– Nosotros fuimos los que llamamos -dijo el gerente-. A la señora Shelton acaban de robarle el coche.
La señora Shelton asintió entre lágrimas.
– ¿Puede describir el coche y la ropa que llevaba el hombre? -preguntó Bosch.
– Creo que sí -gimió.
– Muy bien, escuchad -dijo Bosch a uno de los dos agentes-. Uno de vosotros se queda aquí, toma la descripción de la ropa que llevaba y del coche y la pasa por radio. El otro se va ahora y me lleva a Saint Joe. Vamos.
El conductor llevó a Bosch y el otro hombre de la patrulla se quedó en Hollywoodland. Al cabo de otros tres minutos salieron chirriando los neumáticos del paso de Beachwood Canyon y se dirigieron hacia el paso de Cahuenga. En la radio oyeron la orden de búsqueda de un BMW 540 plateado en relación con un 187 AAO, asesinato de un agente del orden. La descripción del sospechoso decía que llevaba un mono blanco amplio, y Bosch comprendió que había encontrado la ropa de recambio en la furgoneta de Forense.
La sirena les abría paso, pero Bosch supuso que estaban todavía a quince minutos del hospital. Tenía un mal presentimiento. No creía que fueran a llegar a tiempo. Trató de apartar esa idea de su mente. Trató de pensar en Kiz Rider viva y bien, y sonriéndole, reprendiéndole como había hecho siempre. Y cuando llegaron a la autovía, se concentró en examinar los ocho carriles de tráfico en dirección norte, buscando un BMW robado de color plateado y con un asesino al volante.
17
Bosch
entró corriendo en la sala de urgencias enseñando la placa. Había una recepcionista de admisiones detrás del mostrador, anotando la información que le proporcionaba un hombre inclinado sobre una silla, enfrente de ella. Cuando Bosch se acercó, vio que el hombre estaba acunando su brazo izquierdo como si friera un bebé. La muñeca estaba torcida en un ángulo antinatural.
– ¿La agente de policía que ha traído el helicóptero? -dijo, sin que le importara interrumpir.
– No tengo información, señor -respondió la mujer del mostrador-. Si quiere sen…
– ¿Dónde puedo conseguir información? ¿Dónde está el médico?
– El médico está con la paciente, señor. Sí le pido que venga a hablar con usted, entonces no podrá ocuparse de la agente.
– Entonces ¿sigue viva?
– Señor, no puedo darle información en este momento. Si…
Bosch se alejó del mostrador y se dirigió a unas puertas dobles. Pulsó un botón en la pared que las abrió de manera automática. A su espalda oyó que la mujer del mostrador le gritaba. No se detuvo. Pasó a través de las puertas a la zona de tratamiento de urgencias. Vio ocho sets con cortinas en los que había pacientes, cuatro a cada lado de la sala. Los puestos de las enfermeras y los médicos estaban en medio. La sala bullía de actividad. Fuera de uno de los sets de la derecha, Bosch vio a uno de los auxiliares médicos del helicóptero. Fue hacia él.
– ¿Cómo está?
– Está resistiendo. Ha perdido mucha sangre y… -Se detuvo al volverse y ver que era Bosch quien estaba a su lado-. No estoy seguro de que tenga que estar aquí, agente. Creo que es mejor que vaya a la sala de espera y…
– Es mi compañera y quiero saber qué está pasando.
– Tiene a uno de los mejores equipos de urgencias de la ciudad tratando de mantenerla con vida. Mi apuesta es que lo conseguirán. Pero no puede quedarse aquí mirando.
– ¿Señor?
Bosch se volvió. Un hombre vestido con el uniforme de una empresa de seguridad privada se estaba acercando con la mujer del mostrador. Bosch levantó las manos.
– Sólo quiero que me digan lo que está pasando.
– Señor, tendrá que acompañarme, por favor -dijo el vigilante.
Puso una mano en el brazo de Bosch. Éste la sacudió.
– Soy detective de policía. No hace falta que me toque. Sólo quiero saber qué está pasando con mi compañera.
