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Bosch se había mantenido al corriente de otras disputas, además de la lucha entre Maizel e Irving, gracias a los artículos electorales y los resúmenes que se publicaban casi a diario en el Times. Lo sabía todo sobre la pugna en la que estaba implicado O'Shea. El fiscal trataba de cimentar su candidatura con anuncios sonados y casos concebidos para mostrar el valor de su experiencia. Un mes antes había colocado la vista preliminar del caso Raynard Waits en los titulares y los principales informativos. Éste, acusado de doble asesinato, fue parado en Echo Park en un control de automóviles a última hora de la noche. Los agentes vieron en el suelo de su furgoneta bolsas de basura de las cuales goteaba sangre. Si alguna vez hubo un caso seguro y de impacto garantizado para que un candidato a fiscal lo usara para captar la atención de los medios, ése parecía ser el caso del asesino de las bolsas de Echo Park.

El problema era que los titulares estaban en activo en ese momento. Waits iba a ser llevado a juicio al final de la vista preliminar. Puesto que se trataba de un caso de pena de muerte, para ese juicio, y la renovación de titulares consecuente, faltaban todavía meses. La vista se celebraría mucho después de las elecciones. O'Shea necesitaba captar titulares y mantener el impulso. Bosch no pudo evitar preguntarse qué pretendía hacer el candidato con el caso Gesto.

– ¿Crees que Gesto puede estar relacionada con Waits? -preguntó Rider.

– Ese nombre no surgió nunca en el noventa y tres -dijo Bosch-. Ni tampoco Echo Park.

Sonó el teléfono, y Bosch lo cogió enseguida.

– Casos Abiertos. Habla el detective Bosch, ¿en qué puedo ayudarle?

– Olivas. Traiga el archivo a la planta dieciséis a las once en punto. Le esperará Richard O'Shea. Está dentro, campeón.

– Allí estaremos.

– Espere un momento: ¿qué es eso de estaremos? He dicho usted, usted estará allí con el expediente.

– Tengo una compañera, Olivas. Iré con ella.

Bosch colgó sin decir adiós. Miró a Rider.

– Empezamos a las once.

– ¿Y Matarese?

– Ya veremos.

Pensó en la situación por un momento, luego se levantó y se acercó al armario cerrado que había detrás de su escritorio. Sacó el expediente Gesto y volvió a colocarlo en su sitio. Desde que el año anterior había vuelto al trabajo tras su retiro, había sacado el expediente de Archivos en tres ocasiones diferentes. Cada vez ¡o había leído a conciencia, había hecho algunas llamadas y visitas y había hablado con algunos de los individuos que habían surgido en la investigación trece años antes. Rider conocía el caso y lo que significaba para Bosch. Le daba espacio para que trabajara en él cuando no había nada más apremiante.

Pero el esfuerzo no dio frutos. No había ADN, ni huellas, ni indicios sobre el paradero de Gesto -aunque a él no le cabía duda de que estaba muerta- ni tampoco ninguna pista sólida de su captor. Bosch había insistido repetidamente en el único hombre que había estado más cerca de ser un sospechoso, pero no había llegado a ninguna parte. Era capaz de trazar los pasos de Marie Gesto desde su apartamento al supermercado, pero no más allá. Tenía su coche en el garaje de los apartamentos High Tower, pero no podía llegar a la persona que lo había aparcado allí.

Bosch contaba con muchos casos sin resolver en su historial -no se pueden resolver todos y cualquier detective de Homicidios lo admite-, pero el caso Gesto era uno de los que tenía atravesados. Cada vez que trabajaba en él durante más o menos una semana, se topaba con un callejón sin salida y devolvía el expediente a Archivos, pensando que había hecho todo lo que se podía hacer. Pero la absolución sólo duraba unos pocos meses y al cabo allí estaba otra vez rellenando el formulario de salida en el mostrador. No iba a rendirse.

– Bosch -le llamó otro de los detectives-. Miami en la dos.

Bosch ni siquiera había oído sonar el teléfono en la sala de brigada.

– Yo lo cogeré -dijo Rider-. Tienes la cabeza en otro sitio.

