Claudia:
Es cierto, la carta anterior fue un golpe bajo.
A todo eso, yo lo llamo ”Moral en latas”. Aquello está bien, esto otro está mal… ¿Qué carajo querrán decir bien y mal?
Suelo decir a mis pacientes que nunca he matado a nadie -y agrego-… porque nunca he tenido un buen motivo.
¿Qué sería un buen motivo?
Entro a mi casa, un desconocido amenaza a mis hijos con un cuchillo en la garganta. Al verme, se abalanza sobre mí. Tomo a mi vez un arma cualquiera: otro cuchillo, un revólver, un palo, un cañón… ¡no importa!, lucho por mi vida y la de mis hijos. En la lucha, lo mato. Ese es un buen motivo.
Entonces sigo: si puedo cuestionarme la infalibilidad del preconcepto de ”no matar”… ¿cómo no cuestionarme todo lo demás?
¿Y la ley? ¿Qué pasa con la ley?
Hablando con Antonio, abogado, sobre este tema, él me hizo una aclaración que me pareció valiosísima: la ley no dice qué hacer o qué no hacer.
Tomemos un ejemplo: La policía detiene por estafa a un individuo y el juez lo condena a equis meses en prisión o determinada cantidad de dinero de indemnización.
La ley no dice: “No estafar" La ley dice: “A aquél que estafe a otro, en ciertas y cuales condiciones, le corresponderá -$*, al o cual pena”. ¡Punto final para la ley!
Es, justamente, cuando la ley intenta transformarse en una mera cuando distorsiona su función social, cuando encapsula al individuo, cuando masifica y anula a los habitantes de un país.
Sin embargo, la sociedad en la que vivimos cree con firmeza en esta moral enlatada.
Tanto esfuerzo por crear estas pautas ¿es un capricho de esta cultura?
No, creo que no.
Creo que esta manera de intentar regular la conducta de los individuos está avalada por un preconcepto filosófico también enlatado, que dice:
”El hombre, en su esencia, es malo, un demonio, un monstruo incontrolable, sometido a sus pasiones más ruines, destructivo y cruel”.
Atención a los crédulos:
¡ES MENTIRA!
Yo creo firmemente que el hombre sin presiones, en verdadera libertad, percibiendo de los demás la aceptación de su persona, en la intimidad con los otros… deja salir su ser más cálido, más sincero, más amable, más humilde, más generoso, más comprometido, más honesto y, sobre todo, su ser más sensible y creador.
Es a partir de esta manera mía de ver al ser humano, que no necesito inculcar una moral predeterminada en mi consultorio. Mi cliente no requiere de mí -aunque a veces él crea que sí lo hace-, un juicio de valor sobre ”bien o mal”, sobre ”correcto o incorrecto”, sobre ”justo o injusto”.
Lo que él requiere, ya te lo dije, es un vínculo sano, donde poder expandirse, encontrarse y no separarse más de él mismo.
Aquí está la diferencia entre un terapeuta y un sacerdote.
Este último tiene una limitación, que está obligado a interponer en su función. Una determinada moral operacional, que debe ser aceptada como patrón y medida.
El terapeuta, en cambio, parte -o sería bueno que partiese- de una postura abierta, desde un vacío, desde la ausencia de moral preconcebida, desde la realidad del paciente.
Relaciono todo esto con el psicoanálisis.
Me parece que una parte de la humanidad vive al psicoanálisis como una nueva religión.
Algunos psicoanalistas se ven a si mismos como sacerdotes (ortodoxos, conservadores y hasta reformistas).
Las resistencias se parecen a la falta de fe, a la herejía; muchos pacientes psicoanalizados son como los fieles de una determinada secta, logia o creencia.
Lo que para las religiones clásicas era “pecado” y ahora es “enfermedad”. Lo que fue “prueba divina” hoy es “trauma”. Lo que era “exorcismo” hoy es “catarsis”.
En algunos momentos, el Diablo y el Ello inconsciente, se parecen.
En esta nueva religión, se reza tres o cuatro veces por semana en el sagrado templo simbolizado por el diván psicoanalítico, desde donde, por supuesto, no se puede ver al oficiante, perdón: al terapeuta.
Se intenta conseguir así tomar contacto con lo inconsciente etimológicamente, lo ”no conocido", de la misma manera en que nuestros antepasados se extasiaban para entrar en contacto con ”lo innombrable ”inaccesible” y divino: DIOS.
Aviso a los incautos:
Terapia no es un acto de fe.