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CARTA 22

Claudia:

Es cierto, hay muchas cosas de las que empecé a hablar y te dije que seguiría.

Vos contás con la ventaja de tener las cartas y entonces podrás releerlas cuando quieras. SEGURO que encontrarás cosas inconclusas, cosas inadecuadas, cosas contradictorias y muchas cosas muy muy locas.

Sería extraño que no fuera así, porque… yo soy… inconcluso, inadecuado, contradictorio y muy muy loco. Esto de hablar de mi locura, me atrae cada vez más. La locura… ¿Qué es la locura?…

"Un loco es alguien que ha perdido todo, menos la razón".

"La locura es el último de los mecanismos de defensa a nuestra disposición".

Yo creo que la locura no es una manera "enferma" de ser, pensar y percibir. La locura es una manera diferente de ser, de pensar, de percibir y -¿por qué no?- también una manera diferente de "sentir".

¡Eso es!

¡Una manera diferente!

Durante aquellos años de mi especialización psiquiátrica, aprendí a contactarme con cientos de pacientes psicóticos (los "locos" del lenguaje popular). Hay un lugar muy especial reservado en mi memoria para algunos de aquellos pacientes.

Hoy hablándote de las maneras diferentes, recuerdo a don Marcos… Siento que aquel episodio, el día en que trajeron a Marcos a la Clínica Santa Mónica para internarlo, aquel episodio que conté tantas veces, aquel episodio que mi amigo Héctor dice es la mayor expresión de sabiduría, aquel episodio, divide mi vida en un antes y un después.

Don Marcos tenía alrededor de 65 ó 70 años. Era traído por la familia con un diagnóstico de Psicosis Maníaco Depresiva (una ciclotimia como las nuestras pero más desconectada de la realidad, episodios de gran depresión alternados con eufóricos períodos de excitación, que a veces incluye alucinaciones, conductas bizarras, delirios, etc.). La esposa me alargó el certificado del médico que indicaba la internación, mientras don Marcos me miraba con una fabulosa y seductora sonrisa de abuelo de cuentos.

Yo: Bueno, don Marcos ¿pasamos al consultorio y charlamos un rato?

Don Marcos: Sí, pibe.

(Y me siguió hacia la puerta del despacho). (Nos sentamos).

Yo: Don Marcos, dígame ¿por qué le parece a Ud. que lo trajeron aquí?

Don Marcos: Mirá pibe, lo que pasa es que mi esposa y los chicos no entienden, ellos creen que estoy "colifá".

Yo: ¿Por qué creen eso? ¿Qué hizo usted?

Don Marcos: Resulta que un día me encontré en el mercado con Doña Zulema, la vecina de enfrente. En la cola, me contó que se le había roto la radio y que no tenía plata para arreglarla, yo me acordé que en casa había por lo menos dos radios. ¿Para qué se necesitan dos radios? ¿Se pueden escuchar dos radios a la vez? Así que le pedí a la Zulema que pasara por mi casa y le regalé la radio. ¡Me sentí fenómeno! Entonces salí a la calle y empecé a preguntarle a la gente que pasaba quién necesitaba un pullóver -porque yo tenía como cinco-, y después, regalé un traje -yo nunca lo usaba-, varias corbatas, un poco de plata, unos pares de pantuflas… y cuando le estaba por llevar el reloj pulsera a un muchachito que lo necesitaba, mi familia se enojó y no me dejó salir a la calle. Llamaron al médico, que me vino a ver y dijo que viniera para aquí.

Yo: ¿Y usted sabe qué es aquí?

Don Marcos: Sí, claro pibe, ¡qué te creés! ¿que soy boludo? Es una clínica.

Yo: Bueno, don Marcos, su médico me pide que lo internemos por unos días, para estudiar si le está pasando algo. ¿Qué le parece la idea?

Don Marcos: Decime, ¿se puede jugar al truco?

Yo: Sí, don Marcos, solemos hacer torneos todas las semanas.

Don Marcos: ¿Y al Mus?

Yo: Eso no sé, porque yo no juego.

