlo, es probable que nunca más vuelvas a montar en tu vida.

– No estoy tan segura de que sea un destino tan negro-farfulló ella.

– Sophy.

–  Sí, claro, queda esa pequeña cuestión de su heredero. Discúlpeme, milord, se me escapó de la mente.

Julián sintió un profundo desprecio por si mismo.

– No estaba pensando en mi heredero. Estaba pensando en tí -gruñó.

– Nuestro trato fue de tres meses -le recordó ella con toda tranquilidad-. ¿Podríamos volver a lo pactado?

Julián expresó un denuesto por lo bajo.

– No creo que sea una buena idea esperar tanto. Tu inquietud natural adquirirá proporciones muy antinaturales si te tomas tres meses para revivir en tu mente lo que has pasado anoche. Sophy, ya te he explicado que lo peor ha pasado. No es necesario que caigamos nuevamente en ese acuerdo con el que tanto insististe.

– Supongo que no. Especialmente, teniendo en cuenta que usted me aclaró muy bien que tengo muy pocos medios como para exigir el cumplimiento del trato. -Se liberó de los brazos de Julián y caminó hacia la ventana-. Tenía mucha razón, milord, cuando dijo que una mujer tiene muy poco poder cuando se casa. Su única esperanza consiste en depender del honor de su esposo como caballero.

Nuevamente esa horrenda sensación de culpa se apoderó de él, casi sofocándolo. Cuando se recuperó deseó poder enfrentarse al demonio en lugar de a Sophy, pues de ese modo la pelea habría sido mucho más pareja y honesta.

La posición de Julián era intolerable. Era muy evidente que había sólo un medio honorable de salirse de esa situación y que él tendría que cumplirlo, aunque ello representara dificultar mucho más las cosas para Sophy en última instancia.

– ¿Volverías a confiar en mi palabra si yo aceptase cumplir ese famoso trato de los tres meses? -le preguntó él de mala gana.

Ella lo miró por encima del hombro.

– Sí, creo que podría confiar en usted bajo esos términos. Esto es siempre y cuando se comprometa a no tratar de forzarme ni de seducirme.

– Anoche te prometí seducción y en cambio, te obligué. Sí, entiendo por qué quieres ampliar los términos del acuerdo original. -Julián inclinó la cabeza, en un gesto muy formal-. Muy bien, Sophy, Si bien mi razonamiento me indica que éste es el camino incorrecto que seguir, no puedo negarte ese derecho después de lo que pasó anoche.

Sophy hizo una reverencia con la cabeza, mientras apretaba fuertemente los puños.

– Gracias, milord.

– No me lo agradezcas. Estoy absolutamente convencido de que estoy cometiendo un error. Algo está muy mal en todo esto. -Julián volvió a sacudir la cabeza tratando una vez más de revivir lo que había sucedido la noche anterior. Pero sólo había un blanco. ¿Estaría perdiendo la razón?-. Tienes mi palabra de que no trataré de seducirte durante lo que resta del tiempo hasta cumplirse el plazo pactado. Y está de más decir que tampoco te forzaré a someterte. -Vaciló. Tenía deseos de acariciarla, pero no se atrevió a tocarla-. Por favor, discúlpame.

Julián abandonó la habitación, seguro de que ante los ojos de Sophy su imagen no podía caer más bajo de lo que ya había caído ante los propios.

Los dos días que siguieron debieron haber sido los más felices de la vida de Sophy. Finalmente su luna de miel estaba convirtiéndose en lo que ella tanto había soñado. Julián se mostraba amable, considerado y siempre muy suave. La trataba como si hubiera sido una muñeca de porcelana. Aquella amenaza silenciosa, sutil y sensual que la había atormentado durante días había desaparecido por fin.

Claro que el deseo no había desaparecido de la mirada de Julián. Aún estaba presente, pero las llamas de su pasión se controlaban cuidadosamente, de modo que Sophy ya no tenía que temer ninguna exacerbación.

Pero en lugar de relajarse y disfrutar de ese momento que tanto había planeado, Sophy se sentía muy desgraciada. Durante dos días había luchado contra su tristeza y su culpabilidad, tratando de convencerse de que había hecho lo correcto, de que había tomado la única salida que tenía, dadas las circunstancias.

Una esposa tenía tan poco poder que debía echar mano de cualquier medio que se le presentara para cumplir con sus objetivos.

No obstante, su propio sentido del honor le impidió mitigar su ansiedad con ese razonamiento.

La tercera mañana después de aquella ficticia noche de bodas, Sophy despertó convencida de que no podría continuar con la farsa otro día más; mucho menos, lo que restaba de los tres meses.

Nunca se había sentido peor en su vida. El autocastigo que se había impuesto Julián fue una responsabilidad demasiado grande para la joven. Era evidente que él se despreciaba más de la cuenta por lo que creía haberle hecho a su esposa. Y como en realidad no le había hecho nada, Sophy se sentía más. Culpable que él.

