Claudette:
Así es: la muerte conecta con la gran impotencia. Y quizás este sea el gran temor a la muerte que está en (¿casi?) todos nosotros. El temor a la impotencia.
Vivimos en un mundo exitista. El triunfador, el ganador, el vencedor, el fuerte, el poderoso; estos son nuestros modelos. Estos son los héroes admirables que damos a nuestros hijos en cine, televisión, libros y revistas. Este es el modelo de nosotros mismos que queremos darle a nuestros hijos: ”papá puede”, ”papá sabe”, ”papá es bueno”, ”papá nunca se equivoca”. En resumen: ”papá es Supermán”. Y así hemos crecido, con estos mensajes.
Y así hemos llegado a ser adultos, perdón, rectifico: quise decir mayores.
Y así nunca hemos aprendido a aceptar lo que no podemos.
Y así vivimos: esquivando, negando y evitando sentirnos impotentes,
Hoy me encuentro con un otro cuya actitud me desagrada. Hablo con él, pero no la modifica. Me siento impotente y no me banco mi impotencia. Entonces, le grito.
No alcanza para que él cambie. Sigo sin bancarme mi impotencia. Entonces, lo insulto.
No me sirve, él sigue en la suya. Y yo, con mi impotencia. Entonces le pego, y si me sigo sintiendo impotente, entonces, lo mato. Y me sigo sintiendo impotente, entonces… ¡ah! entonces, me suicido.
Parece muy loco, ¿verdad? ¡Lo es!
¿Pero no es este, acaso, el mecanismo por el cual algunos padres les pegan a sus hijos?
Cuando en la guardia del hospital llegaban los niños con heridas, moretones y a veces serias lesiones, producidas por alguno de sus padres, ¿qué era esos? ¿Incentivos de aprendizaje? ¿Correctivos?
Cuando en una discusión callejera, uno de los individuos saca un arma y ataca a otro, ¿qué es eso? ¿”Un exceso”, “producto de la pasión”?
Cuando un alguien renuncia a su vida y salta de una ventana, ¿qué es eso? ¿”un acto de protesta?
¡Sostengo que no!
Sostengo que estas y todas las demás hostilidades que pululan en nuestro mundo, son el resultado de la incapacidad de alguien o algunos para soportar su no poder, son la expresión de una absoluta negación de la realidad. Una realidad que impone que no somos omnipotentes.
Te invito a que lo investigues en vos misma.
La próxima vez que te encuentres en una actitud hostil (esto es: destructiva o cruel, dañosa o hiriente), la próxima vez, miráte hacia adentro. Buscá la impotencia implícita. Y cuando la encuentres, cuando sepas qué es lo que no aceptás, qué es lo que no podés modificar, intentá aceptar simplemente que quizás no puedas, date cuenta de que, si podés, quizás no sea en este momento o por este camino. Aceptá tu impotencia.
Y si lo hacés, cuando vuelvas a tu realidad de este momento, quizás compruebes con sorpresa que tu hostilidad ha desaparecido.
Lo más interesante es que, muchas veces, cuando yo recorro este camino y, de vuelta, renuncio a la actitud hostil, el otro, quienquiera que sea, suele hacer una apertura de su capacidad de escuchar. Aparece así una probabilidad adicional de interactuar que me estaba vedada cuando él gastaba todas sus energías en defenderse de mí y entonces no tenía espacio ni siquiera para replantearse su postura.
Atención: no confundas hostilidad con agresión. ¿Otra vez con las palabras? Sí, otra vez.