El arte del embalsamador se parece al del biógrafo: los dos tratan de inmovilizar una vida o un cuerpo en la pose con que debe recordarlos la eternidad. El caso Eva Perón, relato que Ara completó poco antes de morir, une las dos empresas en un solo movimiento omnipotente: el biógrafo es a la vez el embalsamador y la biografía es también una autobiografía de su arte funerario. Eso se ve en cada línea del texto: Ara reconstruye el cuerpo de Evita sólo para poder narrar cómo lo ha hecho.
Poco antes de la caída de Perón escribió:
«Trato de disolver los cristales de timol en la arteria femoral. Oigo en la radio los Funérailles de Liszt. La música se interrumpe. La voz del locutor repite, como todos los días: "Son las veinte y veinticinco, hora en que la Jefa Espiritual de la Nación pasó a la inmortalidad". Miro el cuerpo desnudo, sumiso, el paciente cuerpo que desde hace tres años sigue incorrupto gracias a mis cuidados. Soy, aunque Eva no quiera, su Miguel Angel, su hacedor, el responsable de su vida eterna. Ella es ahora -¿por qué callarlo?- yo. Siento la tentación de inscribirle, sobre el corazón, mi nombre: Pedro Ara. Y la fecha en que comenzaron mis trabajos: 26 de julio de 1952: Tengo que pensarlo. Mi firma alteraría su perfección. O tal vez no: tal vez la aumentaría».
Embalsamador o biógrafo, A mí me desconcertó durante algunos años. Su diario dedica un par de páginas a narrar el secuestro del cadáver. Aunque abunda en detalles, poco de lo que dice coincide con lo que el Coronel le refirió a su esposa y a Cifuentes, a través de los cuales conocí yo esa parte de la historia.
Ara escribe:
«Terminaba ya el 23 de noviembre de 1955. Antes de medianoche entré en la CGT Los enviados del gobierno no habían llegado todavía. En el segundo piso, varios soldados montaban guardia, unos ante la capilla funeraria, otros junto a los accesos de la escalera.
»-Es el profesor -dijo un oficial de policía. Al reconocerme, los soldados bajaron sus armas.
»Abrí la puerta de la capilla. La dejé abierta. Como en otras ocasiones, los soldados se acercaron tímidamente y se asomaron para ver a Evita. Uno de ellos se santiguó. Conmovidos, me preguntaron:
»-¿Se la llevan esta noche, doctor?
»-No lo sé.
»-¿Qué van a hacer con ella?
»-No lo sé.
»-¿Cree que van a quemarla?
»-No lo creo.
»Mientras los soldados volvían a la guardia, revisé el laboratorio. Todo estaba en orden.
»Descendí al vestíbulo para recibir a los jefes. El primero en llegar fue el coronel Moori Koenig; en seguida, un capitán de navío. Exploramos juntos el complicado pasadizo que conducta al garaje. oí doce campanadas en un reloj lejano. El nuevo día comenzaba.
»Volví a la capilla. Ya estaba el ataúd allí. Hice una seña. Dos obreros se acercaron para ayudarme a cargar el cuerpo venerado. Uno de ellos levantó a Evita tomándola por los tobillos; entre el otro y yo la alzamos por los hombros. Fuimos muy cuidadosos: no desordenamos su peinado ni su vestido. Sobre el pecho, se distinguía la cruz del rosario ofrendado por Pío XII. Sólo faltaba sellar la tapa metálica del ataúd.
»-¿Dónde están los soldadores? -pregunté.
»-Ya es muy tarde -respondió uno de los militares-. Vamos a dejar eso por ahora.
»Insistí, pero no encontré ningún eco favorable.
»-No se preocupe -me dijo el Coronel-. Mañana haremos todo lo que falta.
»Ese mañana no llegó nunca. Traté de ver al Coronel en su despacho de Viamonte y Callao, para cerciorarme de que el cadáver estaba decorosamente protegido. No quiso recibirme. Tampoco pude volver al segundo piso de la CGT.
»Meses después de aquel 24 de noviembre, me despertó en medio de la noche la insistente llamada del teléfono. Una voz que no me era del todo desconocida dijo:
»-Doctor, ya se la llevaron a otro país. La noticia es segura.
»-¿Segura?
»-Lo vi yo mismo, doctor. Adiós.»
Aldo Cifuentes, en cambio, me contó esta versión:
«Al principio, el plan que había preparado Moori Koenig se cumplió sin fallas. A medianoche, su grupo salió en cuatro camiones del comando en jefe del ejército. Cada camión llevaba un ataúd vacío. Todos entraron poco después en el garaje de la CGT. Hubo un incidente en el vestíbulo del edificio porque el embalsamador, apostado allí desde la tarde, no quería marcharse antes de hablar con Moori Koenig. Pretendía que le firmara una constancia de que el cadáver estaba en perfectas condiciones. Imagínese, como si se tratara de una mercancía. Creo que el Coronel subió al vestíbulo para mandarlo a la mierda. En la sala de guardia, donde nadie estaba enterado de lo que pasaba en el garaje, reinaba (como se diría en los diarios) gran agitación. Corría la noticia de que los peronistas de las orillas se estaban concentrando en los galpones del puerto y amenazaban con avanzar sobre la ciudad. Se temía un ataque a la CGT, otro 17 de octubre, otra noche oscura de San Perón. Las masas en la Argentina se han desplazado siempre como animales en celo. Despacio, tanteando el aire, fingiendo humildad. Cuando uno quiere acordarse, ya no hay quien las detenga.
