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CARTA 26

Así es, dulce.

También dejar una casa implica un duelo.

Duelo, etimológicamente, está relacionado con dolor; y consiste en la elaboración interna que hago cada vez que me separo de alguien o de algo. Cuánto yo haya querido a ese algo determinará la intensidad y duración de ese duelo, pero no su existencia.

Siempre hay un duelo para pasar tras una separación. Nuestra educación conspira contra la elaboración y aceptación de los duelos.

Recordá los mensajes de nuestros padres Y maestros, frente a nuestras pérdidas infantiles: "… Bueno, ya pasó…", "Basta de llorar…", «No era tan importante…", no vas a tener otro…No pienses en eso…", etc.

Tememos el duelo.

El dolor aparece como una terrible amenaza a nuestra integridad…,

Y entonces, nos defendemos.

El intento más común es no comprometerme afectivamente con nada ni nadie (o lo menos posible, con los menos posibles), en la fantasía de que "si no quiero a nadie ni a nada, no me dolerá perder a nada ni a nadie.

Aviso: NO FUNCIONA…

No sólo porque este razonamiento me impide la vida, el contacto y la intimidad, sino además porque, como te dije, el duelo no depende de cuánto yo quiera a lo que se va.

El segundo intento es más terrible aún. Consiste en la velada decisión de no separarme NUNCA de NADA!!). Así acumulo cosas y relaciones que no finalizan jamás, que no se renuevan, que permanecen estáticas.

Colecciono libros que nunca leo, discos que nunca escucho, cajas y cajas de cartas que me han escrito personas que hace años no contacto, montones de placas llenos de objetos que recuerdan momentos que quiero eternizar. Barry Stevens dice:

"Cuando yo tenía una familia, solía recorrer mi casa dos veces por año y detenerme unos minutos frente a cada objeto… y toda cosa que no había sido usada o disfrutada en los últimos seis meses, había perdido el derecho de permanecer y era lanzada fuera de la casa…"

(¡Qué envidia!). La mayoría de nosotros tememos separarnos de las cosas, porque nos asusta necesitarlas mañana.

La variante sutil de este modelo es tomar distancia de las cosas y las personas, en lugar de separarme. Este modelo es bien conocido por aquellas parejas que no resisten la idea de separarse y tampoco pueden permanecer unidos. Entonces "dicen" que se separan.

El "dicen" entre comillas significa que esto es sólo lo aparente. En realidad, se siguen viendo tanto o más que antes; están pendientes de lo que el otro hace, dice, piensa, quiere. Y en muchos casos salen juntos, terminando la noche en una cama.

El objetivo es claro: no vivir el duelo que implicaría una separación.

Cuando esto sucede así, se produce con el tiempo un vaivén en el que cada vez que uno de los dos intenta comenzar su duelo y separarse, el otro aparece… para recordar, para corregir, para rectificar, y para abortar el duelo.

Por último, hay un tercer mecanismo para huir de los duelos, que es simplemente: negarlos.

Esta situación de pérdida, de separación, de muerte, simplemente no existe.

“Esto que perdí, en algún lugar está y yo lo voy a encontrar" o…

"El está muy confundido, cuando se tranquilice, volverá a mí, o "Alguien le estuvo llenando la cabeza, pero no lo dice en serio" o…

"Sólo su cuerpo ha muerto, su espíritu sigue conmigo"…

En esta última odiosa conducta evitadora, muchas veces mis colegas dan una ayuda a la negación.

Lo hacen cuando desvalorizan la pérdida.

Lo hacen cuando presionan para abortar el proceso. Y, fundamentalmente, lo hacen cuando en medio de un duelo normal, sensato, esperable y sano, medican con antidepresivos a un paciente "para que salga de la crisis"…

Estas conductas negadoras postergan el duelo, pero no consiguen evitarlo.

Me importa vivir con toda plenitud los duelos por mis pérdidas, por mis cambios, por mis muertes.

Si no me puedo separar de aquello que hoy no está, no podré encontrarme libre para vincularme con lo que en este momento sí está aquí conmigo.

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