– Lo haré. ¿Cómo está su hija, Harry?
Bosch hizo una pausa. A lo largo de los años, él les había contado todo sobre sí mismo. Era una forma de mantener la solidez del vínculo y la promesa de encontrar a la hija de los Gesto.
– Está bien. Es genial.
– ¿Qué curso hace?
– Tercero, pero no la veo demasiado. Vive en Hong Kong con su madre en este momento. El mes pasado fui a pasar allí una semana. Ahora tienen un Disneyworld.
No sabía por qué había dicho esa última frase.
– Ha de ser muy especial cuando está con ella.
– Sí. Ahora también me manda mails. Sabe más que yo de eso.
Era extraño hablar de su propia hija con una mujer que había perdido a la suya y que no sabía dónde ni por qué.
– Espero que vuelva pronto -dijo Irene Gesto.
– Yo también. Adiós, Irene. Llámeme cuando quiera.
– Adiós, Harry. Buena suerte.
Ella siempre decía «buena suerte» al final de cada conversación. Bosch se sentó en el coche y pensó en la contradicción que suponía su deseo de que su hija viviera con él en Los Angeles. Temía por su seguridad en el lugar lejano en el que se hallaba en ese momento. Quería estar cerca para poder protegerla. Pero traerla a una ciudad donde chicas jóvenes desaparecían sin dejar rastro o terminaban descuartizadas en bolsas de basura ¿era una mejora en cuanto a la seguridad? En su interior sabía que estaba siendo egoísta y que no podía protegerla viviera donde viviese. Todo el mundo tenía que recorrer su propio camino en esta vida. Imperaban las leyes de Darwin y lo único que podía hacer él era esperar que el camino de su hija no se cruzara con el de alguien como Raynard Waits.
Recogió los archivos y salió del coche.
5
Bosch no vio el cartel de Cerrado hasta que llegó a la puerta de Chínese Friends. Sólo entonces se dio cuenta de que el restaurante cerraba después del mediodía, antes de que empezara la actividad de la cena. Abrió el teléfono para llamar a Rachel Walling, pero recordó que ella había bloqueado su número cuando le llamó. Sin nada que hacer salvo esperar, compró un ejemplar del Times de un dispensador de diarios de la calle y lo hojeó apoyado en su coche.
Examinó rápidamente los titulares, sintiendo que en cierto modo estaba perdiendo el tiempo y el impulso al leer el periódico. El único artículo que leyó con algo de interés era un breve que señalaba que el candidato a fiscal del distrito Gabriel Williams había obtenido el refrendo de la Comunidad de iglesias Cristianas del Sur del condado. No era una gran sorpresa, pero resultaba significativo porque suponía una indicación temprana de que el voto de las minorías sería para Williams, el abogado de los derechos civiles. El artículo también mencionaba que Williams y Rick O'Shea aparecerían la noche siguiente en un foro de candidatos patrocinado por otra coalición que representaba al sector sur, los Ciudadanos por un Gobierno Sensible. Los candidatos no debatirían entre ellos, sino que se dirigirían a la audiencia y aceptarían preguntas de ésta. Después, el CGS anunciaría a qué candidato daba su apoyo. También aparecerían en el foro candidatos a la concejalía como Irvin Irving y Martin Maizel.
Bosch bajó el periódico y fantaseó con aparecer en el foro y jugársela a Irving desde el público, preguntando cómo sus tejemanejes en el departamento de Policía lo calificaban como candidato al cargo.
Salió de su ensueño cuando un coche federal sin identificar aparcó delante del suyo. Vio salir a Rachel Walling. Iba vestida de manera informal, con pantalones negros y una blusa de color crema. El pelo de color castaño oscuro le llegaba a los hombros y eso era probablemente lo más informal de todo. Estaba guapa y Bosch retrocedió a aquella noche en Las Vegas.
– Rachel -dijo, sonriendo.
– Harry.
Caminó hacia ella. Era un momento extraño. No sabía si abrazarla, besarla o simplemente estrecharle la mano. Estaba la noche en Las Vegas, pero después vino el día en Los Angeles, en la terraza de atrás de su casa, cuando todo se hizo añicos y las cosas terminaron antes de que empezaran de verdad.
