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– Señor Waits, una advertencia justa -dijo O'Shea-. Si intenta huir, estos agentes le dispararán. ¿Lo ha entendido?

– Por supuesto -dijo Waits-. Y lo harán con gusto. Estoy seguro.

– Entonces nos entendemos. Adelante.

15

Waits los condujo a un camino polvoriento que partía de la parte inferior del aparcamiento de gravilla y enseguida desaparecía bajo un palio creado por un grupo de acacias, robles blancos y densa vegetación. Caminaba sin vacilar, como quien sabe adonde está yendo. Enseguida la tropa quedó en la sombra y Bosch supuso que el cámara del helicóptero no estaba obteniendo mucho metraje útil desde encima de las copas de los árboles. El único que hablaba era Waits.

– No falta mucho -dijo, como si fuera un guía de naturaleza que los estuviera conduciendo a unas cataratas aisladas.

El paso se estrechó por la invasión de árboles y arbustos, y el sendero bien pisado se convirtió en uno rara vez usado. Estaban en un lugar en el que se aventuraban pocos excursionistas. Olivas tuvo que cambiar de posición. En lugar de agarrar a Waits por el brazo y caminar a su lado, tuvo que seguir al asesino aferrado a la cadena de la cintura por detrás con una mano. Estaba claro que Olivas no iba a soltar a su sospechoso y eso era tranquilizador para Bosch. Lo que no le parecía tan alentador era que la nueva posición bloqueaba el disparo a todos los demás si Waits trataba de huir.

Bosch había atravesado numerosas selvas en su vida. La mayoría de ellas eran de las que te obligan a mantener los ojos y los oídos en la distancia, alerta y esperando una emboscada, y al mismo tiempo vigilando cada paso que das, receloso de una bomba trampa. En esta ocasión mantuvo la mirada concentrada en los dos hombres que se movían delante de él, Waits y Olivas, sin pestañear.

El terreno se hizo cada vez más dificultoso al seguir la pendiente en descenso de la montaña. El suelo era blando y húmedo por la precipitación de la noche, así como por toda la lluvia caída a lo largo del último año. Bosch sentía que sus botas de excursionista se hundían y se quedaban clavadas en algunos lugares. En un punto, se oyó el sonido de ramas rompiéndose detrás de él y luego el ruido sordo de un cuerpo golpeando el barro. Aunque Olivas y el ayudante Doolan se detuvieron y se volvieron para ver el origen de la conmoción, Bosch nunca apartó la mirada de Waits. A su espalda oyó a Swann maldiciendo y a los demás preguntándole si estaba bien al tiempo que lo ayudaban a incorporarse.

Después de que Swann dejara de despotricar y se reagrupara la tropa, siguieron bajando la pendiente. El avance era lento, pues el percance de Swann había provocado que todos caminaran con mayor cautela. En otros cinco minutos se detuvieron ante un precipicio con una pronunciada caída. Era un lugar donde el peso del agua que se acumulaba en el terreno había provocado en meses recientes un alud de barro. El terreno se había trasquilado cerca de un roble, exponiendo la mitad de sus raíces. El desnivel era de casi tres metros.

– Bueno, esto no estaba aquí la última vez que vine -dijo Waits en un tono que indicaba que estaba enfadado por el inconveniente.

– ¿Es por ahí? -preguntó Olivas, señalando al fondo del terraplén.

– Sí -confirmó Waits-. Hemos de bajar.

– Muy bien, un minuto. -Olivas se volvió y miró a Harry-. Bosch, ¿por qué no baja y luego se lo mando?

Bosch asintió con la cabeza y pasó por delante de ellos. Se agarró de una de las ramas inferiores del roble para equilibrarse y probó la estabilidad del terreno en la pronunciada pendiente. La tierra estaba suelta y resbaladiza.

– Mal asunto -dijo-. Esto va a ser como un tobogán. Y una vez que lleguemos abajo, ¿cómo volvemos a subir?

Olivas dejó escapar el aire por la frustración.

– Entonces, ¿qué…?

– Había una escalera de mano encima de una de las furgonetas -sugirió Waits.

Todos lo miraron por un momento.

– Es cierto. Forense lleva una escalera encima de la furgoneta -dijo Rider-. Si la colocamos bien, será sencillo.

