Claudia:
¿Para qué te apurás? (Miento), esto es una pregunta, No te apures. (Miento otra vez.)
¡No me apures!
No se trata de saber, se trata de darse cuenta.
Si utilizamos la semántica, la gramática y la etimología para "hablar bien" posiblemente conseguiremos hablar bien, pero esto no tiene nada que ver con el proceso de darse cuenta.
El acento que pongo en cómo hablamos es un camino (hay otros, habrá mejores), una manera de transitar este proceso.
Una de las trampas sobre la que intento trabajar últimamente, es el tengo que…
"El detective maravilloso entra en la habitación y sorprende al gángster aún con la pistola en la mano. A su lado, el cadáver de su mejor amigo. El detective le coloca las esposas con poca o ninguna resistencia del asesino quien, con la cara desencajada y la vista perdida en el infinito, es llevado dócilmente al coche policial, mientras repite: ¡Tuve que hacerlo! ¡Sabía demasiado!»
¿Tuvo que hacerlo? ¿Qué querrá decir con “tuve que hacerlo"? ¿Quién lo obligó?
Exactamente lo mismo hacemos a diario cuando hablamos de lo que tenemos que hacer.
Tengo que implica obligación, imposición, deber (deber es estar en deuda).
Cuando me encuentro creyéndome que tengo que hacer o decir algo, replanteo la idea como elijo o decido. Esto me ayuda a sentirme plenamente responsable de mis actos. Y entonces lo que hago, aunque no sea lo que más me gusta, puede ser agraciable. No hay agrado desde el tengo que.
No siempre elijo hacer lo que más quiero. A veces, renuncio a lo que más me gustaría, para conseguir otra cosa (conservar un trabajo, por ejemplo).
De todas maneras, en el elijo o en el decido me estoy haciendo responsable, soy dueño de mí, soy plenamente yo. La mejor manera de sentir esto con claridad es sobre nuestras propias cosas.
Tratá de hacerte una lista de tus tengo que. Construí seis o siete oraciones que comiencen con tengo que… " y lo que surja después (sin pensar demasiado)…
Ahora reemplazá en esas mismas frases el tengo que por elijo, decido o quiero… Probáte estas frases nuevas, como si fueran una camisa, para ver cómo te calzan… Quizás te parezca que algunas no encajan, pero date tiempo, tenélas presente y vas a comprobar antes o después, que ésta es la realidad. nuestra vida: como hay muchos tengo que reales en comer, beber, respirar, ¿cuántos más?…
Me imagino la situación de tengo que como un cavernícola transportando una piedra de una tonelada sobre sus hombros: transpira, sufre, se queja, se lastima, pero continúa…
El elijo no hace desaparecer la piedra, pero me la imagino ahora montada sobre unas primitivas ruedas y nuestro personaje está sentado encima de la piedra, guiándola. Su expresión ha cambiado, él sabe que hasta puede bajarse de allí, si así lo desea.
Me estoy poniendo pueril. ¡Sí! Me encanta sentirme infantil.
Me gustaría que estas cartas no tuvieran palabras. Que fueran dibujos o pinturas o esculturas. Expresiones que no te digan, que te dejen sentir lo que yo siento.
Es obvio que mis limitaciones en la expresión gráfica van más allá de mis deseos de expandirme. Así que, por ahora, me conformaré con las palabras aunque muchas veces no me alcancen.
Yo sé que vos podés comprenderlo todo, hasta lo que digo con palabras.