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– Y ahora ¿qué? -preguntó.

Bosch la miró un largo momento antes de responder.

– Echo Park -dijo.

– ¿Y refuerzos?

– Primero voy a comprobarlo, luego pediré refuerzos.

Ella asintió.

– Te acompaño.

Cuarta parte. El perro que alimentas

27

Bosch y Walling usaron el Mustang de Bosch porque les daría al menos un pequeño grado de cobertura comparado con el vehículo federal de Rachel, que clamaba a gritos que pertenecía a una agencia del orden. Condujeron hasta Echo Park, pero no se acercaron a la casa de los Saxon en el 710 de Figueroa Lane. Había un problema. Figueroa Lane era un callejón para dar la vuelta que se extendía a lo largo de una manzana desde Figueroa Terrace y se curvaba por la cresta que había debajo de Chavez Ravine. No había forma de pasar despacio sin llamar la atención. Mi siquiera en un Mustang. Si Waits estaba allí vigilando la llegada de las fuerzas del orden, contaría con la ventaja de verlos primero.

Bosch detuvo el coche en el cruce de Beaudry y Figueroa Terrace, y tamborileó con los dedos en el volante.

– Eligió un buen sitio para el castillo secreto -dijo-. No hay forma de acercarse sin que te detecte. Sobre todo de día.

Rachel asintió.

– Los castillos medievales se construían en las cimas de las colinas por la misma razón.

Bosch miró a su izquierda, hacia el centro de la ciudad, y vio los edificios altos que se cernían sobre las casas de Figueroa Terrace. Uno de los edificios más altos y más cercanos era la sede central de la DWP, la compañía de agua y electricidad. Estaba justo al otro lado de la autovía.

– Tengo una idea -dijo.

Salieron del barrio y volvieron hacia el centro. Bosch entró en el garaje del edificio de la DWP y aparcó en uno de los lugares para visitantes. Abrió el maletero y sacó el equipo de vigilancia que siempre llevaba en el coche. Se trataba de unos prismáticos de alta potencia, una cámara y un saco de dormir enrollado.

– ¿De qué vas a sacar fotos? -preguntó Walling.

– De nada. Pero tiene un teleobjetivo y puedes mirar si quieres, mientras yo uso los prismáticos.

– ¿Y el saco de dormir?

– Puede que tengamos que tumbarnos en el tejado. No quiero que se ensucie tu elegante traje federal.

– No te preocupes por mí. Ocúpate de ti.

– Me preocupa esa chica que raptó Waits. Vamos.

Se dirigieron por la planta del garaje hacia los ascensores.

– ¿Te has fijado en que todavía lo llamas Waits, aunque ahora estamos seguros de que se llama Foxworth? -preguntó ella cuando ya estaban subiendo.

– Sí, me he fijado. Creo que es porque cuando estuvimos cara a cara era Waits. Cuando empezó a disparar era Waits. Y eso se te queda.

Rachel Walling no dijo nada más al respecto, aunque Bosch supuso que tendría alguna interpretación psicológica.

Cuando llegaron al vestíbulo, Bosch fue a la mesa de información, mostró su placa y sus credenciales y pidió ver a un supervisor de seguridad. Le dijo al hombre del mostrador que era urgente.

Al cabo de menos de dos minutos, un hombre negro alto, con pantalones grises y americana azul marino sobre su camisa blanca y corbata, apareció en la puerta y fue directamente hacia ellos. Esta vez tanto Bosch como Walling mostraron sus credenciales y el hombre pareció adecuadamente impresionado por el tándem federal-local.

– Hieronymus -dijo, leyendo la identificación policial de Bosch-. ¿Le llaman Harry?

– Sí.

El hombre tendió la mano y sonrió.

– Jason Edgar. Creo que usted y mi primo fueron compañeros.

Bosch también sonrió, no sólo por la coincidencia, sino porque sabía que contaría con la cooperación del vigilante. Se puso el saco de dormir debajo del otro brazo y le estrechó la mano.

– Sí. Jerry me dijo que tenía un primo en la compañía de agua. Recuerdo que le pasaba información a Jerry cuando la necesitábamos. Encantado de conocerle.

