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CARTA 32

Claudia:

Volvé a tu niñez y dejáme que te cuente un cuento, o mejor dicho, dos.

ILUSION

Había una vez un campesino gordo y feo que se había enamorado (¡cuándo no!) de una princesa hermosa y rubia.

Un día la princesa (Vaya a saber por qué) le dio un beso al feo y gordo campesino… y mágicamente éste se transformó en un esbelto y apuesto príncipe… (Por lo menos, así lo veía ella) (Por lo menos, así se sentía él)

El primero de estos cuentos es mío y lo escribí hace unos años.

El segundo lo escribió mi hijo cuando tenía ocho años y está transcripto tal como fue escrito.

¡Ocho años! ¿Te das cuenta…? ¡Ocho años! ¡Qué envidia!

Me llevó más de treinta años de vida, diez años de estudio, cuatro años de terapia, siglos de existencia, descubrir esto que mi hijo resume en una frase a sus ocho años: no importa lo de afuera, importa lo de adentro".

Hace unas semanas, en uno de los grupos, un paciente, Gerardo, comentó algo que había leído: que los hijos son como un enano subido a los hombros de un gigante (Y es tan cierto).

Pienso en mis hijos… cuánto los amo!!… y recuerdo ahora: "… si te amo, disfruto viéndote crecer las alas y disfruto viéndote volar".

Demián y Claudia entran en esta habitación, se sientan en el suelo y me miran escribir.

Dejo de escribirte a vos… Les escribo a ellos. Hijos…

Me gustaría ser su plataforma de despegue me gustaría ser su viento favorable

me gustaría ser un espacio muy abierto y a qué negarlo

me gustaría ser un compañero de vuelo. Pero me doy cuenta

de que ninguno de ustedes me necesita para volar lo único que ustedes realmente necesitan

es tenerse a ustedes mismos. ¡Con eso basta!

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