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CARTA 53

Claudia:

Lo que pasa es que la problemática fundamental de la humanidad ha ido variando con el paso del tiempo. Por supuesto, gracias a que (mucho más allá de los individuos) las distintas corrientes psicológicas y filosóficas de la psicoterapia han influido sobre la sociedad.

Cuando Freud comienza a elaborar su teoría psicoanalítica, en las primeras décadas del siglo, la problemática fundamental de la humanidad era la represión sexual. No es casual, por ende, que el psicoanálisis focalice la génesis y el tratamiento de los trastornos psíquicos en el área sexual. Y haga pasar por allí, lo sexual y lo no sexual. A tal punto, que necesitó redefinir la sexualidad para incluir en el concepto de líbido toda la energía psíquica relacionada o no con la genitalidad.

Durante la década siguiente (hasta los 40), esta problemática es superada por la humanidad (sin lugar a dudas, en gran medida por la contribución freudiana) y aparece entonces un nuevo foco: los sentimientos de inferioridad y culpa.

El mundo científico, ocupado en la psicología y terapéutica, se focaliza entonces en esa problemática y con, terapeutas de la talla de Otto Rank a la cabeza, trabaja sobre el tema.

Otros diez años le llevará al hombre resolver este atascamiento. Aparece entonces un nuevo problema: la competencia y la hostilidad (estamos en plena posguerra mundial). De la mano de Karen Horney y otros, la humanidad se enfrenta con el tema y lo resuelve.

En la década 1955-65, el punto conflictivo de la humanidad parece centrarse en el sí mismo. El hombre descubre su vanidad. Al salir de su necesidad de poder y frente al evidente fracaso de la sociedad industrial, que le aseguraba la felicidad desde el tener (Erich Fromm), el ser humano se da cuenta de lo que no es. Descubre sus vacíos interiores y su problemática se concretiza. La realidad de lo obvio se impone. Rogers, Fromm y otros se ocupan con maestría del tema.

Como era de esperar, el siguiente giro es el resultado de la resolución del anterior. Resuelta la conflictiva de yo-conmigo y nuestro intento de confrontamiento, descubrimos nuestra dificultad para convivir con el deseo y con el sentir.

Aquí aparece Fritz Perls, quien habla de dos maneras de conectarse con el mundo: una intelectual, lógica, racional: el Pensar y la otra vivencial, sentida e intuitiva: el Darse Cuenta.

Al privilegiar esta última, la Gestalt quiere recuperar para el individuo su capacidad de darse cuenta, sin computar en forma lógica su realidad.

El psicodrama de Moreno y el análisis transaccional son manifestaciones diferentes de la misma intención. Llegamos así a nuestra década, los 80. A mi criterio, la problemática básica de la humanidad ha vuelto a girar. Creo que, en este momento, la humanidad se enfrenta a un desafío diferente: la comunicación.

Asegurar esto no significa que ya nadie padece problemas sexuales, o de inferioridad, o de competencia. Sólo significa que, fundamentalmente, esta incomunicación (aislamiento, ritos, egolatría, superficialidad) es la base sobre la que debemos trabajar terapéuticamente.

Quizás algún nuevo genio deba nacer en estos años para ocuparse del tema, pero no olvidemos que, mientras tanto, contamos con los aportes de Pichón Riviére, Perls, Berne, Moreno y cientos de otros que nos han legado armas importantísimas para trabajar este asunto.

¿Qué es la comunicación?

Comunicación es entrar en contacto con un otro. Un otro que, obviamente, por ser un otro es diferente.

Dicho de otra manera: es imprescindible que seas diferente para que podamos encontrarnos y comunicarnos. Son nuestras diferencias las que nos permiten contactar nuestras diferencias y no nuestras semejanzas.

¿Cómo?

Imaginemos que vos y yo somos idénticos. Imaginemos que no hay ninguna diferencia entre vos y yo, y que no hay posibilidad de que las haya.

Si así fuera… ¿qué puedo decirte que no sepas de antes? ¿qué podés aportarme que yo no haya visto? ¿qué crecimiento podés generar en mí? ¿qué idea de vida diferente podés acercarme desde nuestra identidad?

Lo que está sucediendo en esta fantasía es que vos y yo no somos dos: somos uno. Y por ello no hay comunicación entre los dos.

Esto me conecta con el tema de los límites.

Cierro los ojos y te imagino con el brazo extendido hacia mí, con la palma abierta y los dedos extendidos. Apoyo mi palma sobre la tuya… Bien, hay un límite entre tu mano y la mía que está determinado por las capas superficiales de nuestra piel.

Te pregunto: ¿ese límite nos une o nos separa? Parece claro que nos separa. Sin embargo, estamos más cerca con esta posición que si vos estuvieras en la otra habitación.

Plantéatelo de otra manera: las fronteras… ¿nos unen o nos separan de los países vecinos?

Ahora surge la claridad de la paradójica respuesta: los límites nos unen y nos separan.

Recuerdo ahora mi sorpresa cuando descubrí que en castellano una misma palabra: la palabra “cerca”, definía “proximidad” y también un elemento de “separación”, de “diferenciación”.

Pues bien, cuando soy capaz de poner claros límites en mi relación con el otro, cuando mi intención no es mimetizarme con vos, sino acercarme desde nuestras diferencias. Cuando no tengo intención de invadirte y mucho menos, de permitirte que me invadas.

Cuando sé hasta dónde.

Entonces, y recién entonces, creo estar en condiciones de comunicarme con vos.

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