– Igualmente. ¿Qué tenemos aquí? Si el FBI está implicado ¿estamos hablando de una situación de terrorismo?

Rachel levantó la mano en un gesto de calma.

– No es eso -dijo.

– Jason, sólo estamos buscando un sitio desde donde podamos vigilar un barrio del otro lado de la autovía, en Echo Park. Hay una casa en la que estamos interesados y no podemos acercarnos sin ser vistos, ¿me explico? Estábamos pensando que quizá desde una de las oficinas de aquí o desde el tejado podríamos disponer de un buen ángulo y ver qué ocurre allí.

– Tengo el mejor lugar -dijo Edgar sin dudarlo-. Síganme.

Los condujo de nuevo a los ascensores y tuvo que usar una llave para que se encendiera el botón de la decimoquinta planta. En el trayecto de subida explicó que se estaba llevando a cabo una renovación completa del edificio. En ese momento las obras se habían trasladado a la planta 15. La planta había sido vaciada y permanecía así a la espera de que viniera el contratista a reconstruirla según el plan de renovación.

– Tienen toda la planta para ustedes -dijo-. Elijan el ángulo que quieran para un PO.

Bosch asintió. PO, punto de observación. Eso le dijo algo de Jason Edgar.

– ¿Dónde sirvió? -preguntó.

– Marines. «Tormenta del Desierto», todo el cotarro. Por eso no me uní al departamento. Ya tuve suficiente de zonas de guerra. Este trabajo es muy de nueve a cinco, menos estrés y lo bastante interesante, ya me entiende.

Bosch no lo entendía, pero asintió de todos modos. Las puertas del ascensor se abrieron y salieron a una planta que iba de pared a pared exterior de cristal. Edgar los condujo hacia el ventanal que daba a Echo Park.

– ¿Cuál es el caso? -preguntó mientras se aproximaban.

Bosch sabía que llegarían a eso. Estaba preparado con una respuesta.

– Hay un sitio allí abajo que creemos que se está usando como piso franco de fugitivos. Sólo queremos comprobar si hay algo que ver. ¿Me entiende?

– Claro.

– Hay algo más que puede hacer para ayudarnos -dijo Walling.

Bosch se volvió hacia ella al mismo tiempo que lo hacía Edgar. Tenía la misma curiosidad.

– ¿Qué necesita? -dijo Edgar.

– ¿Puede comprobar la dirección en el ordenador y decirnos quién paga los servicios públicos?

– No hay problema. Deje que los sitúe antes.

Bosch hizo una señal de aprobación a Rachel. Era un buen movimiento. No sólo apartaría al inquisitivo Edgar durante un rato, sino que también les proporcionaría información valiosa acerca de la casa de Figueroa Lane.

Junto al ventanal de cristal de suelo a techo, en el lado norte del edificio, Bosch y Walling miraron hacia Echo Park, al otro lado de la autovía 101. Estaban más lejos del barrio de la colina de lo que Bosch había supuesto, pero seguían contando con un buen punto de vista. Señaló las coordenadas geográficas a Rachel.

– Allí está Fig Terrace -dijo-. Aquellas tres casas de la curva son Fig Lane.

Ella asintió con la cabeza. Figueroa Lane sólo tenía tres casas. Desde la altura y la distancia parecía una idea de último momento, un hallazgo del promotor inmobiliario que vio que podía encajar tres viviendas más en la colina después de que la calle principal ya se hubiera trazado.

– ¿Cuál es el 710? -preguntó ella.

– Buena pregunta.

Bosch dejó el saco de dormir y levantó los prismáticos. Examinó las tres casas buscando una dirección. Finalmente enfocó un cubo de basura negro que estaba delante de la casa del medio. En grandes cifras blancas alguien había pintado 712 en el cubo en un intento de salvaguardarlo del robo. Bosch sabía que los números de las direcciones crecían a medida que la calle se alejaba del centro.

– La de la derecha es la 710.

– Entendido -dijo ella.

– Entonces, ¿ésa es la dirección? -preguntó Edgar-. ¿Setecientos diez Fig Lane?

– Figueroa Lane -dijo Bosch.

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