Ella le ahorró la elección al estirar la mano y tocarle suavemente en el brazo.
– Pensaba que ibas a entrar a pedir comida.
– Resulta que está cerrado. No abren para la cena hasta las cinco. ¿Quieres esperar o vamos a otro sitio?
– ¿Adónde?
– No lo sé. Está Philippe's.
Ella negó con la cabeza enfáticamente.
– Estoy harta de Philippe's. Comemos allí siempre. De hecho, hoy no he comido porque toda la brigada iba allí.
– ¿Táctica, eh?
Bosch supuso que si ella estaba cansada de un local del centro, no estaría trabajando desde la oficina de campo principal en Westwood.
– Conozco un sitio. Yo conduciré y tú puedes mirar los archivos.
Bosch se acercó a su coche y abrió la puerta. Tuvo que coger las carpetas del asiento del pasajero para que ella pudiera entrar. Se las pasó a Rachel y fue a colocarse en el lado del conductor. Echó el periódico en el asiento de atrás.
– Vaya, esto es muy Steve McQueen -dijo ella del Mustang-. ¿Qué le ha pasado al todoterreno?
Bosch se encogió de hombros.
– Necesitaba un cambio.
Aceleró el motor para darle el gusto y arrancó. Enfiló por
Sunset y giró hacia Silver Lake. La ruta los llevaría a través de Echo Park por el camino.
– Bueno, ¿qué quieres de mí exactamente, Harry?
Ella abrió la carpeta de encima que tenía en el regazo y empezó a leer.
– Quiero que eches un vistazo y me cuentes tus impresiones de este tipo. Voy a hablar con él mañana y quiero tener toda la ventaja que pueda. Quiero asegurarme de que si hay alguien manipulado, sea él y no yo.
– He oído hablar de este tipo. Es el Carnicero de Echo Park, ¿no?
– De hecho lo llaman el Asesino de las Bolsas.
– Entendido.
– Tuve una conexión previa con el caso.
– ¿Cuáles?
– En el noventa y tres trabajaba en la División de Hollywood y me tocó el caso de una chica desaparecida. Se llamaba Marie Gesto y nunca la encontraron. Fue un caso sonado en su momento, mucha prensa. Este tipo con el que me voy a meter en la sala, Raynard Waits, dice que es uno de los casos que quiere ofrecernos.
Rachel Walling miró a Bosch y luego de nuevo al expediente.
– Sabiendo cómo te tomas los casos, Harry, me pregunto si es sensato que tú trates con este hombre ahora.
– Estoy bien. Todavía es mi caso. Y tomármelos en serio es la forma de trabajar del verdadero detective. La única forma.
La miró a tiempo de ver cómo ella ponía los ojos en blanco.
– Has hablado como el maestro zen de Homicidios. ¿Adónde vamos?
– A un sitio llamado Duffy's, en Silver Lake. Tardaremos cinco minutos y te encantará. Pero no empieces a llevar a tus colegas del FBI. Lo arruinarían.
– Te lo prometo.
– ¿Aún tienes tiempo?
– Te he dicho que no he comido. Pero en algún momento he de volver para fichar la salida.
– Entonces ¿trabajas en el tribunal federal?
Ella respondió mientras seguía examinando y pasando páginas de la carpeta.
– No, estamos fuera del recinto.
– Uno de esos sitios federales secretos, ¿eh?
– Ya conoces la historia. Si te lo dijera, tendría que matarte.
Bosch sonrió por el chiste.
– Eso significa que no puedes decirme lo que es Táctica.
– No es nada. Una abreviatura de Inteligencia Táctica. Somos recopiladores. Analizamos datos en bruto que sacamos de Internet, transmisiones de móvil, satélites. Lo cierto es que es muy aburrido.
– Pero ¿es legal?
– De momento.
– Suena a una movida de terrorismo.
– Salvo que las más de las veces terminamos pasándole pistas a la DEA. Y el año pasado nos encontramos con más de treinta estafas diferentes por Internet relacionadas con la ayuda humanitaria del huracán. Como te he dicho, son datos en bruto. Pueden llevar a cualquier parte.