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CARTA 19

Claudia:

¡Cuánto tiempo sin escribirte! No tenía ganas…

¡¡Y me niego a escribirte sin ganas!!

Casi siempre puedo elegir entre cantidad y calidad. cantidad la encuentro relacionada con el esfuerzo. Cuando trato, cuando intento, cuando me presiono, cuando me obligo, cuando me impongo… entonces, te doy más, quizás mucho más, pero no te doy mejor.

Lo mejor de mí,

Lo más bello de mí,

Lo más constructivo de mí… es lo que quiero darte,

Lo que me surge sin esfuerzo.

Porque la calidad está en relación con el deseo.

Por alguna trampa de nuestra educación, tendemos a creer que la cantidad se transformará en calidad.

Cuando sentimos insatisfacción, a veces, exigimos más y en realidad queremos mejor. No nos damos cuenta de que la respuesta del otro a mi exigencia no puede ser mejor. Su respuesta sólo puede ser más.

Cuando me pongo necio te exijo que me prestes más atención, que te ocupes más de mí, que me des más cosas, que me dediques más tiempo, que me quieras más… ¡que me quieras más!, como si vos pudieras hacer algo para quererme más.

En última instancia, cuando me Pongo necio, exijo. ¡Exigir! Hay dos maneras de exigir: una es explícita y conserva, por lo menos, la virtud de lo franco; la otra es turbia y subyacente.

Ninguna de las dos se parece a pedir.

Pedir es enunciar mi deseo con claridad y permitirte decir Sí o No, dejarte la posibilidad de elegir.

En la exigencia, en cambio, no acepto un No como respuesta. Esto que yo quiero es lo que tenés que hacer o lo que corresponde que hagas.

Sí. Dentro de mí, yo ya decidí (?) que debés decirme que la más cruel y hostil de mis exigencias es aquella en la que ni siquiera te digo lo que quiero. Lo que espero de vos ahora es titánico.

Primero, tenés que adivinar qué es lo que estoy esperando y después, por supuesto, dármelo.

La exigencia aquí es implícita. Yo sólo sugiero sutilmente mi expectativa y descanso con todo mi peso sobre vos…

Si vos adivinás, yo aceptaré graciosamente lo que desde vos decidiste darme. Si no adivinás, entonces siempre tengo a mano la postura que me permite zafar: y podrías haberte dado cuenta".

Aprender a pedir es uno de los grandes desafíos del ser persona.

No toda la gente sabe pedir. Conozco a quienes jamás han pedido nada, o "peor" dicho jamás pedir nada. Ellos sienten que pedir es ponerse en manos del otro.

No pueden aceptar que no son autosuficientes. Temen a sus propias debilidades y, sobre todo, cualquier rasgo que implique dependencia, los aterra.

Muchos de ellos se ufanan de no pedirle nada a nadie. Pero buceando un poco en su historia personal, en sus conductas habituales, en sus relaciones más cercanas y encontrarás siempre lo mismo: exigencias veladas y detrás de ellas más exigencias.

Lo mejor de mí que puedo darte es lo que quiero darte.

Lo mejor de vos que podés darme es lo que quieras darme.

De vos.

No quiero LO MÁS. Quiero LO MEJOR.

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