Swann se metió en el corrillo.

– Sencillo salvo que mi cliente no va a subir y bajar por la escalera con las manos encadenadas a la cintura -dijo.

Después de una pausa momentánea, todo el mundo miró a O'Shea.

– Creo que podremos arreglarlo de alguna manera.

– Espere un momento -dijo Olivas-. No vamos a quitarle…

– Entonces no va a bajar -dijo Swann-. Es así de sencillo. No voy a permitir que lo pongan en peligro. Es mi cliente y mi responsabilidad con él no se reduce al campo de la ley, sino…

O'Shea levantó las manos para pedir calma.

– Una de nuestras responsabilidades es la seguridad del acusado -dijo-. Maury tiene razón. Si el señor Waits cae de la escalera sin poder usar las manos, entonces somos responsables. Y tendríamos un problema. Estoy seguro de que con todos ustedes empuñando pistolas y escopetas, podemos controlar esta situación durante los diez segundos que tardará en bajar por la escalera.

– Iré a buscar la escalera -dijo la técnico forense-. ¿Puedes aguantarme esto?

Su nombre era Carolyn Cafarelli y Bosch sabía que la mayoría de la gente la llamaba Cal. La mujer le pasó a Bosch la sonda de gas, un artefacto en forma de «T», y empezó a retroceder por el bosque.

– La ayudaré -dijo Rider.

– No -dijo Bosch-. Todo el mundo que lleva un arma se queda con Waits.

Rider asintió, dándose cuenta de que su compañero tenía razón.

– No hay problema -dijo Cafarelli desde lejos-. Es de aluminio ligero.

– Sólo espero que encuentre el camino de vuelta -dijo O'Shea después de que Cafarelli se hubiera ido.

Durante los primeros minutos esperaron en silencio, luego Waits se dirigió a Bosch.

– ¿Ansioso, detective? -preguntó-. Ahora que estamos tan cerca.

Bosch no respondió. No iba a dejar que Waits le comiera la cabeza.

Waits lo intentó otra vez.

– Piense en todos los casos que ha trabajado. ¿Cuántos son como éste? ¿Cuántas son como Marie? Apuesto a que…

– Waits, cierre la puta boca -ordenó Olivas.

– Ray, por favor -dijo Swann con voz apaciguadora.

– Sólo estoy charlando con el detective.

– Bueno, charle con usted mismo -dijo Olivas.

Se instaló el silencio hasta al cabo de unos minutos, cuando todos oyeron el sonido de Cafarelli que se acercaba con la escalera a través del bosque. Tropezó varias veces con ramas bajas, pero finalmente llegó a la posición de los demás. Bosch la ayudó a deslizar la escalera por la pendiente y se aseguraron de que quedaba firme. Cuando se levantó y se volvió hacia el grupo, Bosch vio que Olivas estaba soltando una de las esposas de Waits de la cadena que rodeaba la cintura del prisionero. Dejó la otra mano esposada.

– La otra mano, detective -dijo Swann.

– Puede bajar con una mano libre -insistió Olivas.

– Lo siento, detective, pero no voy a permitir eso. Ha de poder agarrarse y protegerse de una caída en el caso de que resbale. Necesita tener las dos manos libres.

– Puede hacerlo con una.

Mientras continuaban las poses y la discusión, Bosch bajó por la escalera de espaldas. La escalera de mano estaba firmemente sujeta. Desde allí abajo, Bosch miró a su alrededor y advirtió que no había ningún sendero discernible. Desde ese punto, la pista al cadáver de Marie Gesto no era tan obvia como lo había sido arriba. Levantó la mirada hacia los otros y esperó.

– Freddy, hazlo -le instruyó O'Shea con tono enfadado-. Agente Doolan, usted baje primero y esté listo con la escopeta por si acaso al señor Waits se le ocurre alguna idea. Detective Rider, tiene mi permiso para desenfundar el arma. Quédese aquí con Freddy y también preparada.

Bosch volvió a subir unos peldaños para que el ayudante del sheriff pudiera pasarle cuidadosamente la escopeta. A continuación volvió a bajar y el hombre uniformado inició el descenso por la escalera. Bosch le devolvió el arma y regresó al pie de la escalera.

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