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Tom apenas hablaba español, pero por señas y con cuatro palabras sueltas que había aprendido se las arregló para explicarnos que era de una ciudad del norte de Inglaterra que se escribía «Liverpool» y se pronunciaba «livepuuul», alargando mucho la u. Nos contó que era minero de oficio y miembro del Partido Comunista inglés, y que se había enrolado en las Brigadas porque le parecía una vergüenza que el Gobierno de su país no hiciera nada para ayudar a la República española. Nos confesó también que estaba un poco harto de extraer carbón, y que tenía ganas de viajar y ver el mundo, aunque le habían dicho que España era un país muy cálido y luego había resultado que no, que lo habían engañado. «¡Cold, cold, brrrrrrl», decía Tom, haciendo como que tiritaba, y a nosotras nos hacía mucha gracia y nos moríamos de risa con él. Y a Angelita también le caía muy simpático, porque desde el primer día que lo vio siempre acudía para que la tomara y la sentara en sus rodillas.

El batallón de Tom estaba recibiendo instrucción en un pueblo cercano, pero él venía siempre que podía, y nosotras procurábamos estar sentadas en el mismo banco todos los domingos para que nos encontrara sin problemas. De todas formas, a mí no me pasó por alto la forma en que María Luisa y él se miraban, y decidí poner pretextos para no ir con ella, porque aunque me divertía mucho con Tom, pensé que era mejor dejarlos hablar sin estorbos.

Desde entonces María Luisa parecía estar siempre con la cabeza en otro sitio y te miraba como si no te viera. A veces salía de casa entre semana con cualquier excusa y luego tardaba mucho tiempo en volver. Mi madre tenía la mosca detrás de la oreja y se enfadaba mucho con ella, pero yo hice lo que pude para encubrirla. «Maruja -me confesó María Luisa un día-, Tom me ha dicho que cuando termine la guerra va a venir por mí y me va a llevar a Inglaterra para casarnos». Yo me alegré mucho por ella, y también lloré con ella cuando a Tom se lo llevaron al frente de Aragón.

Acompañé a María Luisa el día que fue a despedirlo en la estación, me di la vuelta mientras ellos dos se abrazaban y se besaban, y me puse muy colorada cuando Tom me dio a mí también un beso en la mejilla. Era muy alto, muy guapo y olía muy bien.

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