Claudia:
Todos tenemos una historia trágica.
Está compuesta por todos los hechos ”terribles” que nos ha tocado vivir, prolijamente ordenados, agrandados y archivados para justificar nuestras peores falencias.
En términos de Eric Berne, la historia trágica de nuestra vida es un gran "pata de palo”
El juego de la ”pata de palo” está simbolizado con claridad por un señor de cara lánguida y expresión lastimosa, que tiene puesta una camiseta que dice:
”¿Qué se puede esperar de mí, yo que tengo una pata de palo”
¿Quién no ha jugado alguna vez este juego?
¿Quién no tiene por lo menos una ”pata de palo”, lista como excusa funcional para explicar lo que no tiene otra explicación que nuestra propia responsabilidad?
Mi actitud como terapeuta consiste muchas veces en extirpar patas de palo:
– ¿Qué se puede esperar de mí…
… de mí, que perdí a mi madre desde tan pequeño… de mí, que no llegué a conocer a mis abuelos.
… de mí, que tengo un padre alcohólico… de mí, que tengo tan mala suerte.
… de mí, que nací en un hogar tan pobre… de mí, que mis padres eran analfabetos… de mí, que soy tan débil.
… de mí, que soy tan cascarrabias… de mí, que soy un neurótico.
… de mí, que tengo una historia trágica como ésta.
Aprendí a escuchar las “historias trágicas” viendo trabajar a Alma.
Alma (lúcida, sagaz, estudiosa, seguidora, madraza, amorosa, sensible, creativa) es la mejor coterapeuta con quien yo he trabajado jamás. Desde que nos conocimos (y nos elegimos), dos o tres veces por año nos reunimos para trabajar juntos en un laboratorio de fin de semana.
Fue en uno de estos laboratorios donde vi a Alma utilizar este enfoque con un paciente por primera vez. Desde entonces, he escuchado y trabajado cientos de historias trágicas. La primera de las cuales, por supuesto, fue la mía, mi propia ”historia trágica”.
¿Te la cuento?
Soy el menor de dos hijos de una familia de clase media baja. Cuando yo nací, mi familia atravesaba una crisis económica bastante seria, de la cual no salió durante toda mi infancia. Siempre sospeché que mis padres hubieran deseado tener una hija mujer. Mi hermano, que había nacido cuatro años antes, había causado terribles problemas con su alimentación y entonces a mí se me daba de comer todo el día. Fui un “hermoso” bebé gordo y por supuesto, también fui el gordo de la primaria, de la secundaria, de etc. Desde los cuatro o cinco años sufría de bronquitis espasmódica. Muchas veces, las crisis disneicas me impedían hacer deporte o simplemente salir a la calle a correr con mis compañeros. Mi padre, desde que tengo memoria, trabajó de domingo a domingo, desde el amanecer hasta bien entrada la noche y las más de las veces de enero a diciembre. No tengo en la memoria salidas con mi padre a solas. Nunca hubo fútbol, ni paseos en bicicleta, ni largas caminatas; puedo recordar puntualmente una salida al circo, dos o tres idas a la calesita y basta. Cuando no faltaba el tiempo, lo que escaseaba era el dinero. Mi madre nos sobreprotegió siempre. En casa, ella intentaba estar al tanto de todo; ”¿cómo tener secretos con una madre que lo que le sobraba de tiempo de estar controlándonos, mi madre lo ocupaba en cocinar, caminar hasta la feria a comprar las cosas un peso más baratas o almidonar las puntillas que adornaban los placeres de la cocina. Mis padres nunca tuvieron tiempo de sentarse a hablar con nosotros sobre sexo, ni sobre las dificultades de la vida, ni sobre las insondables intrigas de la muerte. La inclinación de mi madre a la protección y la aparente fragilidad de mi hermano motivaron que, desde muy chico, yo sintiera que me robaban mi lugar de hermano menor. Siempre me sentí obligado a ser el fuerte, el que podía, el que se bancaba todo, el rebelde y también el loco. Los correctivos en casa oscilaban entre los vozarrones y palabras fuertes de mi padre, hasta los culposos manejos de mi madre. Desde los catorce años, trabajé intentando ganarme mi dinero. Mientras estudiaba, fui cadete de oficina, empleado de sedería y taxista. He vendido pares de medias por la calle. He tocado timbre casa por casa vendiendo afiliaciones a un sanatorio. He sido payaso, mago, almacenero y agente de seguros. He trabajado vendiendo apuntes en la facultad, bolsos, ropa para hombres y productos químicos industriales. He sido médico de guardia de emergencias y médico interno de clínica psiquiátrica, he hecho reconocimientos domiciliarios y también, cuando el dinero no alcanzó, he dejado la profesión para dedicarme durante un tiempo al comercio de artículos deportivos. Cuando tenía 15 años…”
Y podría seguir…
¿Qué se va esperar de mí con una historia como esta?
Sin embargo, aún cuando estos datos son más o menos fieles a mi recuerdo, resulta que no soy lo que tristemente se debería dar como consecuencia de esta historia. Aún cuando todo lo relatado, y más, me ha sucedido, aquí estoy, soy todo esto que soy y tengo lo que tengo. ¡Y atención! este resultado diferente no es debido a que haya habido otras cosas no trágicas. Este resultado es directa consecuencia de estas vivencias que acabo de relatar. De alguna manera, esta historia trágica ha logrado hacer de mí el que hoy soy.
Y es más, hoy denuncio que esta historia trágica, esta que he contado a otros tantas veces, esta que me cuento a mí mismo de vez en cuando, esta que me creo cierta cuando me conviene… esta ”historia trágica” ni es toda la historia ni es todo lo trágica que parece (lo trágico de mi historia, en última instancia, lo aporto yo).
¿Cuál es la otra parte de la historia?
La otra parte es lo que a mí me gusta llamar mis ”privilegios”.
Preguntarás por qué me creo un privilegiado.
Hoy, por primera vez, tengo ganas de responder a uno de tus ”porqué”:
Soy un privilegiado porque soy hijo de dos seres humanos maravillosos.
Soy un privilegiado porque soy el producto de un amor como nunca he visto y dudo volver a ver.
Soy un privilegiado porque mis padres me han compensado con un desmedido afecto cualquier otra carencia. Soy un privilegiado porque tanto mi padre como mi madre me han dado, sin lugar a dudas, lo mejor que tenían. Soy un privilegiado porque, sin hacer nada para conseguirlo, he nacido con la inteligencia, la sensibilidad y la intuición como para hacer lo que hago y disfrutarlo.
Soy un privilegiado porque no he padecido nunca el hambre, ni el frío, ni ninguna enfermedad seria.
Soy un privilegiado porque vivo en una casa como la que siempre soñé tener.
Soy un privilegiado porque no hace mucho tiempo me ”encontré” con mi hermano mayor y decidimos juntos no separarnos más.
Soy un privilegiado porque trabajo en lo que más me gusta y me pagan por hacer lo que amo hacer.
Soy un privilegiado porque, en mis treinta y seis años, he cosechado millones de afectos y he vivido intensamente mis relaciones con los otros.
Soy un privilegiado porque he llegado a tener casi todo lo que quise en la vida, sin esforzarme jamás por conseguirlo. Soy un privilegiado porque soy aún capaz de enamorarme.
Soy un privilegiado porque amo y soy amado.
Soy un privilegiado porque, aunque no hago todo lo que quiero, jamás hago lo que no quiero.
Y sobre todo… soy un privilegiado porque soy el padre de mis dos hijos.
Yo soy yo.
¡Un privilegiado!