Moori Koenig conocía esos antecedentes. Tuvo la presencia de ánimo de llamar al comando en jefe por teléfono para informar lo que estaba pasando. Pidió que dispersaran la concentración a balazos. Dijo que, si no reprimían a esa gente antes del amanecer, iba a reprimir él mismo. El embalsamador merodeaba, cabizbajo. Parecía muy asustado. Cuando el Coronel pasó a su lado, lo detuvo:
»-Si váis a llevaros pronto a la Señora, quiero estar en la ceremonia -dijo.
»Moori no le perdonaba que hubiera tratado de engañarlo con las copias del cadáver.
»-Usted no tiene nada que hacer aquí -contestó-. Ésta es una operación militar.
»-No me deje fuera, coronel -insistió el médico-. Yo cuidé el cuerpo desde el primer día.
»-No debió hacerlo. Usted es un extranjero. No debió meterse con la historia de un país que no era suyo.
»Ara se llevó la mano al sombrero y salió a la calle, en busca de su automóvil. Tenía la expresión aturdida de alguien que se ha perdido a sí mismo y no sabe por dónde empezar a buscarse.»
Cifuentes eligió ese momento de la historia para deslizar otro de sus autorretratos:
«Yo soy, como usted sabe, un payaso de Dios. Me llaman Pulgarcito porque tengo el tamaño del pulgar de Dios. A veces soy gigantesco, a veces no se me ve. Lo que me ha salvado de la solemnidad es mi desprestigio. Gracias al desprestigio fui siempre libre de hacer lo que se me dio la gana. No me juzgue por lo que estoy contando. Mi estilo es menos tenebroso que esta realidad.
»Le abreviaré los detalles. En el santuario, Moori Koenig rescató las copias del cadáver de sus cajas, detrás de las cortinas, las vistió con túnicas blancas idénticas a las de Eva y las dejó en el piso. Eran flexibles, casi no pesaban. En el extremo más alejado de la puerta depositó a la Difunta, luego de identificar una vez más la marca detrás del lóbulo. El cuerpo verdadero se distinguía de las copias por la rigidez y por el peso: siete, ocho kilos más. Pero el tamaño era el mismo: un metro veinticinco. Moori Koenig lo verificó una y otra vez, porque no podía creerlo. De lejos, sobre la losa de cristal, el cadáver parecía inmenso. Pero los baños de formol habían contraído los huesos y los tejidos. Sólo la cabeza seguía como siempre: hermosa y perversa. Le concedió una última mirada y la cubrió con un velo, como a las otras.
»En el pasillo del segundo piso ya estaban los ataúdes, abiertos, en línea. No había otros testigos que los tres oficiales del Servicio. Moori Koenig abrió las puertas del santuario y, con la ayuda de sus hombres, acomodó los cuerpos. Cada ataúd llevaba una placa de hojalata, con un nombre y una fecha grabados. La de Evita era un guiño a los historiadores -si acaso alguno llegaba a leer la inscripción-, porque los datos eran los de su abuela materna, que había muerto también a los treinta y tres años: Petronila Núñez / 1877-1910.
»Sellaron las cajas con tornillos. Ordenaron a los soldados que las bajaran al garaje. Los cuerpos fueron depositados en los camiones: sin banderas, sin ceremonias, en silencio. Poco antes de la una, todo había terminado. Moori Koenig hizo formar a la tropa al pie de los vehículos. Arancibia, el Loco, estaba pálido, por la impresión o el esfuerzo. Uno de los suboficiales, creo que Gandini, apenas podía tenerse en pie.
»-En un par de horas, esta misión habrá terminado -dijo el Coronel-. Los soldados van a ser llevados de regreso al comando en jefe. Mañana los darán de baja. A los demás los espero en el Servicio, a las tres.
»El aire estaba húmedo, hinchado, irrespirable. Cuando Moori Koenig salió a la noche, descubrió en el horizonte una enorme luna creciente atravesada por una raya negra, de lluvia o de mala suerte.»
Inventario de los efectos hallados en el segunda piso de la Confederación General del Trabajo el 24 de noviembre de 1955:
* Un prisma triangular, de cristal, con dos amplias paredes unidas en lo alto, similar a los nichos que se usan en las iglesias para exhibir imágenes sagradas.
* Un camisón o túnica de mujer, de lienzo blanco, en el que se observan manchas y quemaduras.
* Dos horquillas de pelo.
* Tres cajas de madera ordinaria, oblongas, de metro y medio de largo. En una de las cajas se encontró una tarjeta postal, con sello del correo de Madrid, 1948. Tanto el texto como el nombre de la persona a la que fue enviada la tarjeta son indescifrables.
* Setenta y dos cintas negras y violetas con inscripciones doradas de homenaje a la difunta esposa del tirano prófugo.
* Un frasco de cristales de timol, sin abrir.
* Cinco litros de formol al 10 por ciento.
* Nueve litros de alcohol de 96 grados.
* Una libreta con anotaciones manuscritas, que se atribuyen al doctor Pedro Ara. Consta de catorce hojas. Sólo se han podido descifrar las siguientes oraciones: «le haremos con brocatos un sudario bordado reemplazando al que tiene que le deja al aire» (hoja 2) / «-libre no-» (hoja 9) / «las pantorrillas mostrando para mayor contorsión» (hoja 8) / «de los súbditos» (hoja 4) / «la huella o la mordida de los rayos» (hoja 3) / «la falta de los tules» (hoja 10) / «de dermis necrosada» (hoja 6) / «para abrirla y que penetren» (hoja 11) «las toses de los pobres» (hoja 13). * Un ramo de alverjillas frescas junto al prisma. * Una vela de sebo, encendida.