Al regresar al albergue, luego del viaje inútil a la casa de campo de Gabriel Gabety, Flora tuvo una grata sorpresa. Una de las camareras, adolescente y tímida, vino a tocarle la puerta de la alcoba. Traía un franco en la mano y balbuceaba:
– ¿Alcanzaría esto, señora, para comprar su libro?
Le habían hablado de La Unión Obrera y tenía ganas de leerlo. Porque ella sabía leer y le gustaba hacerlo, en sus ratos libres.
Flora la abrazó, le dedicó un ejemplar y no le aceptó su dinero.