Rider levantó el teléfono y Bosch abrió una vez más el expediente Gesto.

2

Bosch y Rider llegaban diez minutos tarde por culpa de la cola de gente que esperaba los ascensores. Bosch detestaba ir al edificio de los tribunales precisamente por los ascensores. La espera y los empujones que hacían falta para entrar en uno de ellos le generaba una ansiedad de la que prefería prescindir.

En la recepción de la oficina del fiscal, en la decimosexta planta, les dijeron que esperaran a un escolta que los llevaría al despacho de O'Shea. Al cabo de un par de minutos, un hombre franqueó el umbral y señaló el maletín de Bosch.

– ¿Lo ha traído? -preguntó.

Bosch no lo reconoció. Era un hombre latino de tez oscura y vestido con un traje gris.

– ¿Olivas?

– Sí. ¿Ha traído el expediente?

– He traído el expediente.

– Entonces pase, campeón.

Olivas se dirigió de nuevo hacia la puerta por la que había entrado. Rider hizo ademán de seguirlo, pero Bosch puso la mano en el brazo de su compañera. Cuando Olivas miró atrás y vio que no le estaban siguiendo, se detuvo.

– ¿Vienen o no?

Bosch dio un paso hacia él.

– Olivas, dejemos algo claro antes de ir a ninguna parte: si me vuelve a llamar campeón, voy a meterle el expediente por el culo sin sacarlo del maletín.

Olivas levantó las manos en ademán de rendición.

– Lo que usted diga.

Sostuvo la puerta y accedieron a un recibidor interno. Recorrieron un largo pasillo y giraron dos veces a la derecha antes de llegar al despacho de O'Shea. Era amplio, especialmente según los criterios de la fiscalía. Las más de las veces, los fiscales comparten despacho, con dos o cuatro en cada uno, y celebran sus reuniones en salas de interrogatorios situadas al final de cada pasillo y utilizadas según un horario estricto. En cambio, la oficina de O'Shea era de tamaño doble, con espacio para un escritorio grande como un piano de cola y una zona de asientos separada. Ser el jefe de Casos Especiales obviamente tenía sus ventajas. Y ser el heredero aparente del cargo principal también.

O'Shea les dio la bienvenida desde detrás de su escritorio, levantándose para estrecharles las manos. Rondaba los cuarenta años y tenía un porte atractivo, con el pelo negro azabache. Era de corta estatura, como Bosch ya sabía, aunque no lo había visto nunca en persona. Al ver las noticias del preliminar del caso Waits se había fijado en que la mayoría de periodistas que se concentraban en torno a O'Shea, en el pasillo exterior de la sala, eran más altos que el hombre al que señalaban con sus micrófonos. Personalmente, a Bosch le gustaban los fiscales bajos. Siempre estaban tratando de reivindicarse y normalmente era el acusado el que acababa pagando el precio.

Todo el mundo tomó asiento, O'Shea detrás del escritorio, Bosch y Rider en sillas situadas enfrente del fiscal, y Olivas en el lado derecho, en una silla posicionada delante de una pila de carteles que decían Rick O'Shea hasta el final apoyados contra la pared.

– Gracias por venir, detectives -dijo O'Shea-. Empecemos por aclarar un poco la situación. Freddy me dice que ustedes dos han tenido un inicio complicado.

Estaba mirando a Bosch mientras hablaba.

– No tengo ningún problema con Freddy -dijo Bosch-. Ni siquiera le conozco lo suficiente para llamarlo Freddy.

– Debería decirle que cualquier reticencia por su parte para ponerle al día de lo que tenemos aquí es responsabilidad mía y se debe a la naturaleza sensible de lo que estamos haciendo. Así que, si está enfadado, enfádese conmigo.

– No estoy enfadado -dijo Bosch-. Estoy feliz. Pregúntele a mi compañera… Soy así cuando estoy feliz.

Rider asintió con la cabeza.

– Está feliz -dijo-. Segurísimo.

– Muy bien, pues -dijo O'Shea-. Todo el mundo es feliz. Así que vamos al trabajo.

4
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