Terminó la taza de té que la criada le había llevado, apoyó ruidosamente el utensilio sobre el platito y corrió las mantas de la cama.

– ¡Vaya, qué hermoso día, señora! ¿Irá a cabalgar después del desayuno?

– Si, Mary, eso haré. Por favor, envía a algún criado a preguntar a lord Ravenwood si desea acompañarme.

– Oh, no creo que Su señoría tenga algún impedimento para negarse -dijo Mary con una amplia sonrisa-. Ese hombre aceptaría una invitación hasta América, si usted se lo pidiera. Todo el personal disfruta mucho de todo este cuadro, ¿sabe?

– ¿Qué cuadro?

– Verlo a lord Ravenwood deshacerse en atenciones con tal de complacerla. Nunca vi nada igual. Seguramente Su señoría debe de estar agradeciéndole a todos los santos por haberle mandado una esposa tan diferente de esa bruja con la que se casó primero.

– ¡Mary!

– Lo siento, señora. Usted sabe tan bien como yo lo que se decía de ella en el pueblo. No era secreto para nadie. Era mala hierba, eso era. ¿El traje marrón o el azul, milady?

– Creo que me pondré el marrón nuevo. Mary. Y no quiero escuchar nada más de la primera lady Ravenwood. -Sophy habló con lo que esperó que fuera firmeza. Ese día no estaba de humor para escuchar chismes sobre su predecesora. Los remordimientos que la acosaban la hicieron dudar si Julián, una vez que se enterase de la verdad, no concluiría que ella se parecía mucho a su difunta esposa en ciertos aspectos calculadores.

Una hora después encontró a Julián en el vestíbulo principal, esperándola. Parecía muy cómodo con su elegante atuendo de montar. Los ajustados pantalones claros, las botas de caña alta y la chaqueta a medida enfatizaban su poderosa figura.

Julián sonrió al ver a Sophy bajando las escaleras. Tenía en la mano una pequeña canasta.

– Le pedí al cocinero que nos preparase un almuerzo para comer al aire libre. Pensé en explorar el viejo castillo en ruinas que vimos en la colina, el que daba al río. ¿Le atrae la idea, madam? -Se acercó para tomarla por el brazo.

– Muy considerado de su parte, Julián -dijo Sophy humildemente luchando con todas sus fuerzas por mantener la sonrisa. La ansiedad de Julián por complacerla era conmovedora y sólo servía para hacerla sentir más desgraciada.

– Pide a tu dama de compañía que suba a tu cuarto y te traiga uno de esos lamentables libros que lees. Soy capaz de tolerar cualquier cosa menos Wollstonecraft. Ya tomé algo de la biblioteca para mí. ¿Quién sabe? Sí hay sol, podríamos pasar la tarde leyendo bajo algún árbol o por el camino.

Sophy sintió que el corazón se le hundía por un momento.

– Eso suena maravilloso, milord. -La realidad volvió a abofetearla. Julián no estaría de humor para sentarse bajo ningún árbol una vez que ella le confesara toda la verdad.

Salieron a gozar del sol radiante de primavera. Había dos caballos ensillados aguardándolos: un bayo y Ángel. Los cuidadores de los animales estaban de pie junto a las cabezas de éstos.

Julián observó cuidadosamente el rostro de Sophy cuando le rodeó la cintura con las manos para subirla a la montura. Pareció aliviado al comprobar que ella no se resistía al contacto de su piel.

– Me alegro de que estuvieras con ánimos de ir a cabalgar hoy -dijo Julián mientras montaba su caballo y tomaba las riendas-. En estos dos últimos días he echado de menos nuestros paseos matinales. -Le dirigió una mirada fugaz, para ver su reacción-. ¿Segura de que te sentirás, eh… cómoda?

Sophy se ruborizó y urgió a su yegua a emprender el trote.

– Muy cómoda, Julián. -«Hasta que encuentre el valor de decirte toda la verdad y entonces me sentiré de lo peor.» Hasta se preguntó si Julián la golpearía.

Una hora después llegaron a las ruinas de un antiguo castillo normando que una vez se había erguido junto al río. Julián bajó de su caballo y caminó hacia el de su esposa. La levantó por la cintura para sacarla de la silla, pero cuando los pies de Sophy tocaron el suelo, él no la soltó de inmediato.

– ¿Sucede algo, milord?

– No. -Su sonrisa fue extraña-. Nada en absoluto. Sacó las manos de la cintura de Sophy y cuidadosamente, acomodó la pluma del pequeño sombrero de plumas de Sophy, la cual le caía sobre el rostro. La pluma le había estado colgando en un ángulo muy precario, como siempre le sucedía.

15
{"b":"88022","o":1}