Don Marcos: Bueno, me quedo. Así por lo menos te enseño a jugar al mus.

Yo: Bien, ¿entonces salimos a despedir a su familia?

Don Marcos: "Un kilo".

(Salimos, yo como antes, llevado por él del hombro, mientras don Marcos empezaba a explicarme el juego del mus).

Yo: Bueno, don Marcos, despídase de su familia.

(y de repente, como si el mundo se hubiera cambiado de blanco a negro, la cara de don Marcos se transformó, su sonrisa desapareció, la voz se le quebró y rompió a llorar con desesperación, mientras tocaba la cara de sus hijos y su esposa y les repetía "cuídense", “los voy a extrañar”, "no dejen de venir a visitarme" y no sé cuántos dolores más. Marcos apoyó su cabeza en mi hombro, sin poder parar de llorar.)

Yo: Señora, por favor deje todo en mis manos, vaya con sus hijos y llámeme si quiere en un rato, para que yo le cuente si se tranquilizó. Pero ahora, váyanse, así yo acompaño a don Marcos a su habitación.

(La familia le dio un beso más en la cabeza a don Marcos mientras éste sólo podía articular unas confusas palabras y yo trataba de disimular mis propias lágrimas).

(Caminando hacia atrás, la familia llegó a la puerta de salida y se fue).

Don Marcos escuchó el click que la puerta hizo al cerrarse y separó un poco la cabeza de mí hombro. Observó la puerta. Se secó las lágrimas con la manga de la camisa. Me miró, se sonrió… y me preguntó:

Don Marcos: ¿Estuve bien?

Yo: (que no entendía nada, no sabía nada, no podía hablar)…?

Don Marcos: ¿Sabés qué pasa, pibe? Hace una semana y media que me mandan a dormir y lloran como dos horas hablando sobre "cómo va a sufrir él cuando lo internen". Ellos esperaban que yo estuviera dolorido al separarme de ellos, y a mí… ¿a mí qué me costaba?

Cada vez que nos topamos con alguien que contacta con las cosas de una manera distinta de la tuya, de la mía, de la nuestra, entonces está loco. Si no piensa, actúa y cree como todos, es obvio que está loco. Loco como Colón, como Galileo, como Copérnico, como Jesús y, muy lejos de todos ellos, loco como yo, es cierto, hay locuras agradables, locuras amorosas, locuras encantadoras y locuras espantosas y locuras odiosas y locuras siniestras. Sobre todo hay locuras enriquecedoras y, tristemente, también hay locuras que empobrecen.

La mía… ¿cuál es? ¡No lo sé!

Y sin embargo yo siento que… a mí me enriquece…

a mi esposa le asusta…

a mis padres los confunde… a mis amigos les encanta… a mis hijos les divierte…

a mis pacientes les sirve… a mis colegas los asombra.

¿Qué importa? En realidad, de esta locura, por lo menos, no quiero curarme.

"Qué importa", dije. Nada es importante. Me gusta, lo quiero, lo detesto, me importa (Adentro), pero afuera nada es importante, o lo que es lo mismo, todo es importante. Todo es igual de importante.

¿Cómo? Por un lado, ser importante parece ser una cualidad del objeto, del hecho, de la situación. Me importa, es mío. Cuando me importa me integro, me contacto, me comprometo. Por otro lado, los conceptos de todo y nada son, respecto de este punto, equivalentes. Es tan indefinido el concepto de uno como de otro. En algún lugar de nosotros mismos, Todo y Nada, Todos y Ninguno son la misma cosa: una nebulosa indiferenciada que circunstancialmente me sirve para definir lo que con seguridad no sé, no me atrevo o no quiero definir.

El otro día, Lidia me dijo:

– Desde que te conozco, cada vez te importan menos cosas.. Y Después, pensé Iba a decir que sí. Y después, que no. Sí o No, ¿qué importa? Lidia tiene razón.

Y a la vez, no tiene razón.

Cada vez me importan menos cosas y sin embargo…

Cada vez me importan más las cosas que me importan, -¿Cómo se entiende?

¿No se entiende? ¿o sí…?

¡Qué importa!.

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