– Señor, le dirán lo que tengan que decirle a su debido tiempo. Si hace el favor de acompa…
El vigilante cometió el error de intentar coger a Bosch por el brazo otra vez. En esta ocasión Bosch no intentó sacudirse el brazo, sino que apartó la mano del vigilante.
– He dicho que no me…
– Calma, calma -dijo el auxiliar médico-. Le diré el qué, detective, vayamos a las máquinas a tomar un café o algo, y le contaré todo lo que está pasando con su compañera, ¿de acuerdo?
Bosch no respondió. El auxiliar médico endulzó la oferta.
– Hasta le traeré una bata limpia para que pueda quitarse esa ropa manchada de barro y de sangre. ¿Le parece bien?
Bosch transigió, el vigilante de seguridad mostró su aprobación con un gesto de la cabeza y el auxiliar médico encabezó la marcha, primero hasta un armario de material, donde miró a Bosch y supuso que necesitaría una talla mediana. Sacó una bata azul pálido y unas botas de los estantes y se las pasó a Bosch. Recorrieron un pasillo hasta la sala de descanso de las enfermeras, donde había máquinas expendedoras de café, refrescos y tentempiés. Bosch eligió un café solo. No tenía monedas, pero el auxiliar médico sí.
– ¿Quiere lavarse y cambiarse antes? Puede usar el lavabo de ahí.
– Dígame primero lo que sabe.
– Siéntese.
Se sentaron en torno a una mesa redonda. El auxiliar médico tendió la mano por encima de la mesa.
– Dale Dillon.
Bosch rápidamente le estrechó la mano.
– Harry Bosch.
– Encantado, detective Bosch. Lo primero que he de hacer es darle las gracias por su esfuerzo en el barrizal. Usted y los demás probablemente han salvado la vida de su compañera. Ha perdido mucha sangre, pero es una luchadora. Están reanimándola y con fortuna se pondrá bien.
– ¿Está muy grave?
– Está mal, pero es uno de esos casos en que no se sabe hasta que el paciente se estabiliza. La bala lesionó una de las arterias carótidas. En eso están trabajando ahora, preparándola para llevarla al quirófano y reparar la arteria. Entretanto ha perdido mucha sangre y el riesgo de una apoplejía es grande. Así que todavía no está fuera de peligro, pero si no tiene un ataque, saldrá bien de ésta. «Bien» quiere decir viva y funcional, con un montón de rehabilitación por delante.
Bosch asintió con la cabeza.
– Ésta es la versión no oficial. No soy médico y no debería haberle dicho nada de esto.
Bosch sintió que el móvil le vibraba en el bolsillo, pero no hizo caso.
– Se lo agradezco -dijo-. ¿Cuándo podré verla?
– No tengo ni idea. Yo sólo los traigo aquí. Le he dicho todo lo que sé, y probablemente es demasiado. Si va a quedarse esperando por aquí, le sugiero que se lave la cara y se cambie de ropa. Probablemente está asustando a la gente con ese aspecto.
Bosch asintió con la cabeza y Dillon se levantó. Había desactivado una situación potencialmente explosiva en Urgencias y su trabajo estaba hecho.
– Gracias, Dale.
– De nada. Tranquilícela, y si ve al vigilante de seguridad quizá quiera…
Lo dejó así.
– Lo haré -dijo Bosch.
Después de que el auxiliar médico se marchara, Bosch se metió en el lavabo y se quitó la camiseta. Como la bata hospitalaria no tenía bolsillos ni lugar alguno para guardar el arma, teléfono, placa y otras cosas, decidió dejarse puestos los tejanos sucios. Se miró en el espejo y vio que tenía la cara manchada de sangre y suciedad. Pasó los siguientes cinco minutos lavándose, pasándose agua y jabón por las manos hasta que por fin vio que el agua bajaba clara hasta el desagüe.
Al salir del lavabo se fijó en que alguien había entrado en la sala de descanso y o bien se había tomado su café o lo había retirado. Volvió a buscar monedas, pero tampoco las encontró.
Bosch volvió a la zona de recepción de urgencias y ahora la encontró atestada de policía, tanto uniformada como de paisano. Su supervisor, Abel Pratt, estaba entre estos últimos. Tenía el rostro completamente lívido. Vio a Bosch y se acercó de inmediato.